Mientras que yo te beso, su rumor nos da el árbol que mece el sol el oro que el sol le da al huir, fugaz tesoro de un árbol que es el árbol de mi amor.
No es fulgor, no es ardor y no es rubor lo que me da de ti lo que te adoro, con la luz que se va: es el oro, es el oro, es el oro hecho sombra: tu color.
El color de tu alma: pues tus ojos se van haciendo ella, y a medida que el sol cambia sus oros por sus rojos y tú te quedas pálida y fundida, sale el oro hecho tú de tus dos ojos que son mi paz, mi fe, mi sol: ¡mi vida!
PLATERO Y YO - JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
PLATERO Y YO
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra... Cuando paseo sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
— Tiene acero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.