EN UNA ESPERANZA QUE SALIÓ VANA
Huid, contentos, de mi triste pecho; ¿qué engaño os vuelve a do nunca pudistes tener reposo ni hacer provecho?
Tened en la memoria cuando fuistes con público pregón, ¡ay!, desterrados de toda mi comarca y reinos tristes,
a do ya no veréis sino nublados, y viento, y torbellino, y lluvia fiera, suspiros encendidos y cuidados.
No pinta el prado aquí la primavera, ni nuevo sol jamás las nubes dora, ni canta el ruiseñor lo que antes era.
La noche aquí se vela, aquí se llora el dia miserable sin consuelo y vence el mal de ayer el mal de agora.
Guardad vuestro destierro, que ya el suelo no puede dar contento al alma mía, si ya mil vueltas diere andando el cielo.
Guardad vuestro destierro, si alegría, si gozo, y si descanso andáis sembrando, que aqueste campo abrojos solo cría.
Guardad vuestro destierro, si tornando de nuevo no queréis ser castigados con crudo azote y con infame bando.
Guardad vuestro destierro que, olvidados de vuestro ser, en mí seréis dolores: ¡tal es la fuerza de mis duros hados!
Los bienes más queridos y mayores se mudan, y en mi daño se conjuran, y son, por ofenderme, a sí traidores.
Mancíllanse mis manos, si se apuran; la paz y la amistad, que es cruda guerra; las culpas faltan, más las penas duran.
Quien mis cadenas más estrecha y cierra es la inocencia mía y la pureza; cuando ella sube, entonces vengo a tierra.
Mudó su ley en mí naturaleza, y pudo en mí el dolor lo que no entiende ni seso humano ni mayor viveza.
Cuanto desenlazarse más pretende el pájaro captivo, más se enliga, y la defensa mía más me ofende.
En mí la culpa ajena se castiga y soy del malhechor, ¡ay!, prisionero, y quieren que de mí la Fama diga:
«Dichoso el que jamás ni ley ni fuero, ni el alto tribunal, ni las ciudades, ni conoció del mundo el trato fiero.
Que por las inocentes soledades, recoge el pobre cuerpo en vil cabaña, y el ánimo enriquece con verdades.
Cuando la luz el aire y tierras baña, levanta al puro sol las manos puras, sin que se las aplomen odio y saña.
Sus noches son sabrosas y seguras, la mesa le bastece alegremente el campo, que no rompen rejas duras.
Lo justo le acompaña, y la luciente verdad, la sencillez en pechos de oro, la fee no colorada falsamente.
De ricas esperanzas almo coro, y paz con su descuido le rodean, y el gozo, cuyos ojos huye el lloro.»
Allí, contento, tus moradas sean; allí te lograrás, y a cada uno de aquellos que de mi saber desean, les di que no me viste en tiempo alguno.
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