A finales del siglo III
antes de Cristo, la Península Ibérica es el escenario en el cual las
dos naciones más poderosas del Mediterráneo, Roma y Cartago, pugnan por
obtener la hegemonía sobre el Mare Nostrum. En el año 219 a.C., el
cartaginés Aníbal toma la ciudad de Sagunto, aliada de Roma, dando
comienzo la II Guerra Púnica.
Finalizada la guerra de manera
victoriosa para Roma, ésta pretende hacerse con el control de los ricos
territorios mineros de la Península. Así, hacia el año 201 a.C. ya
controla una amplia franja a lo largo del Mediterráneo y hasta la
Andalucía Occidental, con ciudades como Barcino, Tarraco, Carthago Nova
o Gades. En el año 120 a.C., los romanos han conseguido una extensión
que supone más de las dos terceras partes peninsulares, estableciendo
colonias o ciudades como Emerita Augusta, Corduba, Toletum, Clunia o
Caesaraugusta, entre otras. La última etapa de la conquista romana
finaliza hacia el año 14 a.C., cuando sus legiones consiguen integrar
la franja norte peninsular y establecer allí ciudades como Lucus
Augusti, Asturica Augusta o Pompaelo.
La administración romana
de Hispania se plasma ya desde el primer momento de la conquista en la
división de los territorios bajo su control en dos provincias,
Citerior, la más cercana a Roma, y Ulterior, la más lejana. Esta
división cambiará durante la época altoimperial, pues la provincia
Ulterior se dividirá a su vez en Baética y Lusitana.
La
conquista de Hispania es un proceso largo y difícil. Tarraco, la actual
Tarragona, fue la primera fundación romana en ultramar y desde ella
partió la romanización de la Península, convirtiéndose en la capital de
la provincia Citerior... ARTEHISTORIA
Gracias a una poderosa
armada, Roma extendió su control, cultura y estilo de vida por buena
parte del mundo conocido, alrededor de un mar que consideraban propio,
el Mare Nostrum o Mediterráneo. Mediante las guerras de conquista,
Roma podía mantener contentos a su ciudadanía, además de ofrecerles un
medio de ganarse la vida. También los soldados legionarios encontraban
pocos estímulos para desear el fin de las operaciones militares, pues
con ella podían enriquecerse o, al menos, subsistir. El campamento
militar, organizado siempre de la misma manera, era un reducto que
imitaba la ciudad de Roma, un espacio romano asentado en medios
provinciales. Según los relatos de los autores antiguos, en los
campamentos había buhoneros y prostitutas indígenas. También nos hablan
de la baja moral de los soldados, que no tenían excesivo interés en
volver a Roma para pasar a engrosar las filas de los desheredados de
las ciudades. Además, muchos de ellos establecían sólidos vínculos con
las poblaciones locales. La entrada en Hispania de las legiones
romanas se produce durante la Segunda Guerra Púnica, entre los años 218
y 201 antes de Cristo. A partir de este momento, Roma comenzó a enviar
a sus tropas a Hispania, dando comienzo la conquista propiamente dicha. La
conquista de Hispania es un proceso largo y difícil. Tarraco, la actual
Tarragona, fue la primera fundación romana en ultramar y desde ella
partió la romanización de la península, convirtiéndose en la capital de
la provincia Citerior, la más cercana a Roma. Tarraco contaba con un
conjunto público monumental formado por el área de culto, la plaza, el
foro provincial y el circo. Este, construido bajo el reinado de
Domiciano, a finales del siglo I después de Cristo, podía contener
23.000 espectadores. El circo era el lugar donde se desarrollaban
algunos espectáculos, como las carreras de cuadrigas. Una de las más
sobresalientes construcciones romanas en Hispania es el arco de Bará.
Situado a 20 Km. al nordeste de Tarragona, en el trazado de la antigua
Vía Augusta, el Arco de Bará es el mejor ejemplo de arco monumental de
la península ibérica. Con 14,65 metros de altura, fue levantado a
finales del siglo I. El arco se compone de grandes sillares de piedra,
unidos entre sí mediante grapas de madera de olivo con forma de doble
cola de milano. Su fachada mide 11,84 metros y 3,7 los laterales. Se
trata de una obra sobria y de modestas dimensiones, que dista mucho de
la grandeza y el lujo de los arcos triunfales de Roma. La construcción
del arco se debe a una disposición testamentaria de "Lucius Licinius
Sura", influyente senador y tres veces cónsul, como reza en la
inscripción que se conserva en uno de los lados. Una de las más
destacables consecuencias de la presencia romana en la Península
Ibérica a lo largo de seis siglos fue el desarrollo de un amplio
programa de obras públicas. Así, crearon una extensa red de carreteras
muchas de las cuales aun hoy perviven....
Conquista cartaginesa En el siglo III a. C., los cartaginenses
inician en la Península Ibérica un proyecto imperialista mediterráneo,
en el que fundan Qart Hadasht (Cartagena), que se convierte rápidamente
en una importante base naval. Cartago y Roma entrarán finalmente en
una serie de guerras (Guerras Púnicas) por la hegemonía en el
Mediterráneo occidental. Tras la derrota en la Primera Guerra Púnica,
Cartago intenta resarcirse de sus pérdidas de Sicilia, Cerdeña y
Córcega, incrementando su dominio en Iberia. Amílcar Barca, Aníbal y
otros generales cartagineses sitúan las antiguas colonias fenicias de
Andalucía y el Levante bajo su control y proceden después a la
conquista o extensión de su área de influencia sobre los pueblos
indígenas. A finales del siglo III a. C., la mayor parte de las
ciudades y pueblos al sur de los ríos Duero y Ebro, así como las islas
Baleares, reconocen el dominio cartaginés. En el año 219 a. C. se
produce la ofensiva de Aníbal contra Roma, tomando la Península Ibérica
como base de operaciones e incluyendo un gran porcentaje de hispanos en
su ejército. Es en este proceso cuando intentarán someter a la
colonia griega de Sagunto, situada al sur de la frontera pactada del
Ebro pero aliada de Roma, dando lugar a la Segunda Guerra Púnica, que
culminará con la incorporación de la parte civilizada (íbera) de la
península a la República Romana. Hispania romana Tras la Segunda
Guerra Púnica entre el 218 a. C. y el 201 a. C., se puede considerar la
Península Ibérica sometida al poder de Roma. La campaña de ocupación,
tras la expulsión cartaginesa, fue rápida, excepto en el interior
(Numancia) y el pueblo cántabro que resistió hasta la llegada de
Augusto en los inicios del Imperio Romano. En el 195 a. C., los romanos dividen el territorio ibérico en dos zonas: la Hispania Citerior y la Hispania Ulterior. El
sometimiento total de la península tiene lugar en el año 19 a. C. (tras
finalizar las Guerras Cántabras), tras lo cual se divide en tres
provincias: Bética, Tarraconense y Lusitania, organización que perduró
hasta el Bajo Imperio. El proceso de romanización entendido como la
incorporación de la lengua, las costumbres y la economía romana se
inició aproximadamente hacia el 110 a. C. y duraría con toda su fuerza
hasta mediados del siglo III. Dicho proceso fue tan intenso que tres
hispanos: Trajano, Adriano y Teodosio fueron emperadores de Roma, y
personajes destacados como el filósofo Séneca o los poetas Marcial y
Lucano también provenían de Hispania.
Los primeros pasos de la conquista de Hispania por Roma se
producen en el contexto de las guerras con Cartago. La rápida expansión
del poder cartaginés por territorio peninsular alarmó a Roma y provocó
la Segunda Guerra Púnica, entre los años 218 y 201 antes de Cristo. A
partir de este momento, Roma comenzó a enviar a sus tropas a Hispania,
dando comienzo la conquista propiamente dicha. La guerra de
conquista contribuía a disolver las tensiones sociales de Italia.
Además, los soldados legionarios encontraban pocos estímulos para
desear el fin de las operaciones militares, ya que la guerra les
ofrecía al menos un medio de vida. Desde el fin de la II Guerra
Púnica, Roma siguió enviando a la Península dos legiones con sus
correspondientes tropas auxiliares. A partir del 197 antes de Cristo,
cada una de esas legiones dependía de un gobernador provincial con el
título de proetor, ya que el territorio controlado por Roma fue
dividido en dos provincias, la más alejada de Roma o Ulterior y la
parte más próxima o Citerior. En el centro de los campamentos
militares se hallaba la residencia del pretor, praetorium, y la sala de
los estandartes, aedes signorum. También se situaba el tribunal, donde
el gobernador administraba justicia, y el auguratorium, para la
consulta augural de la voluntad de los dioses, que era realizada por el
propio gobernador sirviéndose de manuales al uso. El campamento
militar, organizado siempre de la misma manera, era un reducto que
imitaba la ciudad de Roma, un espacio romano asentado en medios
provinciales. Según los relatos de los autores antiguos, en los
campamentos romanos, había buhoneros y prostitutas indígenas. También
nos hablan de la baja moral de los soldados, que no tenían excesivo
interés en volver a Roma para pasar a engrosar las filas de los
desheredados de las ciudades. Además, muchos de ellos establecían
sólidos vínculos con las poblaciones locales. En caso de
necesidad, Roma podía ampliar los contingentes reales de tropas de cada
legión o bien enviar a uno de sus dos cónsules, ya que los cónsules
tenían mando sobre dos legiones. Así, se calcula que se emplearon en el
cerco de Numancia a unos 20.000 hombres. Pero la conquista de la
Península no fue llevada a cabo sólo con las tropas romanas sino con el
apoyo de los indígenas. Ya desde la época de la II Guerra Púnica, las
legiones romanas comenzaron a contar con los celtíberos, que se
situaban junto a las tropas auxiliares. Los cartagineses se sirvieron
igualmente de hispanos, de unos como aliados que se costeaban su equipo
y sus gastos pero de otros como mercenarios. Las malas condiciones
económicas de algunas poblaciones obligaban a que muchos
La administración
romana de Hispania se plasma ya desde el primer momento de la conquista
en la división de los territorios bajo control romano en dos
provincias, Citerior, la más cercana a Roma, y Ulterior. Esta división
cambiará durante la época altoimperial, pues la provincia Ulterior se
dividirá a su vez en Baetica y Lusitana. Al mismo tiempo, se desarrolló
una articulación jurídico-administrativa que dividió el territorio en
conventus. Así, la provincia Citerior será divida en siete conventus,
que tomaban sus nombres de la capital correspondiente: Tarraco,
Carthago Nova, Caesaraugusta, Clunia, Asturica, Bracara y Lucus. La
Lusitania contaba con tres, con capitales en Emerita Augusta, Scallabis
y Pax Iulia. La Bética, por último, se dividió en cuatro, con capitales
en Hispalis, Corduba y Gades. Durante el Bajo Imperio, Hispania
conocerá una nueva división administrativa. Los problemas de gobierno
sobre territorios tan vastos impusieron la creación de nuevas
provincias. La antigua provincia Citerior fue divida en tres partes,
Tarraconensis, Carthaginensis y Gallaecia, mientras que la Lusitania y
la Baetica permanecerán como hasta entonces.
Una de las más destacables consecuencias de la presencia romana
en la Península Ibérica a lo largo de seis siglos fue el desarrollo de
un amplio programa de obras públicas. Así, crearon una extensa red de
carreteras muchas de las cuales aun hoy perviven. También edificaron
construcciones para el ocio, como teatros, anfiteatros o circos. Por
último, la higiene pública de las ciudades fue atendida por medio de la
construcción de redes de alcantarillado, termas o acueductos, que
abastecían de agua corriente a las poblaciones. Quizás la más
famosa construcción romana en la Península es el Acueducto de Segovia.
Perfectamente conservado, la parte más famosa y monumental del
acueducto corresponde al muro transparente de arcos sucesivos que lo
mantiene airosamente alzado en la vaguada del Azoguejo. Realizado
en granito a finales del siglo I después de Cristo, bajo el reinado del
emperador Trajano, tiene una altura máxima de 28 metros y medio y 818
metros de largo. Para su construcción se utilizaron 20.400 bloques de
piedra unidos sin ningún tipo de argamasa. Su autor hizo un
extraordinario alarde de técnica, pues el equilibrio de tan liviana
construcción descansa en el conjunto de la obra. De esta forma, el
acueducto sólo se mantiene estable si se conserva en su integridad, a
diferencia de otros ejemplos como el de los Milagros de Mérida, cuya
estabilidad descansa de manera independiente en las columnas. ARTEHISTORIA
La ciudad romana de Emerita Augusta fue fundada en el año 25 antes de Cristo por Augusto , esta era una colonia de Lusitania , para asentar a su legionarios eméritos. La principal razón para su fundación era que la naciente colonia romana era un enclave estratégico en medio de tierras difíciles. Su valor añadido era el fácil paso del Guadiana, sobre el que se construyó un magnífico puente que ponía en comunicación las tierras de la Baetica con las del noroeste peninsular, vitales para Roma. El puente tendido sobre el río Guadiana se convertirá en el protagonista de la ciudad al determinar el emplazamiento y el trazado urbano.Tenía casi 800 metros de largo y 60 arcos. Junto al río, en su orilla derecha, se hallaban las defensas contra las crecidas, lo que llamaríamos un dique.
Para abastecer de agua a la ciudad se levantaron varias conducciones hidráulicas: la más cercana al Guadiana es el famoso acueducto de los Milagros que traía el agua desde el embalse de Proserpina; la segunda se llamaba Aqua Augusta y actualmente es conocida como Cornalvo porque tiene su origen en el embalse de este nombre.
La colonia fue dotada desde sus primeros momentos por una potente muralla, más por razón de su prestigio como gran ciudad que por motivos defensivos. La red urbana viene determinada por las dos calles principales: el decumanus maximus y el kardo; la ciudad se estructuraba en cuadrículas más o menos regulares que delimitaban las insulae o manzanas.
En Mérida se han determinado dos área forenses, donde estaban ubicados los edificios oficiales. El foro municipal estaba presidido por el llamado templo de Diana, delimitado por pórticos y rodeado por otros edificios. El foro provincial también estaba presidido por un templo, rodeado por pórticos. El acceso a este foro se realizaba por el llamado arco de Trajano.
En el ángulo suroriental de la colonia se ubicaron los edificios de espectáculos: el teatro, inaugurado en el año 16 a.C. que acogía a unos 5.500 espectadores; y el anfiteatro, inaugurado en el año 8 a.C. y con una capacidad de 15.000 espectadores. A las afueras de la ciudad, junto al Aqua Augusta, se ubicaba el circo con un aforo de 30.000 personas, levantado en época de Tiberio.
Entre las casas de las afueras destaca la Casa del Mitreo, interesante ejemplo de la arquitectura doméstica de fines del siglo I. Las necrópolis se establecieron a las afueras de la ciudad, con claros criterios urbanísticos, en las cercanías de las calzadas que salían de la urbe.
A lo largo del siglo I d. C., la ciudad, a la que se dotó de un extenso territorio de casi 20.000 kilómetros cuadrados, fue cobrando cierta importancia: se construyeron nuevas áreas y se desarrollaron otras que hicieron de Emerita una de las ciudades más importantes de la Hispania romana. A ella acudieron gentes procedentes de diversos lugares de Lusitania, de otras provincias hispanas y de diversas zonas del Mediterráneo: Galia, Italia y el área grecoparlante, fundamentalmente. La época de los flavios y el comienzo del período de los emperadores Trajano y Adriano supone un momento de esplendor. Es entonces cuando se acometen considerables proyectos de reforma en los más señalados monumentos de Emerita: el Teatro y algunos edificios del foro municipal. Esta reactivación monumental se plasmó en la construcción de lujosas residencias, como las casas de la Torre del Agua y del Mitreo. El esplendor continuó durante el período de Antonino, con la ejecución de diversos complejos de tipo religioso, como el templo de Marte, o el santuario consagrado a las divinidades orientales que se emplazó en el cerro de San Albín. Que la vida en Emerita era floreciente y que se había formado una clase social pudiente y culta lo pone de manifiesto el hecho de que los talleres de escultura no dieran abasto a las continuas demandas de los emeritenses a lo largo de los siglos I y II después de Cristo. Con Diocleciano, en el siglo III, es cuando se inicia la ascensión irresistible de la ciudad, que será citada entre las urbes más preclaras de su tiempo. Emerita fue el lugar de residencia de la máxima autoridad política de la Península, el vicarius de la diócesis de las Hispanias. La antigua colonia se convierte así en la capital de Hispania y de parte del Norte de Africa, y en sede de un centro administrativo y jurídico de primer orden. Se observa, también, una auténtica eclosión urbana. Emerita se extendió con la creación de nuevas zonas, ubicadas por lo general a lo largo de las calzadas que salían de la ciudad. También se reconstruyeron diversos edificios públicos, como el Teatro y el Circo, y se edificaron numerosas mansiones, como la Casa del Anfiteatro, Huerta de Otero, Alcazaba, etc, que con sus magníficas decoraciones muestran un importante florecimiento cultural, motivado por la presencia de un buen número de intelectuales.