El director alemán Philip Gröning, dieciséis años después de haber solicitado permiso a los cartujos del monasterio Grande Chartreuse, situado en La Correrie, en los Alpes al norte de Grenoble, para rodar en su interior, obtuvo un sí como respuesta. Condiciones: nada de luz artificial, nada de música adicional, ninguna voz en off ni comentarios y nada de ayudantes. El margen que quedaba era claro: película prácticamente muda, registrada en video digital, y sin argumento. Es decir, el reto era hacer un fresco de la vida de los cartujos, con imágenes que hablaran por sí solas. No podía haber música incidental -es decir, banda sonora tradicional-, pero sí podía registrarse el sonido ambiente: ruidos, pájaros, pisadas, el crujir de la madera, y -¡cómo no!- el gregoriano y las campanas. Un total de cinco meses se pasó el cineasta viviendo con los monjes, dando como resultado 120 horas de video, que han sido reducidas a 160 minutos para su explotación comercial
Pero ¿qué sentido tiene un experimento tan “excéntrico”? Gröning lo tenía claro: Deseaba una inmersión en el monacato como origen de la cultura europea y occidental. Pero también deseaba hacer una película sobre el valor del tiempo. Viviendo con los cartujos, Gröning descubrió que el valor del tiempo se revela ante una nueva categoría: el silencio. Pero como él afirma, no se trata de un silencio vacío, sino del silencio que está lleno por una Presencia absoluta, la de Dios. En este punto hay que afirmar claramente que se trata de una película cristiana. No es un collage New Age ni un canto al cosmos ni un reportaje sobre la meditación trascendental. La liturgia y la oración ocupan el ochenta por ciento de la película, los textos bíblicos insertos y las declraciones finales del cartujo ciego no dejan lugar a dudas: no es una película ecléctica.
La película combina varios elementos visuales: planos del entorno físico, primeros planos de los cartujos mirando a cámara, escenas de oración individual y comunitaria, momentos de liturgia, tareas de los monjes, y mucha contemplación de objetos, paisajes, juegos de luz, elementos naturales (copos de nieve, escarcha,…) que dan cuenta de las distintas estaciones del año. No están colocadas al azar, siguen la pauta de la repetición y el orden, que es una de las claves del horario monástico. Y se nos muestran para ser contempladas, no “registradas”; es decir, deben ser gustadas, saboreadas, sin prisa… La prisa y esta película son incompatibles.
El director no sólo ha querido testimoniar aspectos de la vida cartujana, sino que ha intentado hacerlo desde su estilo artístico particular, un estilo algo impresionista, minimalista, quizá postmoderno, que se recrea en el fragmento, en el punto luminoso, en la imagen incompleta, con técnicas de claro-oscuro. Esta película ha obtenido, entre otros, el importante Premio del Jurado en el Festival de Sundance 2006. Cuando se estrenó en Alemania, tuvo una media, por copia, de más espectadores que Harry Potter. ¿Sucederá lo mismo aquí?