La revolución cubana lleva más de cincuenta almanaques. Sin duda, uno de los más emblemáticos regímenes del mundo, y uno de los más retrógrados e ineficaces de la historia. A decir verdad, fue un proceso que despertó simpatías en todo el continente, sobre todo porque logró penetrar en las élites ilustradas, quienes sin medir las consecuencias le firmaron a Fidel Castro y a sus secuaces un cheque en blanco, que muy pronto habrían de rebotar. Por desgracia, las simpatías se transformaron en horror, hambre y muerte, y hoy el pueblo cubano se mece en el inmenso vacío del inminente cierre del ciclo revolucionario, y las "nuevas" perspectivas que se le abren en el horizonte cuando desaparezcan los sátrapas.
Luce agónico el régimen castrista, de la mano de Raúl y bajo la mirada rapaz del anciano Fidel; sin embargo, en medio de esa agonía se continúan sembrando en el corazón de los "fieles", ilusas teorías de un mundo bajo la égida comunista, en el que no exista la lucha de clase, en el que todos estén amalgamados desde la miseria bajo la conducción de un Estado todopoderoso, que se arrogue ser la conciencia de todos, y que —lamentablemente— no ha dado en la práctica muestras de querer zanjar en este país caribeño la inmensa brecha social, el atraso al que ha sido sometido el pensamiento, el desmantelamiento del aparato productivo, el candado puesto a la voluntad política y religiosa de los ciudadanos, el desmoronamiento de la esperanza en el corazón de los jóvenes, y el secuestro de las libertades personales y de los derechos humanos. Todo lo contrario, a medida que ha pasado el tiempo, el extremismo ideológico ha sido la piedra de toque de un régimen que a todas luces traicionó la revolución, que pisoteó a su pueblo, y le robó cualquier resquicio de esperanzas de apertura, ante el miedo de perder sus prerrogativas y su inmenso poder.
Luce patético el viejo y achacoso "héroe" de Bahía de Cochinos. No le pega a Fidel ese estar pontificando sobre lo humano y lo divino. Y no le pega, porque sencillamente carece de autoridad moral para estar dictando cátedra deontológica sobre materias que ha reprobado en su largo ejercicio dictatorial. Ese papel de gurú, como quien está más allá del bien y del mal, no es precisamente para un personaje como él, cuyas ejecutorias están signadas de autoritarismo, y manchadas de sangre. Y le luce menos ese estar entrometiéndose en los asuntos internos de Venezuela, que no le va ni le viene, en un papel de ángel guardián de Chávez que todos sabemos responde a intereses crematísticos, y de mera supervivencia política de su añejo manual comunistoide en retirada del mundo civilizado.
El recurso de la retórica política le funcionó muy bien a Fidel Castro hasta hace no mucho tiempo. Su fuerza histriónica, su poder verbal, su capacidad oratoria, su elocuencia y su inteligencia, fueron sin duda sus soportes y sus fortalezas. Castro siempre fue un tiro al piso. Su magnetismo personal hizo posible que electrizara a las masas (para conducirlas al abismo). Castro fue siempre el arquetipo del revolucionario, el líder de las circunstancias, el invitado permanente, el hombre circo que hacía las delicias de todos los públicos. Pero el tiempo pasó y cobró muy caro en su andar. Fidel ya no es el hombre de las dificultades. Sus palabras, en lugar de electrizar, suenan a pelmazos de un líder en su ocaso. Fidel perdió su capacidad de engañar y lo único que le queda es retirarse (de veras, no de mentiritas como ha hecho hasta hoy), reflexionar en torno a sus ejecutorias y encomendarse al "todopoderoso" para que le perdone lo que se pueda perdonar.
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