Aunque compuso canciones, óperas y zarzuelas, música orquestal, de cámara y coral, el español Isaac Albéniz destinó la mayor y mejor parte de su creación al piano. Su aporte a este medio se tradujo en un impresionante balance entre impecable técnica pianística y una expresividad absolutamente española en ritmos y melodías.
Albéniz fue un artista inquieto que desde niño aprovechó su talento para viajar por toda España y que en plena adolescencia es embarcó a América para recorrer diversos países. La mitad de su vida residió por un tiempo en Madrid, Londres, París y Niza, trabajando como concertista, componiendo y dirigiendo óperas y zarzuelas o enseñando piano.
También fue un prolífico creador para su instrumento, con más de 50 obras antes de los 20 años de edad, y un centenar más de composiciones antes de morir a los 48 años. Hay mucha música ocasional y de salón, pero también partituras magistrales como la Suite Española, Recuerdos de Viaje, Cantos de España y sobre todo Iberia.
La Suite Española es una de las obras más conocidas de Albéniz, no sólo en su versión original para piano, sino también en sus modernos arreglos para orquesta, así como en transcripciones para guitarra, algunas de las cuales (Granada y Leyenda) han llegado a ser incluso más populares que el original.
La publicación individual de las ocho piezas que conforman la Suite Española comenzó en 1886 y la idea era representar a diversas regiones o ciudades de España, incluyendo a Cuba, que por entonces pertenecía a ese país. Sin embargo, sólo cuatro fueron editadas y pasaron varios años para que finalmente se concretara.
De esta manera, la Suite Española quedó integrada por Granada (serenata), Cataluña (corranda), Sevilla (sevillanas), Cádiz (canción), Asturias (leyenda), Aragón (fantasía), Cuba (capricho) y Castilla (seguidillas). De ellas dos provienen de Cantos de España y una de las Dos Danzas Españolas.
Albéniz nació en 1860 y reveló su talento a muy temprana edad, debutando en público a los cinco años en Barcelona. Fue llevado a París en 1867 para ingresar al Conservatorio, y aunque pasó los exámenes e impresionó al jurado, fue rechazado por su inmadurez. A su retorno a España fue matriculado en la Escuela Nacional de Música de Madrid, pero sus estudios fueron interrumpidos por sus huidas de casa para actuar en las provincias y un temerario viaje como polizón a América, todo esto antes de cumplir los quince años.
Aunque estuvo dos meses de 1876 en el Conservatorio de Leipzig, finalmente completó su formación en el Conservatorio de Bruselas en 1879. Al año siguiente volvió a Madrid y continuó con su carrera de concertista. Dos momentos clave ocurrieron poco después: en 1883 se trasladó a Barcelona y estudió composición con Felipe Pedrell, mientras que en 1885 se estableció en Madrid y comenzó a sufrir una gradual transición del pianista de salón al compositor más ambicioso y depurado.
Los cuatro años de Albéniz en Madrid fueron cruciales para su asentamiento definitivo en la vida musical local. No sólo continuó actuando en las casas de los nobles sino que también ofreció recitales, organizó conciertos y enseñó piano. Continuó componiendo miniaturas y obras pintorescas pero se atrevió en géneros mayores, produciendo en ese periodo dos conciertos, una pieza sinfónica en cuatro movimientos y una serie de siete sonatas.
De las siete sonatas que compuso Albéniz sólo tres se conservan completas y dos fueron escritas con meses de diferencia en 1886. Ambas, la tercera y la cuarta se estrenaron en el mismo concierto, el 21 de marzo de 1887 en el Salón Romero de Madrid, evento que fue dedicado enteramente a su música. Estas sonatas revelan un estricto planteamiento de la forma y una interesante soltura pianística, habiendo llamado especial atención los movimientos finales de la cuarta sonata.
En ese concierto del 21 de marzo de 1887, Albéniz no sólo presentó sonatas, suites y otras obras para piano solo. También estrenó dos partituras con orquesta: la Rapsodia Española basada en temas populares y el Concierto Fantástico de carácter totalmente romántico. La partitura original de la Rapsodia desapareció y solamente fue impresa una reducción para dos pianos. Varios compositores posteriores produjeron orquestaciones, siendo la de Cristóbal Halffter, producida en 1956, la que se aprecia como más enriquecedora en términos pianísticos y orquestales.
Un aspecto poco conocido de la carrera de Albéniz fue su actividad en la lírica. Después de tres juveniles intentos en la zarzuela, un contrato con un empresario inglés le llevó a Londres en 1890 para realizar una serie de conciertos. Entonces se involucró en arreglos de óperas cómicas y luego en la creación de una ópera, The Magic Opal, que se estrenó en 1893.
En tierras británicas estableció una asociación con Francis Money-Coutts, un banquero que además era poeta y dramaturgo amateur, y con él compuso la ópera Henry Clifford que presentó en Barcelona en 1895. Aunque estuvo en Inglaterra hasta 1893, siguió en contacto con Money-Coutts y colaboraron en otra obra, Pepita Jiménez, que logró éxito entre el público y se convirtió en la ópera más lograda del autor.
Albéniz probó nuevamente en la zarzuela en 1894 con San Antonio de la Florida, la que se estrenó en Madrid ese mismo año. Tanto esta obra, como la adaptación de The Magic Opal que se produjo como La Sortija en el Teatro de la Zarzuela, no tuvieron éxito y de hecho recibieron una crítica desfavorable. Una vez más, el intento de Albéniz de elevar la calidad artística del género se encontró con prejuicios profundamente arraigados.
La última incursión de Albéniz en el género lírico fue la trilogía King Arthur, también con libreto de Money-Coutts, trilogía de la que solamente terminó Merlín en 1902. La segunda obra, Lancelot, fue abandonada después del comienzo del segundo acto, y la tercera, Guenevere, nunca llegó a la partitura. Merlín no se estrenó mientras vivió el autor y sólo alcanzó escena en español en 1950 y en inglés original en 1998.
Los últimos años de su vida Albéniz los dedicó a componer su magistral suite Iberia, la que inició en diciembre de 1905 y concluyó en enero de 1909. Son cuatro volúmenes de tres piezas cada uno, que marcaron la culminación de la música romántica para piano y el punto de partida y de referencia necesaria para la música para piano del siglo XX.
Con Iberia el compositor remontó los límites impuestos por el costumbrismo musical y la estética de lo pintoresco, desarrollando un lenguaje que sintetizó todo lo que le había inspirado durante su carrera: el repertorio germano, Chopin y Liszt, Pedrell, el espíritu y las técnicas del post-romanticismo francés y, por supuesto, la música popular española.
Lo cierto es que las formas, inflexiones, cadencias, fraseos y ritmos del folclore nunca aparecieron como citas literales, sino más bien como algo asimilado y recreado. Pero en Iberia la estilización del alma y la sensibilidad de la música española han alcanzado tal abstracción que solamente el ritmo permanece como elemento estructural.
Los avances propuestos por Iberia tuvieron directa relación con el contacto de Albéniz y sus colegas franceses. Desde 1893 hasta 1900 vivió en París y entabló relaciones, tanto personales como musicales, con D’Indy, Fauré, Debussy, Dukas y Chausson. Con ellos no sólo intercambió ideas, sino que ayudó a crear el estilo impresionista.
Aunque Albéniz rechazaba el uso del término impresionista para su música, no dudó en etiquetar a Iberia como “nouvelles impressions”, dejando en claro que se trataba de todo un mundo nuevo, una “música española con acento universal” que sintetizó todo lo que Albéniz había aprendido en cuatro décadas de carrera.
Mientras los dos primeros cuadernos de Iberia enfatizaron el color, los dos restantes se concentraron en texturas más densas y una técnica más compleja. Se cree que Albéniz decidió acrecentar la dificultad interpretativa del ciclo después de quedar impresionado con las fenomenales habilidades del pianista Joaquín Malats.
En todo ese tiempo Albéniz continuó ofreciendo recitales, enseñando piano y dirigiendo sus nuevas óperas y zarzuelas en España, Inglaterra y Francia. Intentó volver a su patria pero retornó a Francia en 1902 después de fallar en todos sus esfuerzos por conseguir la producción de sus partituras líricas.
Lo cierto es que Albéniz llegó a ser más estimado en Francia que en su país y consideró que en París podía avanzar de manera más efectiva en su promoción y desarrollo de una música realmente española. Una enfermedad le obligó a trasladarse a Niza en 1903 y a los Pirineos en 1909, donde falleció unos meses después.