Por Roberto Álvarez Quiñones
" Yo no soy un aspirante a Presidente de la República… no me importa ningún cargo público, no me interesa el poder ".
Así declaró solemnemente Fidel Castro al asumir en el Palacio Presidencial de Cuba el cargo de Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, el 16 de febrero de 1959, luego de dirigir el país tras bambalinas desde 1 de enero sin formar parte de aquel gobierno “provisional”.
Su desinterés conmovió a la nación. Se trataba de un líder diferente, un patriota legítimo ungido celestialmente con un altruismo inédito en la historia republicana. Despojado de la ambición personal de los políticos tradicionales, Fidel estaba anunciando que no participaría en las elecciones presidenciales que se iban a celebrar pronto, según él había prometido desde la Sierra Maestra.
Aquel patriótico servidor público “provisional” el próximo 1 de enero de 2011 ampliará a 52 años su marca como recordista mundial de los dictadores, la que impuso en noviembre de 2007 cuando desplazó a Kim Il Sung, quien gobernó a Corea del Norte por 48 años y 5 meses, hasta su muerte en 1994.
El comandante sin ambiciones es hoy el hombre que ha gobernado por más tiempo un país en toda la historia mundial sin ser rey, emperador o príncipe, y el único que ha alcanzado medio siglo como tirano.
Y es dictador aún porque aunque no es ya Presidente de Cuba sigue siendo el Primer Secretario del Partido Comunista, que según la Constitución socialista es la máxima instancia de poder en la Isla. O sea, es Fidel, y no Raúl Castro, el número uno del país.
Pero para no ser injustos del todo con él, recordemos que pocas semanas después de declinar su posible candidatura para Presidente lanzó la consigna de ¿Elecciones para qué? Y la gente, embriagada de euforia revolucionaria, no supo captar el mensaje.
Si analizamos lo ocurrido cabe preguntarse ¿Es que por algún fenómeno cósmico no previsto por Einstein el tiempo se detuvo en la Isla y no en el resto del planeta?
Sólo tomando prestada la fantasía imaginativa de Julio Verne podemos visualizar el mundo de hoy si hubiese sido congelado en el tiempo igual que Cuba.
Es Dwight Eisenhower, y no Barack Obama, quien trata de mantener a flote la reforma del sistema de salud aprobada por el Congreso. Rafael Leónidas Trujillo y Luis Somoza se reúnen para ampliar lazos comerciales entre República Dominicana y Nicaragua, y de apoyo al Gobierno de Francois Duvalier en la reconstrucción de Haití. El presidente argentino, Arturo Frondizi, se muestra molesto por las revelaciones dadas a conocer en Internet por Wikileaks.
Los mandatarios Konrad Adenauer de Alemania, Jawaharlal Nehru, de India, y Juscelino Kubitschek de Brasil, proponen ampliar el número de miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Francisco Franco alerta contra las repercusiones en España del vaivén del euro. El gobernador blanco de Sudáfrica, Ernest Jansen, felicita a Nelson Mandela en su cumpleaños, y Adolfo López Mateo pide al PRD y al PRI que apoyen el plan del Gobierno contra los narcotraficantes.
Gamal Abdel Nasser, de Egipto, asiste a un acto por la caída del Muro de Berlín (que no existía en 1959, fue erigido en 1961). En Tel Aviv, el primer ministro David Ben-Gurion denuncia un plan de Teherán de ataque nuclear contra Israel, que el Sha de Persia, Reza Pahlevi, califica de calumnia. El presidente francés Charles De Gaulle, y el de Indonesia, Sukarno, visitan juntos exposición en París. El rey Hussein de Jordania aterriza de emergencia en Beirut por fallas técnicas en el avión que él mismo piloteaba.
Mao Tse Tung anuncia que China está dispuesta a dejar flotar el yuan en los mercados monetarios, como pide Occidente. Nikita Kruschev insiste en reforzar lazos militares de Rusia con el gobierno autoritario del presidente Rómulo Betancourt de Venezuela, mientras el presidente de Colombia, Alberto Lleras Camargo, expresa ante la OEA su preocupación. El dictador paraguayo Alfredo Stroessner y el presidente de Chile, Jorge Alessandri, atacan verbalmente al presidente de Bolivia, Hernán Siles Zuazo.
Esto pareciera una crónica de ciencia ficción, pero son sólo algunos de los colegas de Castro en 1959. Excepto el cubano, todos estos Caín y Abel de mediados del siglo XX se fueron al infierno o al cielo, y nadie se acuerda de ellos.
Por cierto, Castro y Kim sacan enorme ventaja como campeones dictatoriales, pues el tercer lugar lo ocupa Moammar El Gadhafi, con 41 años dando órdenes; y el cuarto es el albano Enver Hoxha, que acumuló 40 años. Los 4 integran el exclusivo Club de las Cuatro Décadas.
Luego están empatados el gallego Francisco Franco y el portugués Oliveira Salazar, ambos con 36 años. El paraguayo Alfredo Stroessner y el mariscal Josip Broz Tito de Yugoslavia están empatados con 35 años.
Después vienen el vietnamita Ho Chi Minh (34 años), el húngaro Janos Kadar (33 años); el congolés Mobutu Sese Seko (32); seguidos de Trujillo, el angolano Jose E. Dos Santos —y Teodoro Mbasolo, de Guinea Ecuatorial —estos dos últimos aún el poder— con 31 años. A continuación aparecen empatados Hafiz El Assad, de Siria, Habib Bourgiba, de Túnez, y Robert Mugabe de Zimbabwe —sigue gobernando—, con 30 años cada uno, seguidos por el soviético José Stalin, Hosni Mubarak de Egipto —en el poder— y Julius Nyerere de Tanzania, con 29 años. Con 28 años está Paul Biya, actual gobernante de Camerún. Empatados con 27 años aparecen Mao Tse Tung, el venezolano Juan Vicente Gómez y el mexicano Porfirio Díaz.
Cerca de otros 30 dictadores acumulan más de 20 años, como el argentino decimono Juan Manuel Rosas (1829-1852) y Benito Mussolini (1923-1945). Y varias decenas se ubican entre 11 y 19 años, entre ellos Napoleón Bonaparte (1799-1815) y Adolfo Hitler (1933-1945).
Por sus consecuencias para el mundo o a nivel regional, y no sólo para sus propios pueblos devastados, probablemente los siete peores dictadores del siglo XX fueron Hitler, Stalin, Mussolini, Mao, Sadam Hussein, Castro, y también Pol Pot, quien aunque no trascendió las fronteras nacionales con su dictadura maoísta casi exterminó al pueblo camboyano.
Sin embargo, el caribeño fue el único de los siete que tuvo astucia suficiente para hacerse aplaudir internacionalmente como paladín de los pobres y los oprimidos, y para perpetuarse en el poder engañando a media humanidad, en particular a Hallgeir Langeland, el miembro del parlamento noruego que lo nominó para el Premio Nobel de la Paz.
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