Sin vergüenza
José García Román

La sospecha de que estamos envueltos en una mentira institucionalizada gana peso cada minuto y genera irritante desasosiego. Se enseña a mentir, a aparentar, a sonreír, a adular, previo sometimiento al sistema que invita a la ciudadanía ensimismada en su democracia consumida por no poder consumir a ascender en un ambiente de desvarío. El abordaje ha sido perfecto. La rentabilidad inesperada. La política es madre y también madrastra, y garantiza un silencio domesticado.
Nos cansa tanto brillo huérfano de un resplandor que pueda delatar fingimientos, eliminar sombras y descubrir la realidad de la pasarela donde se muestran apariencias y se ocultan contrahechuras. Agobia un mundo donde no es fácil tallar figuras egregias (alejadas del rebaño). El ‘teatro’ es demasiado chabacano, abundan las bambalinas del desatino y se ha optado por no contemplar las alturas, evitando así la vergüenza de mirar a los ojos de la dignidad. Hoy, ser desvergonzado es rentable, pues se le tiene respeto al poderío, que da y quita decoro; da y quita seguridad. Importa poco no tener vergüenza. Interesa enriquecerse, ser considerado y sentirse importante al precio que sea. La vida interior está en subasta como algunas palabras españolas, pues son más atractivos el lifting, la varieté, el look. Pero el corazón no admite camuflajes.
Hemos elevado el fracaso auténtico a la categoría de éxito. Nuestra sociedad maquillada oculta la fealdad en los quirófanos, convierte la apariencia en realidad, el brillo en resplandor, la pequeñez en grandeza gracias a los tacones y reflectores de la mercadotecnia y la vejez en juventud, mientras expulsa al sabio, condenándolo por no superar los votos de las encuestas del desbarro.
La gente con ansias de nueva esclavitud quiere amos para servirlos y servirse. Dejar de ser clase media para pertenecer a la alta es la aspiración de unos tiempos hipócritas, amigos de yerros y despropósitos, que desde tribunas de artificio hablan de igualdad, justicia social y honradez. La indignidad de ser gatos a la espera de que caiga algo de la mesa, a estas alturas es una humillación sin paliativos.
Necesitamos transfusión de vergüenza. Hemos de sonrojarnos un poco, ponernos colorados antes que nos pongan los decorosos, los de mirada y corazón limpios. Será un paso lúcido en el necesario cultivo de la vergüenza, sin la que no es posible caminar a la luz del día.
Teddy Bautista pactó una pensión vitalicia de 23.000 euros (casi cuatro millones de pesetas) al mes. Y reclama un millón ochocientos mil (unos trescientos millones de pesetas) por dimitir. Eso nos ha dicho la prensa. Si el “no matarás” admite excepciones (cuando es en propia defensa), ¿cómo no se va a poder anular todo contrato, todo blindaje que haya violado el principio de una ética social hoy en entredicho con remuneraciones que hacen sonrojar hasta un cadáver? Mientras zozobra el barco de tanto ciudadano, otros se han construido una fortaleza de privilegio. Es grande la impotencia y el desánimo. Como la provocación y la soberbia. Demasiada pequeñez disfrazada de grandeza.
Inquilinos-propietarios de siempre están siendo desahuciados de sus mesas de trabajo por unos administradores sin más meritos que el carné político. Sufrimos una democracia enferma, por muchas urnas y libertad ficticia que existan. Han de abrirse más puertas de los juzgados para que rindan cuenta los responsables de la miseria que nos acosa. Es preciso un ‘golpe de Justicia’ al servicio del espíritu. Tal vez así podamos comenzar de nuevo. Y que devuelvan lo que no les corresponde, y que se bajen de donde no debieron nunca subir. Nuestra sociedad traga sapos como si fueran sopas. ¡Cuánta máscara! No se presta oído al latido de millones de ciudadanos que están hartos, que no votan, que ansían una regeneración inspirada en el dicho popular “el que la hace, la paga”. Estamos hambrientos de verdadera austeridad, de dignas convicciones, para fortalecer nuestra fe en unos principios, acosados por la traición y codicia más groseras. La lucidez y la bondad necesitan ir a urgencias. En estos días de causas perdidas, de derrota, de impunes saqueos, de lacerante paro, de naufragios laborales, de incompetencias escandalosamente remuneradas, se precisan donantes de sangre decorosa y “fanáticos de la Justicia”. Hay avidez de espíritus superiores. No se olvide aquello que dijo el científico Lichtenberg: “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”.  A M É N