|
De: IGNACIOAL (Mensaje original) |
Enviado: 13/12/2010 18:29 |
Estafas y Mentiras de la Leyenda Comunista
Era un escritor de escritores. Un observador libre e independiente de la vida cultural europea y española pero, sobre todo, francesa, o por ser precisos, parisina. La ironía y la frescura de sus críticas siempre mordaces y certeras no dejaban a nadie indiferente, y menos a ciertos intelectuales de izquierda a quienes fustigaba sin piedad cargado siempre de razones y de sabrosas anécdotas sacadas de su prolífica memoria formada mediante una azarosa experiencia cultural y política.
La puerta de Brandeburgo, testigo del Reichtag
El 27 de febrero de 1933 a primeras horas de la noche, un incendio se declara de manera imprevista en el Reichstag, las Cortes alemanas, en Berlín. Hacía exactamente un mes que Adolfo Hitler había sido nombrado Canciller, tras haber ganado unas elecciones amañadas. La sorpresa fue total, no estaba previsto por nadie, ni por los nazis, ni por sus adversarios. Hitler, que escuchaba a Wagner, en casa de los Goebbels, y tras una apacible cena, fue avisado por teléfono, y se puso a dar brincos de histérica alegría: ¡Ya está! ¡Ahora los aplastamos!. Y de inmediato dio ordenes para que comenzara la represión a gran escala contra toda su oposición. La ley de excepción en este sentido fue proclamada el 1º de marzo. Delenda la República de Weimar. En cuestión de horas, a lo sumo unos días, dos versiones oficiales sobre el incendio, se afrontan: la versión nazi, según la cual el incendio del Reichstag era obra de los comunistas y la señal del comienzo de una nueva insurrección armada. Recordemos, cosa totalmente olvidada, que apenas finalizada la Gran Guerra, varios conatos insurreccionales habían tenido lugar en Alemania, a lo que a veces se ha calificado de “movimiento espartaquista”. Fueron sangrientamente sofocados por el ejercito. Por parte de la Internacional Comunista, la versión oficial denunciaba a los nazis como los incendiarios del Reichstag, una provocación que les servía de coartada para desencadenar la represión. La cual fue muy real y atacó a todos, a los comunistas, desde luego, pero también a los socialistas, demócratas, y, no faltaba más, a los judíos. La verdad es que si tanto los nazis como los comunistas lograron en gran medida utilizar en beneficio propio dicho incendio, su autor fue quien había sido detenido la misma noche en el lugar mismo del incendio, Marinus Van der Lubbe, un joven holandés desquiciado, patético psicópata, que había querido realizar un acto sublime, espectacular, histórico. Todo el mundo decía entonces que un hombre sólo jamás hubiera podido desencadenar un incendio tal. Pues por lo visto, sí. Ese casi minusválido tenía pocas dotes, pero era buen pirómano y el viejo edificio tenía suficiente madera y cortinas deshilachadas, para que una sola persona pudiera prender fuego a todo. Las dos potentes máquinas de propaganda y fraude, la nazi y la comunista, se ponen en marcha. En Berlín, fueron detenidos varios comunistas alemanes, el más conocido fue el diputado Ernst Tergler, y tres búlgaros, entre ellos, el ya muy conocido Jorge Dimitrov, responsable de la Internacional Comunista para Europa, luego secretario general, y tras la guerra, presidente de Bulgaria comunista. Y claro, el alelado de Van der Lubbe, el único que sería condenado a muerte y ejecutado. Si los nazis organizaron un espectacular proceso de Leipzig contra los detenidos comunistas que durará semanas, la Internacional Comunista organizó varios contraprocesos en París, Londres, y en donde pudo -y podía mucho- muchas campañas de prensa, conferencias, etc, en estos y otros países, como los USA. Los de siempre, convencidos o engañados, H.G. Wells, André Malraux, y un larguísimo etcétera, se lanzaron en una gran campaña antinazi que tuvo rápidamente resultados políticos prácticos: gran simpatía hacia la URSS, y creación de los Frentes Populares, en España y Francia, por ejemplo. Todo ello controlado y dirigido por Moscú, o sea por Stalin, y sus agentes. Esa misma operación, bajo diferentes pretextos, pero siempre a favor de la URSS, se ha repetido desde 1933 hasta la implosión de esa misma URSS. Después de la guerra, una de las estrellas más vistosas y más asquerosas de esa política fue Jean-Paul Sartre, que se “rehabilita” cíclicamente. Por los años treinta, en medio de ese derroche de mentiras, había una trágica y nauseabunda realidad: el nazismo y su represión totalitaria. Claro que la ideología marxista al denunciar al nazismo cometió graves y voluntarios errores porque no podían ir al fondo de un análisis demoledor del totalitarismo nazi, ya que un tal análisis les hubiera conducido a condenarse ellos mismos y a condenar el totalitarismo comunista, tan semejantes eran los dos sistemas enfrentados. Bueno, aparentemente enfrentados, ya que el “proceso Dimitrov” fue una farsa. La ideología comunista, y mucho perdura hoy de ese sofisma, denunciaba al nazismo únicamente como una forma extrema de capitalismo, y por lo tanto, el enemigo central, histórico, seguía siendo el capitalismo; el nazismo no era más que uno de sus avatares. El “proceso Dimitrov” fue una farsa porque entre bambalinas y a través de sus agentes de la Gestapo y el GPU, siglas entonces del KGB, Stalin y Hitler se habían puesto de acuerdo para que Dimitrov y sus dos lugartenientes búlgaros no fueran condenados. Que se condenara a los comunistas alemanes, no le importaba un bledo a Stalin. Fueron deportados. Es cierto que, preventivamente, cuando Dimitrov fue detenido, Stalin ordenó el arresto de 20 ingenieros y peritos alemanes que trabajaban en la URSS acusándoles de ser espías como baza para un posible canje, pero no fue necesario, el acuerdo fue mucho más profundo y político. Efectivamente, después de un proceso a bombo y platillo, en el que se permitió a Dimitrov pronunciar un vehemente discurso de fe comunista -que se dio a conocer al mundo entero- y de algunos meses de cárcel, Dimitrov y sus lugartenientes son liberados y se marchan a Moscú donde se les recibe como héroes. Stephen Koch, en su libro “El fin de la inocencia”, del que me he servido para escribir estas líneas (junto con las autobiografías de Arthur Koestler y otros), comenta un aspecto interesante de estos episodios: toda la propaganda comunista y “antifascista” realizada en torno al incendio y al proceso atacaba esencialmente a Ernst Ron, mucho más que a Hitler y a sus Secciones de Asalto (SA), la organización nazi más extremista y proletaria que Hitler liquidaría pocos meses después asesinando masivamente a sus dirigentes y al propio Rohn durante “la noche de los cuchillos largos”. ¿Se trata de una coincidencia o de una colaboración secreta?. El caso es que a partir de esa matanza, Stalin consideró a Hitler como un jefe de Estado serio y responsable que había que tener en consideración. Este fue el inicio del camino secreto que condujo al pacto nazi-comunista de 1939. En mi breve periodo de militante comunista me extrañaba de que esos bárbaros nazis, cuyas atrocidades se conocían después de la guerra, no hubieran ni fusilado ni deportado a un líder como Dimitrov. Se me respondía que la estatura moral, el valor y la inteligencia de Dimitrov aplastaron a sus mequetrefes jueces. No me lo creía. También que la URSS imponía respeto y temor. Tal vez, pero en 1941 los nazis la atacaron, sin temor ni respeto. Llegué a la conclusión de que en 1933 el nazismo incipiente aún no había montado su máquina perfecta de represión y exterminio y cometió ese fallo. Jamás hubiera pensado que todo era mentira y comedia. Como mentira y fraude fueron: el proceso del POUM, el de Kravechenko, la masacre de Katyn, el caso de los esposos Rosenberg y tantos otros que iré comentando al compás de mis relecturas. Porque la mentira y la leyenda perduran. EL ASUNTO KRAVCHENKO.
" YO ELEGÍ LA LIBERTAD "
Los años inmediatamente posteriores a la liberación en París fueron años curiosos junto a una gran alegría y a un ambiente de fiesta permanente, como hubiera querido ser la movida madrileña salvo en cuestión de drogas, ya que la movida fue esencialmente eso, ambiente festivo que se justificaba por el fin de la guerra, de la ocupación nazi, de la penuria, pero que duró más años de los previstos y que, en mi caso, coincidían con una adolescencia muy libre aunque económicamente pobre. En medio, pues, de esa euforia casi general, estalla el escándalo Kravchenko. Para entender las repercusiones de dicho escándalo hay que precisar que el “espíritu de la Resistencia”, el marxismo-leninismo, el PCF y el prestigio de la URSS, dominaban las mentes y los medios informativos. La URSS, por ejemplo, no era una de las potencias que habían vencido sino la única potencia vencedora. La gigantesca aportación a la guerra y a todos los niveles de los USA, o la heroica soledad de Gran Bretaña frente al nazismo durante años, estaban ocultados o negados. Y la traducción al francés en 1947 del libro “Yo elegí la libertad”, ya célebre y muy vendido en otros países denunciando el totalitarismo soviético y su Gulag, chocaba frontalmente con el conformismo progre dominante. Confieso que yo sin ser aún militante me creía casi todo de la mentira comunista, no entendía muy bien el porqué de tan desmesurado escándalo. Ya se habían publicado otros libros antisoviéticos, desde luego insultados y sus autores difamados, como, para dar el ejemplo más conocido, “El cero y el infinito” de Arthur Koestler, que no habían despertado una tal furia, un tal odio. Hoy, ese escándalo se explica fácilmente, creo: si el de Koestler era un libro apasionante y muy crítico, en novela se quedaba, mientras que el de Kravchenko era el testimonio de un funcionario soviético que se había aprovechado de un viaje oficial a EE.UU en 1943 para “elegir la libertad” y denunciar el totalitarismo. Lo hace en los USA, o sea, en un país aún en guerra contra el nazismo. Además pocos años más trade en 1947-48, algunos como David Rousset, ex trotskista y ex deportado en los campos nazis, después de haber denunciado en dos libros la actividad de los “kapos” comunistas en dichos campos, había iniciado una campaña internacional de denuncia de los campos soviéticos. Había que censurar definitivamente y como fuera la voz de la verdad. Si toda la prensa comunista, que era impresionante por aquel entonces, atacó a Kravchenko, fue curiosamente “Les Lettres Françaises”, semanario cultural del PCF, el encargado de librar la principal batalla contra Kravchenko y su testimonio. En 1947 este semanario no estaba dirigido por Aragón y su lugarteniente Pierre Daix, quienes dirigían Ce soir, el vespertino del PCF (fundado en 1937 con dinero robado a la República española, dicho sea de paso). Se hicieron con la dirección de “Les Lettres Françaises” cuando Ce soir tuvo que cerrar por falta de lectores. Ahora pienso que si el PCF eligió a ese semanario literario, fundado clandestinamente bajo la ocupación nazi por Jacques Decour (fusilado por los nazis) y Jean Paulhan (ese magnífico resistente quién protestó, valiente y solitario, contra una depuración de los medios intelectuales absurda e injusta, conducida por los comunistas después de la guerra) era porque siendo precisamente cultural y no portavoz oficial del PCF podía pedir a ilustres intelectuales, comunistas o no, sus testimonios y sus apoyos incondicionales a la URSS contra Kravchenko. Y así fue. Porque ¿quién en 1947, 48, 49 en las seudo elites políticas e intelectuales francesas iba a reconocer que la URSS era una país totalitario con millones de inocentes en su Gulag? Nadie se atrevía. Ni Mauriac, ni Merleau Ponty, ni Sartre, ni Camus, etc. Nadie. Fueron evolucionando poco a poco y para algunos es posible que el libro y el proceso influyeron en su evolución. Si Camus claramente y Merleau-Ponty confusa y tímidamente evolucionaron hacia el antitotalitarismo, Sastre, a partir de la Guerra de Corea (1950), se convirtió en el más asqueroso de los propagandistas sin carné del comunismo totalitario. El más lúcido de todos fue, ya entonces, Raymond Aron. ¿Cuál era la base de la conspiración comunista contra Kravchenko?. Lo primero, evidentemente, que todo lo que contaba en su libro era falso; en la heroica URSS, única vencedora del nazismo, no había Gulag, no había censura, no había cárceles, no había Inquisición, no había injusticias, ni explotación, ni miseria, si aún no era el paraíso terrenal por culpa del cerco imperialista, a eso iban con paso decidido victoria tras victoria. Pero no se limitaban a su propaganda habitual, declararon que Kravchenko no existía, que era un invento de la CIA, que no sabía ruso y que por lo tanto no había podido escribir “Yo elegí la libertad” en ruso, que ese “engendro” lo había redactado una comisión montada por la CIA con mencheviques. Como si tal cosa, los mencheviques, o sea los socialdemócratas rusos no bolcheviques, se convertían en agentes de la Gestapo primero, de la CIA después. Como los trotskistas, vaya.
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 3 de 3
Siguiente
Último
|
|
Kravchenko plantó querella al semanario para defender la verdad y su honor y el juicio comenzó el 24 de enero de 1949. Fue un proceso muy mediático, se diría ahora, el Tout-París político y cultural asistió como testigo o entre el público. Pero yo sólo veo a una señora aún relativamente joven, de apariencia humilde, corresponsal de un semanario del exilio ruso: “El Pensamiento ruso”, un semanario que existía en París antes de la guerra pero que los nazis prohibieron por ser liberal y luego siguió prohibido mientras hubo ministros comunistas en el Gobierno de Gaulle, con André Malraux, ministro de Información. Los socialistas que habían echado a los comunistas del Gobierno de 1947 (era otro partido socialista) habían autorizado la salida del “Pensamiento Ruso”. Algún erudito debería proponer a algún editor como Circe editar un libro sobre este semanario, en donde no sólo publicó Nina Berberova, de la que aquí se trata, sino también V. Nabokov, M. Heller y tantos otros, flor y nata del pensamiento ruso precisamente. Durante los dos meses que duró el proceso, Nina Berberova asistió con desgarramiento al derroche de mentiras prosoviéticas, proferidas por católicos como Martín-Chauffier, por premios Nobel, como Joliot-Curie (este comunista y físico nuclear también ayudó a la URSS para su bomba atómica) por generales, ministros, escritores, etc. Al lado de tantos famosos, Calude Morgan, director entonces del semanario y su editorialista André Wurmser parecían patéticos escribidores quienes repetían como contestadores automáticos: “Kravchenko es un fascista, todo anticomunista y antisoviético es un fascista”, y lindezas por el estilo que aún se pueden leer en la prensa española a veces con adaptaciones geográficas. Claro, también hubo testimonios a favor de Kravchenko y sólo citaré uno, el de Alejandra Buber-Neumann (deportada en los campos soviéticos y que Stalin regalará a Hitler con otros alemanes antinazis, en el momento del Pacto nazi-soviético y que conocerá los campos nazis). Ha publicado sus memorias de deportada en los dos sistemas concentracionarios totalitarios. Si la gran señora y buena escritora que fue Nina Berberova se estremece durante el juicio, ante tanta mentira pro soviética, ante tanto odio, más tarde escribiendo sus memorias “Quien subraya soy yo”, se indigna al constatar cómo, años después, con la publicación de los primeros textos de Soljenitsyn y de otros disidentes que confirman y amplían el testimonio de Kravchenko y su denuncia del totalitarismo, ninguno de los que le calumniaron, insultaron, desearon su muerte a voz en grito, ninguno tuvo el valor de declarar siquiera: “Me he equivocado. Kravchenko tenía razón”. Peor aún, en este país en donde tantos exigen memoria y conciencia histórica, abundan los que como Haro Tecglen y sus contertulios de “El País” siguen afirmando que Kravchenko fue un estafador, agente de la CIA. Hasta Rafael Conte en una tercera de ABC lo calificaba así recientemente. El tribunal dio la razón a Kravchenko y condenó a las “Lettres Françaises”. En cambio se declaró incompetente para juzgar la naturaleza del régimen soviético. Varios años después del proceso el cadáver de Kravchenko fue hallado en un hotelito de Nueva York. La tesis oficial fue suicidio... Artur London
El caso de Arturo London es uno de los más conocidos, pero su destino es parecido al de miles y miles de responsables comunistas, a la vez víctimas y verdugos, abnegados militantes y repugnantes policías, destinos trágicos, si se quiere, pero ante todo, ejemplos siniestros de la inhumanidad del sistema totalitario. Pero los “robinsones crusoes” del naufragio del totalitarismo que se dedican, desde sus fértiles islas, a blanquear la historia negra del totalitarios con pingües beneficios han querido hacer de London el ejemplo luminoso del buen comunista, ala vez abnegado luchador antifascista y víctima del estalinismo. Pero esto no es sino una estafa más. Primero porque no se puede separar tajantemente el “estalinismo” del “leninismo” o del “maoísmo” ni de toda la experiencia totalitaria en el mundo entero. Y segundo porque London, como tantos, fue un disciplinado militante de la Internacional Comunista que hacía lo que le decían sus jefes. Su biografía también es clásica, por así decir: nace en 1915 en Ostrava (Checoslovaquia), en una familia de artesanos. A los 14 años se adhiere a las Juventudes comunistas y pronto tiene responsabilidades locales. En 1934 está en Moscú recibiendo sus cursillos de adiestramiento. En 1936 le envían a España. Aquí, su biografía oficial destaca una primera mentira: se alistó en las brigadas Internacionales y combatió hasta la caída de Cataluña. London no combatió durante nuestra guerra civil, fue uno de los policías de la Internacional encargado de la selección y depuración de cuadros (no se trata de pinturas, sino de militantes responsables). Esto lo escribió él mismo más tarde en uno de sus innumerables informes que, desde la cárcel, enviaba a las autoridades comunistas checas para demostrar su comportamiento de militante estalinista disciplinado en todo momento. Lo cual no le evitó la tortura, como bien es sabido. Su viuda, Lise London, nos explica que hay que situar el término “depuración” en su contexto: “He aquí, sin lugar a dudas, un término que fuera de su contexto y sin tener en cuenta el vocabulario comunista, ha podido y podrá suscitar comentarios. Si debiera significar algo diferente al control de los cuadros en una situación de excepción se hubieran encontrado ya pruebas precisas”. (Lise London. Nota a pie de página 25 del libro “Aux sources de L´Aveu” (Las fuentes de “La Confesión”. Ed. Gallimard, 1997). Esta señora, que después de haber exigido a las autoridades comunistas checas el fusilamiento de su marido, detenido y torturado, se hizo su agente literario, finge ignorar que las pruebas precisas sobre crímenes comunistas en España abundan. Otra mentira de su biografía oficial es cuando se apunta que London entra en la resistencia antinazi en Francia en agosto de 1940. Por esas fechas corría aún el pacto nazi-soviético (1939/1941) y no sólo no había resistencia comunista en Francia sino que el PCF intentó colaborar con los nazis sin éxito y los comunistas franceses, como los demás comunistas en el mundo, sólo se lanzaron a la lucha antinazi a partir de la invasión, por sorpresa, de la URSS por el ejército nazi en junio de 1941. Antes, en 1939, London había denunciado a Vladimiro Clementis, su compatriota y camarada, que se había mostrado muy crítico en relación con dicho pacto nazi-soviético precisamente. Clementis fue expulsado de PC checo y durante la guerra se refugió en Londres. Tras la victoria aliada se reconcilió con su partido y volvió a Praga en donde, después del golpe comunista que se hizo con todo el poder en 1948, fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores y London, ¡las vueltas que da la vida!, viceministro, o sea, el adjunto del camarada que había denunciado. Pero ambos, durante la tremenda ola de represión que sacudió a todas las seudo “democracias populares” a principios de los años cincuenta se vieron juzgados, acusados de ser agentes del imperialismo yanqui y trotsquistas y fusilado Clementis ( y varios más) y London condenado a cadena perpetua, luego amnistiado. Si el terror comunista se ejerció tanto contra sus enemigos como contra sus propios militantes (y masivamente contra la población civil) demuestra claramente la voluntad despótica del poder absoluto por parte de los tiranos. Cada proceso tiene sus peculiaridades, que pese a ser secundarias, son reales. Así, en el caso de London, como en el de otros muchos otros, se nota el odio de Stalin por los cosmopolitas, los judíos (el libro negro del antisemitismo comunista en Europa está por escribir) y todos aquellos que poco antes y durante la gran guerra habían actuado en la resistencia antinazi como durante nuestra guerra civil (prácticamente todos los responsables soviéticos que estuvieron en España en 36-38 fueron fusilados o murieron por el Gulag a su regreso a la URSS). La represión comunista después de 1945 no se ejerció únicamente contra estos “cosmopolitas”, como London, pero muchos de ellos fueron sus víctimas y pocos lograron sobrevivir. Si en agosto de 1940 no podía ser resistente antinazi en Francia, es cierto que lo fue después de junio de 1941 en los medios exiliados controlados por la Internacional Comunista mientras existió, luego en el PCF. Pero en 1942, “Gerard” era su seudónimo, fue detenido y deportado en Mauthausen, uno delos campos de concentración nazis. Creo que en ese campo, como en Buchenwald, los comunistas lograron hacerse los “kapos”, pero no puedo afirmarlo aunque sea fácil verificarlo. Esta precisión sobre la biografía de London queda registrada, la verdad es la verdad. Volvamos al principio, o sea a la fabricación de la figura del “buen comunista” London que sirve para reforzar a la socialburocracia postcomunista en su gigantesca manipulación histórica que consiste en conceder tales o cuales errores y, a regañadientes, ciertos crímenes, con tal de salvar lo esencial: una doctrina, esencialmente Marx, una historia-leyenda, el movimiento obrero revolucionario, esencialmente marxista, para lo cual es necesario mentir mucho y seleccionar arbitrariamente lo “bueno”, utilizable hoy, de lo “malo”, negado o tirado por la borda, según los casos. ¿Para qué tantos esfuerzos? Para mantenerse a flote, o sea, en el poder o sus aledaños. Pues bien, en 1996, Karel Bartosek, un ex comunista checo, disidente y afincado en París, publica “Les aveux des Archives” (“Las confesiones de los Archivos”, Ed. Le Seuil) en donde, basándose precisamente en los archivos semiabiertos del totalitarismo, en este caso los de Praga, y en una encuesta personal, denuncia todo el enrevesado intríngulis mafioso, político, comercial, de espionaje, etc, entre los partidos comunistas occidentales y Praga, que fue durante más de veinte años la sede del movimiento comunista para Europa. Entre otras cosas interesantes, este libro muestra las contradicciones, pero también sufrimientos, del disciplinado aparatchik London. Inmediatamente todos los que quisieron salvar del naufragio a los PC occidentales como si nada hubieran tenido que ver con el totalitarismo, (el libro de Bartosek demuestra exactamente lo contrario) y que intentan santificar la figura de London se indignan y, con procedimientos que recuerdan los buenos tiempos del totalitarismo triunfante, ponen en tela de juicio la persona y actividad del autor y si no, afirman categóricamente que es agente de la CIA, casi, casi. Entre otras manifestaciones de esta indignación está el librito al que ya he aludido: “Las fuentes de La Confesión” que para toda persona que sepa leer demuestra exactamente lo contrario de lo que pretende demostrar: que London fue un militante servil, que depuraba en España, que acató el pacto nazi-soviético denunciando a los inconformes y todo lo demás. Y por añadidura recordaré que A. London, después de salir de la cárcel donde sufrió largas semanas de tortura, escribió, aún en Checoslovaquia, un libro sobre nuestra guerra civil, “¡España, España!”, en el que recoge todas las mentiras comunistas sobre ese tremendo episodio nacional. Hasta aquí hemos llegado en la inmundicia. La verdad sobre la KGB
KGB. Los Archivos Mitrokhin. Acabo de comprar dos libros. Esto no es ningún scoop, desde luego, y además he comprado otros, pero voy a comentar estos dos: el primero es el de los archivos del tránsfuga del KGB, Mitrokhin, que Christopher Andrew ha utilizado para redactar este libro. El segundo, comprado ayer, pero que se publicó en Francia el pasado mes de julio, viene rodeado de un tufo luciferino y condenado -sin leerse- a las llamas eternas por la nueva Inquisición socialburócrata. Se trata de “La guerra civil europea. 1917-1945”, de Ernst Nolte. Me parece un libro fundamental, pero lo comentaré en otra ocasión.
|
|
|
|
Cuando se publicó el libro de Andrew/Mitrokhin en Gran Bretaña con cierto eco mediático yo noté que la prensa, no sólo la “progresista” en Francia y España, se mostró muy cauta, incluso molesta. Creo que en el único país, aparte de Gran Bretaña, en donde la publicación de fragmentos del libro en la prensa británica desencadenó una polémica, fue en Italia. Sin embargo, no hay más informaciones sobre el KGB en Italia que en Francia, Gran Bretaña o USA, por ejemplo. ¿Será que hay más interés por liquidar la leyenda comunista en ese país? Debo reconocer que el libro me ha defraudado, esperaba más informaciones inéditas. Sin duda soy un lector algo particular, ya que había leído mucho sobre el tema: “Agente de Stalin” de W. Krivitsky, las espeluznantes memorias de un jefe del KGB sin el menor remordimiento; al revés, “Misiones especiales” de Pavel Sudoplatov, libro esencial sobre la actividad del KGB; “El fin de la inocencia” de S. Koch, Soljanitsyn, claro, y muchos más. Christopher Andrew ha decidido escribir un libro de análisis político a partir de los archivos del KGB que logró sacar de la URSS Mitrokhin, o sea, que evidentemente no está todo, sino que el propio Andrew nos advierte que no cita ciertos nombres y elude ciertos casos para evitar pleitos y procesos. Libro de análisis político, por lo tanto, interesante y antitotalitario, pero mucho menos agudo que el de François Furet, por ejemplo. Pese a sus diferentes siglas utilizaré sólo las de KGB, que comienza sus actividades terroristas a partir del golpe bolchevique de 1917. Son actividades de represión sangrienta, algo así como los “paseos” durante nuestra guerra civil pero a mayor escala, siempre a las órdenes del partido, pero sin que se haya constituido un cuerpo especial, centralizado, jerarquizado, con características inéditas: se trata, en efecto, de una policía política y a la vez de un servicio de espionaje, con su sección especial, que en la jerga del KGB se llamaba “operaciones húmedas”, y sabido es que la sangre... Si los bolcheviques se inspiraron, en parte, en la policía secreta zarista, la OJRANA, elevaron su importancia y eficacia a niveles jamás conocidos en la Historia. Los nazis, con su Gestapo, se inspiraron directamente, y con ayuda del KGB, pero pese a su eficacia criminal, nunca lograron alcanzar del todo la importancia del KGB, que tuvo agentes, colaboradores, informadores y asesinos en todos los países del mundo. En todo caso, en todos donde existía un partido o peña comunista y una embajada y consulado soviéticos. El libro de Andrew/Mitrokhin confirma las diferentes etapas y prioridades del KGB a las órdenes del partido. Después de la represión feroz para afianzar al poder bolchevique, sobre todo dentro, pero también fuera de las fronteras de la URSS, llega con Stalin el periodo de la caza y captura de los trotskistas. Puede parecer increíble la saña con la que el KGB, y los comunistas en general, persiguieron y asesinaron a los trotskistas, verdaderos o así tildados para mejor exterminarlos, cuando se sabe que en realidad eran grupos ultra minoritarios que jamás representaron un peligro real para la URSS. Tampoco nos dicen nada nuevo sobre el asesinato de Trotski, y antes de su hijo Lev Sedov, trotskista convencido y activo, pero totalmente ingenuo. Ya sabíamos que el tan apreciado pintor mexicano Siqueiros, estalinista fanático, encabezó un comando que entró en la casa de Trotski en la afueras de México D.F. disparando a bocajarro, pero sin alcanzar ni a Trotski ni a su mujer ni a su nieto. Fue Ramón Mercader quien logró asesinarle. Ya lo sabíamos. Para la historia del realismo socialista mexicano recordaré que en aquel momento Diego Ribera era trotskista, se hizo estalinista más adelante. A mi modo de ver, esta prodigiosa actividad antitrotskista no puede explicarse del todo sin tener en cuenta la paranoia de Stalin sobre el complot permanente contra él, paranoia responsable de millones de muertos. Durante la II Guerra Mundial, y después del ataque nazi por sorpresa en junio de 1941, el KGB defendió a la URSS, lo cual no quiere decir que todas sus acciones fueran dirigidas contra la Alemania nazi, ni hablar: la masacre de 5.000 (!) oficiales polacos, patriotas antinazis en Katyn, o la captura y ejecución de Raúl Wallenberg, el diplomático sueco “culpable” de haber salvado a casi 100.000 judíos húngaros desde la embajada de su país, en Budapest, y muchas otras “operaciones húmedas” no pueden francamente calificarse de acciones antinazis. Tras la guerra llega la época que calificaré de “la bomba atómica”. Todos los esfuerzos del KGB (dirigidos precisamente por Sudoplatev) y sus colaboradores comunistas se volcaron en la búsqueda de los secretos de fabricación de la bomba A, luego H, y lo lograron. No contaron sólo con el KGB, también obtuvieron la colaboración de científicos occidentales como el italiano Pontecorvo -hermano del cineasta-, de Joliot Curie, y si no en este libro, en otros se admite que algo hizo el propio Oppenheimer, “padre” de la primera bomba A. Era durante la guerra y los soviéticos eran sus aliados. Asimismo colaboraron otros científicos menos conocidos en Gran bretaña, y claro, también en los USA. Todo ello permite a la URSS dotarse primero de la de bomba A, la H después. El libro de Andrew/Mitrokhin confirma, con muchos detalles, que Juluis y Ethel Rosenberg dirigieron una red de espionaje a cuenta del KGB en los USA pese a la propaganda filosoviética tan abundante, aunque los que robaron los planos de la primera bomba A en Los Álamos fueron Hall y Fuchs. El cuñado de Ethel, marido de su hermana Greenglass, también en Los Álamos, fue muchos más torpe. Toda esa batalla por la bomba A comenzó, claro, durante la Guerra Mundial. Paralelamente a esa batalla, y justo después de la guerra, el KGB prepara la III Guerra Mundial -antes de que comience la “guerra fría”- instalando focos terroristas y de sabotaje, radios clandestinas, depósitos de armas y explosivos, en la futuras retaguardias del enemigo, o sea Europa occidental, Canadá, Estados Unidos, etc. Muere Stalin (marzo de 1953) y claro, las cosas cambian aunque la actividad del KGB no cesa, en absoluto. Jruschov, por ejemplo, abandona el proyecto de asesinar a Tito, proyecto muy avanzado. Pero lo que vale la pena resaltar es que este libro confirma rotundamente, después de tantos otros, la actividad monstruosamente criminal de Beria a la cabeza del KGB así como su “estakanovismo” en la violación de niñas, en contradicción absoluta con el libro de Beria junior y los comentarios perversos de algunos periodistas que han intentado presentarle como un hombre bondadoso y un comunista moderado. Muy deprisa -qué remedio, tratándose de un libro de 982 páginas- señalaré que el último periodo del KGB, hasta la implosión bienvenida de la URSS, fue la etapa del terrorismo internacional y de la ayuda a los “movimientos de liberación nacional” del llamado Tercer Mundo, o sea, otra forma de terrorismo financiado y armado por el KGB. Pero veo que mi espacio internauta se termina y lo dejo para un comentario futuro. Vale la pena. Concluiré este señalando que sobre España, el libro de Andrew/Mitrokhin no dice gran cosa que no sepamos. Desde luego hace referencia, aunque más superficialmente que otros libros, a la actividad del KGB durante nuestra guerra civil, la represión contra los inconformes y el POUM, el asesinato de Andrés Nin, etc. Cuentan asimismo cómo, muerto Franco y comenzando la transición democrática, Moscú se enfadó mucho con Santiago Carrillo, quien ya no obedecía como antes y se dedicaba a salir en la tele y a entrar en la Zarzuela, se puso a destruir sistemáticamente al PCE (¿quién lo lamenta?). Entonces, Moscú montó una operación con Ignacio Gallego, Agustín Gómez y Eduardo García, subvencionándoles en dólares siempre a través del KGB, no faltaba más, y añadiendo consejos y directivas para salvaguardar un partido comunista en España. Fue un fracaso. Ya antes de la muerte de Franco, el KGB montó una operación equivalente con Lister, no citada en este libro, y también fracasó. A los españoles, está visto, no nos gusta el comunismo. 80 años de mentiras y crímenes
Este último fin de semana, el PCF celebraba su 80 aniversario en su sede, el bunker concebido por Oscar Niemeyer, con horrenda música “tecno”, champán, bailes y las intervenciones de ilustres carcamales descafeinados. La prensa destaca la de Federico Jorge Sánchez Semprún, quien, como está visto, no se ha despedido de nada. Para refrescarles la memoria, recordaré algunos datos que fingen haber olvidado. Nadie dice que el tan celebrado Congreso de Tours, que vio la escisión del PS y la creación del PC, se basó en la aceptación o el rechazo de las 21 condiciones que Lenin impuso para sumarse a la Internacional Comunista, cuyo objetivo esencial y declarado era la sumisión total a la URSS recién nacida (parto particularmente sangriento). Estas 21 condiciones convertían a todos los PC en un ejercito internacional ultrajerarquizado, con sus dobles organizaciones, una legal y otra armada y clandestina (como ETA y HB), para preparar con ambas la insurrección contra la democracia burguesa. En 1920, los golpes comunistas en Europa, fuera de la URSS (Alemania, Hungría, etc) aún no habían fracasado. De libertad de discusión y democracia, nada. De autonomía, nada. Era el delegado de la Internacional quien dirigía las secciones nacionales, etc. Hoy, claro, nadie habla más de esas 21 condiciones. Mucho se ha comentado de que en dicho congreso la mayoría de los delegados aprobó el ingreso en la IC, pero lo que nadie ha dicho, es que, después del congreso, el PCF, fue durante años ultraminoritario. Los militantes, electores y, por ende, diputados del PS fueron mucho más numerosos, lo cual significa sencillamente que los leninistas supieron, como de costumbre, amañar dicho congreso. Las intervenciones de León Blum, también olvidadas, contra la escisión y el bochevismo, fueron premonitorias. Después de haberse empantanado durante años en luchas por el poder en el seno del PCF, reflejo de las luchas semejantes que ocurrieron en Moscú, llega el viraje del Frente Popular, donde el PCF finge aceptar la democracia representativa y se sirve de su relativa aceptación para intentar imponer a la izquierda la defensa incondicional de la URSS. Pero llega nuestra guerra civil, el mismo año 1936, y por su situación geopolítica, digamos, el PCF se vuelca en la contienda a las ordenes de Moscú, y contribuye eficazmente a la represión bestial de la Internacional en la zona “republicana”. André Marty (el carnicero de Albacete), Auguste Lecoeur, Rol Tanguy, figuran entre los comisarios políticos más activos en dicha represión (como el propio A. London). Pero lo que, una vez más, nadie dice es que el PCF robó millones de francos al gobierno republicano. Juan Negrín hizo entregar al PCF estas sumas para comprar y enviar armas, pero cuando Stalin decidió abandonar a los “rojos” españoles para aliarse con Hitler, y ordenó el cese inmediato de toda ayuda al gobierno republicano (o, mejor dicho, al PCE), los comunistas franceses se quedaron con el dinero. Con él fundaron su diario “Ce soir”, la compañía marítima “France Navigation”, compraron el edificio de la antigua sede del PCF, calle La Fayette, coches para sus dirigentes, ¡no faltaba más! Y varias cosas más. Llega, en 1939, el pacto nazi-soviético, que aparentemente constituye un viraje absoluto, pero que los dirigentes de la IC ya conocían, puesto que las conversaciones secretas comenzaron en 1936. Pasar de representar el nazifascismo como el enemigo principal a convertirle en el mejor aliado no representó la menor crisis para el PCF, tal era su sumisión absoluta a Stalin. El único intelectual -y por lo tanto el único conocido, nadie sabe si fueron tres o cuatro, los carpinteros que hicieron lo mismo-, que se rebeló y criticó, parcialmente, dicho pacto fue Paul Nizan. Se le expulsó del PCF, con la clásica acusación de chivato de la policía, y los primeros días de la guerra 39/45 murió misteriosamente, en un frente sin combates. Otro periodo reivindicado por los actuales catecúmenos en minifaldas del PCF es la Resistencia. Pues bien, en 1940, con la derrota de Francia y la ocupación nazi, los comunistas galos, súbditos de la URSS y por lo tanto del pacto nazisoviético (como a Lenin, los alemanes llevaron al secretario general Thorez, clandestinamente, a Moscú), intentaron colaborar con los nazis, y concretamente volver a sacar su diario “L´Humanité”, que había sido prohibido por la censura militar, por colaboración con el enemigo. No lo lograron, pero llegaron a un compromiso: publicaron “La France au travail” (Francia trabaja), órgano semi-oficial de un PCF tolerado por los nazis. Llega el ataque sorpresa (para Stalin) nazi contra la URSS, en junio de 1941, y los comunistas se lanzan, no a la lucha contra los nazis, sino en defensa de la URSS. Si en la práctica fue más o menos lo mismo, desde el punto de vista de la ética política, nada tiene que ver. Pero es cierto que los comunistas “resistieron” y su organización clandestina, “durmiente”, les sirvió para crear sus redes de resistencia. Pero como ocurrió en España, durante la dictadura fanquista (sin comparar las dos situaciones), la mayoría de los que actuaron en la resistencia antinazi, con el PCF, se fueron tras la Liberación, por diversos, y hasta contradictorios motivos. Los primeros “disidentes” del PCF fueron los clandestinos de la Resistencia. Desde 1944 hasta, más o menos, 1958 (llegada de De Gaulle), el PCF fue el primer partido de Francia, y se mantuvo como partido relativamente importante hasta la implosión de la URSS. Tiene su lógica. Todo ese periodo de los años 40 y 50, que sería interesante analizar más en detalle, vio el dominio absoluto del pensamiento único pro-soviético, pro-marxista, con sus dogmas, sus censuras, sus mayordomos -siendo el más abyecto de ellos, pero no el único Jean-Paul Sartre- su influencia en los sindicatos, en la Universidad (Marleau-Ponty, por ejemplo, dudó muchísimo antes de emitir ciertas reservas sobre la superioridad moral y material de la URSS), en todas partes dominaba la mentira. Francia aún no se ha curado del todo. En esta foto faltan cantidad de personajes, no es censura, sino exigencias de espacio. Volvamos al guateque “tecno”. ¿Todo ha cambiado? Sí y no. Por ejemplo, Robert Hue (textualmente ¡Arre!), el secretario general, alcalde de un burgo en las inmediaciones de París, mantiene en su municipio un implacable “apartheid” antimoros, montando, por ejemplo, falsas acusaciones de tráfico de drogas para expulsar a marroquíes. Lo que sí ha cambiado es, pongamos, que el título de su diario “L´ Humanité”, subvencionado por el gobierno, ya que sin lectores, para anunciar la fiesta de aniversario, era: ¡Discotequeros de todos los países, unios! No es broma. O sea que si ayer ser comunista representaba ser criminal o cómplice de la barbarie, cínico o ingenuo, hoy sólo significa ser idiota. Idiota de armas tomar.
1-http://www.libertaddigital.com/ilustracion_liberal/articulo.php/138
2-http://elbaluartedeoccidente.blogspot.com/2009_03_01_archive.html
3-http://migueldeloyola.wordpress.com/2009/04/27/viktor-kravchenko-yo-elegi-la-libe rtad/
4-http://es.wikipedia.org/wiki/Artur_London
5-http://es.wikipedia.org/wiki/KGB
6-http://es.wikipedia.org/wiki/Comunismo
|
|
|
|
|