Lucrecia Borgia (en valenciano Lucrècia Borja, en latín Lucretia Borgia, en italiano Lucrezia Borgia)
(Subiaco, 18 de abril de 1480 – Ferrara, 24 de junio de 1519) fue la
hija de Rodrigo Borgia, el poderoso renacentista valenciano que más
tarde se convertiría en el Papa Alejandro VI, y de Vannozza Cattanei.
Uno de sus hermanos fue el notorio déspota César Borgia. Más adelante
la familia de Lucrecia representó como ninguna las impopulares
políticas del maquiavelismo y la corrupción sexual comúnmente asociadas a los papados renacentistas.
Princesa
italiana; vivía en la segunda mitad del siglo XV. Hermana de César
Borgia, hízose famosa por su hermosura y sus desórdenes. Joven todavía,
conocida ya por sus gracias y su talento, casó con un noble aragonés,
compatriota del padre de Lucrecia;
pero cuando éste ocupó la silla de San Pedro (V. ALEJANDRO VI), rompió
este casamiento (1493) y unió a su hija con Juan Esforcia, noble
italiano, nieto natural de Alejandro Esforcia. No parece que el segundo
esposo fue del agrado de Lucrecia,
y así, Alejandro VI, que por conveniencia propia disolvió el primer
matrimonio, anuló también el segundo para satisfacer los deseos de la
joven (1497), que se unió ante los altares con Alfonso de Aragón, duque
de Biseglia e hijo natural del rey de Nápoles Alfonso II. Invadida la Italia
por Carlos VIII de Francia, el pontífice Alejandro, aunque contra su
voluntad, firmó una alianza con el invasor, que aspiraba a conquistar
el reino de Nápoles. El duque de Biseglia entonces se separó de su
esposa para acudir a la defensa del jefe de la familia Esforcia; pero Lucrecia,
nombrada por su padre gobernadora de Espoleto, atrajo con caricias al
fugitivo, que pagó con la vida el abandono en que había dejado a su
esposa y los intereses del pontificado. Sorprendido por unos asesinos
que lo dejaron por muerto, Alfonso de Aragón fue estrangulado en el
lecho cuando se temió que curara de las graves heridas que recibió.
Alejandro VI halló para su hija una alianza más brillante que las
anteriores, y por la influencia de su gran poder y la de su hijo César
Borgia, casó a Lucrecia
con Alfonso de Este, hijo de Hércules (duque de Ferrara). Satisfecho de
esta unión, el Papa prodigó como nunca sus tesoros para organizar
fiestas en Roma y anunciar al mundo cristiano la elevación de su hija,
a la que amaba más que a sus demás hijos. Lucrecia
se mostró casi digna de su alta fortuna. Iniciada desde mucho antes en
los secretos de la política italiana, que no en vano su padre la había
permitido intervenir activamente en los negocios más difíciles, no
renunció por completo a los placeres, pero consagró su atención al
desarrollo de los intereses italianos, vivió con alguna mayor
honestidad, protegió con particular amor el renacimiento de las letras,
y distinguió sobre todo al cardenal Bembo, que a pesar de sus
afirmaciones no ha logrado atenuar ante el tribunal de la historia el
severo juicio que merecen las faltas de la hija de Alejandro. No
admite, sin embargo, la crítica moderna como verdaderos todos los
hechos que los contemporáneos de Lucrecia
atribuyeron a la famosa princesa, que, como los demás miembros de su
familia, se atrajo por su poderío el odio de muchos, y dio motivo, con
la realización de algunas faltas graves, a que se la acusara de otras
mucho peores, que no ejecutó. Jacobo Sanázaro, célebre poeta de aquel
tiempo, escribió este epitafio:
Hic jacet in tumulo Lucretia nomine, sed rare Thais; Alejandri filia, sponsa, nurus.
Es decir, que, según el poeta, Lucrecia
fue hija, esposa y nuera del Papa Alejandro. Al afirmar esto, Sanázaro
se limitó a reproducir el rumor público, que aseguraba que Lucrecia
era concubina de su padre y de sus hermanos Luis y César. Por la misma
época se dijo que César, celoso de su hermano Luis, le había hecho
asesinar y arrojado después el cadáver al Tíber. Estas relaciones
incestuosas sólo han existido en la imaginación de los que hablaron de
ellas.
El nombre de Lucrecia Borgia,
no obstante, será siempre recordado cuando se quiera citar al prototipo
femenino de los placeres de la carne. Tal hecho es debido a la
autoridad con que, en vida de ella, se propagaron las más inverosímiles
noticias referentes a los secretos de su conducta, a la liviandad
innegable de la princesa, al contraste que ofrece su amor al placer con
el sacrificio de la Lucrecia
romana, la esposa de Colatino, y muy especialmente al partido que
poetas y novelistas han sabido sacar de una vida fecunda en incidentes,
ciertos los unos, supuestos los más, escribiendo inmortales obras que
han venido a ser las únicas fuentes en que la casi totalidad de los
pueblos modernos aprendieron la historia de Lucrecia Borgia.
Entre estas composiciones merecen un recuerdo el drama de Víctor Hugo,
la ópera de Donizetti y la novela de nuestro compatriota Manuel
Fernández y González. Las tres obras llevan este título: Lucrecia Borgia.