ICONOGRAFÍA DEL PODER .
El poder siempre ha utilizado el arte como un medio de expresión y propaganda. Los nobles y los monarcas buscan en los retratos un vehículo para exaltar su dominio. La victoria de Carlos V contra los protestantes en Mühlberg servirá a Tiziano para realizar uno de los mejores retratos ecuestres, tomando las antigüedades romanas como modelo. El emperador porta en su mano la lanza victoriosa y sostiene las riendas del caballo, que levanta las patas delanteras en un ejercicio hípico denominado levade, símbolo del control sobre el Estado. Siguiendo el mismo esquema Velázquez pintó el retrato ecuestre del Conde-duque de Olivares con motivo de la victoria de las tropas españolas -sufragadas por el valido de Felipe IV- ante los franceses en la Batalla de Fuenterrabía. El triunfo de don Juan José de Austria, hijo natural de Felipe IV, sobre la revolución napolitana de 1648 será la razón por la que Ribera realizaría un sensacional retrato ecuestre, portando el infante el bastón de mando en su mano derecha y sosteniendo las riendas del caballo con la izquierda, caballo que también levanta sus patas. Así mismo Rubens utilizó este esquema triunfal para representar al duque de Lerma en 1603. El valido de Felipe III está en la cúspide de su poder y como tal se retrata a caballo, dirigiendo la montura hacia el espectador para resultar más impresionante. Por el contrario, Sofonisba Anguissola nos presenta a un Felipe II vistiendo trajes negros y con un rosario en la mano, simbolizando la piedad de este monarca. Rigaud recupera en el retrato de Luis XIV de 1701 el esquema triunfalista, en una clara alusión al expansionismo militar y al dominio de los territorios limítrofes con Francia por parte del Rey Sol, verdadero protagonista de la política europea en los primeros años del siglo XVIII. La misma simbología victoriosa será utilizada por Ingres en este retrato de Napoleón, mostrándolo en el esplendor de su imperio, a la manera de un ídolo bizantino, para darnos la imagen de un Napoleón sobrenatural, inmutable y eterno. Para ello el emperador presenta todos los atributos de la monarquía francesa: el cetro de Carlos V y la Mano de la Justicia de Carlomagno.
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