Volvió a esparcirse el rumor que anunciaba la muerte de Fidel Castro. ¿Acaso importa? No su régimen tirano, presidido por su hermano Raúl, ha muerto para desgracia de los cubanos, pero Fidel, políticamente, lleva años haciendo la competencia a la momia de Lenin.
La muerte de Fidel Castro será una mera noticia necrológica. Sería de agradecer, por aquello del espectáculo, que los comunistas cubanos imitaran a los coreanos y obligaran a sollozar aspaventosamente a los prisioneros del cadáver. El día que muera Fidel Castro se iniciará el proceso de la libertad en Cuba, pero los cubanos no son gentes de prisas y arranques. Llevan esperando lo inevitable muchos años, y no les importa que la espera se prolongue. Fidel será enterrado con todos los honores. Se mojarán de lágrimas del Partido –ahí sólo hay un Partido, el comunista, como es de rigor–, las raíces de los jacarandas y los flamboyanes, y cuando se tapien los mármoles de su mausoleo, se moverá el monstruo dormido del odio y la venganza. ¿Qué importa que esto suceda mañana o en unas semanas, o en unos meses? Raúl Castro, el heredero, no tendrá a sus espaldas al Ejército brutal y plañidero del petardo coreano. En las Fuerzas Armadas de Cuba hay muchos silencios que se harán oír cuando el momento llegue. Raúl Castro tendrá tiempo, eso sí, para despedir en el Aeropuerto de La Habana a los ilustres asistentes al entierro del atractivo y envolvente canalla. Y ya despedidos, quizá opte por embarcar en un avión y volar a la Venezuela de Chávez, la Bolivia de Evo o la Argentina de Kirchner. Entonces se montará el pollo. Pero ¿acaso importa que el pollo se monte antes o después?
Es posible que la resistencia vital de Fidel sea beneficiosa para los cubanos. Lo que se retarda aburre y calma las pasiones. Cuba es hoy un hormiguero de noticias y planteamientos subterráneos. Un sistema que cuenta con más policías y militares que ciudadanos de a pie sólo se sostiene hasta que esos policías y esos militares decidan orientar su futuro. Serán los que intentarán el artificio de una reconciliación nacional, con la colaboración de la Iglesia y la opinión del exilio. Pero no lo tendrán fácil quienes acumulan años de persecuciones, denuncias, detenciones caprichosas , asesinatos masivos y privilegios económicos y sociales. Hay una Cuba, negra y blanca, sudada y sufridora, campesina y urbana, que puede estallar de ira cuando el cadáver de su carcelero no pueda asomar las barbas por las grietas de su mausoleo. El miedo a los muertos desaparece muy pronto. Y ahí surge el miedo a los vivos, a los callados, a los prudentes, a los cumplidores sometidos, a los arrepentidos instantáneos, a la podrida Revolución que resiste con las armas y a la auténtica Revolución en busca de la libertad que responde sin esperar a que un cadáver se pudra.
Hoy, Cuba es un silencioso complot que prepara su porvenir, y en el que están inmersos una buena parte de los que mandan. La transición en Cuba no será como la de España. España, a la muerte de Franco, era una nación con una nutrida y próspera clase media, un tejido social ascendente y una economía pujante. Cuba es una ruina. Las olas en Cuba rompen de hambre. La ayuda internacional tendrá que producirse de inmediato y sin reservas para que nuestra maravillosa isla no naufrague entre el odio y la sangre. Y los cubanos tendrán que aprender a perdonar, del mismo modo que han aprendido durante cinco décadas a soportar la tiranía. Los de dentro y los de fuera, porque será en Cuba y no en Miami o en Nueva York o en Madrid donde se cumplan los pasos hacia la libertad.
Pero el peligro de una riada de venganzas personales envenenadas a lo largo de décadas es más que probable. Más del 40% del presupuesto cubano se destina a las fuerzas de la represión. La población que se joda, como el comunismo en el poder acostumbra a dictar. Si el hormiguero subterráneo crece, es quizá conveniente que Fidel, el temido moribundo, mantenga sus diarios paseos entre los caobos de su proletaria residencia.
Fidel , aunque muerto, aún vive. Si eso sirve para acercar posturas, buscar soluciones y no alentar a la venganza, que respire un poco más. Por lo demás, ¿qué importa?
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