Los imbéciles
Hace cincuenta años gobernaba en Chile Arturo Alessandro Rodríguez. Acababa de triunfar la revolución cubana, de la que sólo sabíamos que se había impuesto gracias al coraje y la sabiduría de un puñado de idealistas – una docena, para ser más exactos – que habían logrado la proeza de vencer a un ejército entero. Y a la dictadura que prohijara.
En la región no se veían otras perspectivas que las favorecidas por la llamada Alianza para el Progreso, impulsada por el imperialismo norteamericano, o la toma del poder por las fuerzas populares: capitalismo colonial o socialismo liberador. En la Unión Soviética se fortalecía la lucha contra el burocratismo tras la catalepsia estalinista y en China se despertaba un gigante dormido. Se vivía el fin del colonialismo y uno tras otros caerían los bastiones del imperialismo inglés y francés.
Hace cincuenta años, apostar al comunismo y poner la propia vida en juego por la apuesta era no sólo plausible, sino racional. El espeso velo de ingenuidad, fanatismo, mentiras y calumnias levantado por el comunismo internacional disfrazado de pacifismo para responder a la metáfora de la cortina de hierro seguía protegiendo de la indiscreción periodística los horrendos crímenes de Lenin y Stalin. Y en la dialéctica del amor y el odio, la culpabilidad y la inocencia, la bondad y la maldad, toda la atención de la condena internacional, con su feroz peso mediático, caía sobre Hitler y el nazismo. En la arquetípica historia de buenos y malos, el comunismo seguía disfrutando del papel reivindicador y heroico del deshacedor de entuertos.
¡Cuántas razones para adscribirse a las corrientes del comunismo internacional y sumarse al feroz combate por liquidar el capitalismo!
Pero basta una escueta mirada a los acontecimientos sucedidos desde entonces para comprender cuánta falsedad e hipocresía, cuánto engaño y cuánta mentira, impedían entonces optar por alternativas verdaderamente viables y verdaderas, ciertas y legítimas. Sobre todo si se tenía veinte años. Que como dicen que bien decía Churchill, a quien por desgracia no escucháramos, quien a los veinte no era comunista, no tenía corazón. Y quien a los cuarenta seguía siéndolo, no tenía cerebro. Es el mejor diagnóstico aplicable a mis ex camaradas: sólo un descerebrado, un resentido impenitente o un perdedor de oficio preñado de odios y miopía puede hoy ser comunista – en cualquiera de sus vertientes –sin que se le caiga la cara de vergüenza.
Para regresar al punto de partida: en estos cincuenta años Chile pasó de Jorge Alessandri a Eduardo Frei y a Salvador Allende. Probó el socialismo y cosechó el más rotundo fracaso. Debido a nuestros errores, delirios e incompetencias. No por culpa del imperialismo norteamericano o la maldad de la burguesía. ¿O esperábamos que nuestros adversarios, convertidos en enemigos por nuestra propia ceguera, nos permitieran acuchillarlos sin que ofrecieran la menor resistencia? ¿Que los Estados Unidos dejarían de lado la guerra fría para ceder graciosamente el segundo de los países de su esfera de influencias a la penetración soviética chupándose el dedo? Ni Lenin ni Stalin hubieran permitido lo mismo en la suya: véase Budapest, véase Berlín, véase Praga.
De Allende se pasó a Pinochet y la tragedia dictatorial. De la que se sobrevivió con un país relativamente recuperado institucional y materialmente, vuelto del envés a punta de bayonetazos, para probar cuatro gobiernos de centro izquierda y terminar en manos de un gobierno de centro derecha, de la que uno de mis amigos y camaradas de entonces, el dirigente histórico del Partido Socialista de Chile Ricardo Núñez, ha dicho recientemente que es una nueva derecha que hace las cosas con mayor coraje y osadía que la izquierda.
¿Y Cuba? Cincuenta años de dictadura, de totalitarismo, de represión y despotismo, de miseria y pobreza. ¿Quién cambia hoy Chile por Cuba? ¿Quiénes de los dirigentes del comunismo chileno cambiarían el sistema en que viven – con sus terremotos y sus océanos de congelamiento, sus inviernos y temporales, sus empanadas y su vino tinto – por el que impera en Cuba – con sus aguas color esmeraldas y sus playas nacaradas, sus eternos veranos y sus tardes de ensueño – mano a mano, llave en mano, sin quitarle ni agregarle nada? Un imbécil, un resentido o un fanático. Hagan la apuesta y sométanlo a plebiscito para ver qué porcentaje de votantes obtendría el compañero Tellier o los camaradas del MIR. ¿Alcanzarán el 1%?
Compare las dos Coreas y lo que les ha sucedido en este medio siglo. Moscú de 1960 con Moscú del 2010. Pekín de la revolución cultural y el Beijing del neo capitalismo chino. Vaya al otro extremo y compare el Nueva York de John F. Kennedy con el de Barak Obama, el Paris de Pompidou con el Zarkozy, la España de Franco con la de Rodríguez Zapatero. Progreso puro, prosperidad ininterrumpida, paz y concordia. Compare en cambio la Caracas de Rómulo Betancourt con la de Hugo Cháve y verá los efectos del delirio comunista.
Los ejemplos son interminables. Cuba es un basurero. Y Caracas está en trance de convertirse en otro. Por una sencilla razón: porque en Cuba siguen mandando quienes confiaron en el comunismo hace cincuenta años. Y en Venezuela mandan quienes siguen creyendo en él, tras medio siglo de fracasos. Para ello se requiere ser un imbécil, un resentido o un fanático. Sálvense los pillos, que se enriquecen en el esfuerzo. Como dice el refrán, y pensando en la nomenklatura chavista, la Sra. Morales, la Sra. Cilia Flores y todos los fiscales, jueces, generales, ministros, viceministros y asambleistas: al que le venga el sayo, que se lo ponga.
LOS CASTRO .
Si Usted sigue apostando a los Castro o es seguidor de Hugo Chávez, escoja la casilla que más prefiera. Otras no encontrará a su disposición.
opinan los foristas
HUGO CHÁVEZ .
http://www.noticierodigital.com/2010/08/los-imbeciles/LOS IMBÉCILES . Antonio Sánchez García .
barriendo la basura