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El Cisma de Occidente, también conocido como Gran Cisma de Occidente (distinto del Gran Cisma de Oriente y Occidente, y a menudo llamado simplemente Gran Cisma) es el período de la historia de la Iglesia Católica en que varios Papas (hasta tres) se disputaron la autoridad pontificia (1378 - 1417).
Antecedentes históricos
La difícil situación de la relación entre el reino de Francia y el Papado, que venía arrastrándose desde los conflictos de Bonifacio VIII con Felipe el Hermoso eran una de las causas por las que los últimos cónclaves habían sido especialmente largos. La división en el seno del colegio cardenalicio se prolongaba ya que algunos consideraban que los papas de Aviñón eran demasiado serviles a la política del monarca francés. Por otro lado, el regreso a Roma se hacía imposible por las dificultades políticas entre familias que mantenían sumergida a la ciudad.
A estos elementos que causaban la constante división de los cardenales hay que añadir la progresiva toma de conciencia de estos del poder que tenían al poder elegir al Papa. Durante los cónclaves se requería que quien fuera el elegido siguiera una serie de políticas y hasta se dejaba escrito que se procedería de ese modo. Pero dado que tales juramentos y acuerdos eran completamente ilegales los documentos descriptivos de los cónclaves no los mencionaban los Papas luego se sentían con la libertad de no seguir tales acuerdos. Y para evitar que a raíz de esta actitud, los cardenales se le opusieran, se apresuraba a nombrar cardenales a personas de su entorno propiciando el nepotismo.
El ambiente intelectual también había cambiado. A la propuesta de conciliación de la teología con la filosofía aristotélica realizada por Tomás de Aquino se había opuesto primero Duns Scoto y luego Guillermo de Ockham generando una tendencia antirracionalista dentro de la cristiandad y otro foco de división que sería determinante en el cisma.
El tan deseado regreso del Papa Gregorio XI a Roma no había solucionado los problemas políticos que se superponían en Roma y a punto de abandonar de nuevo la ciudad, el Papa falleció en el año 1378.
El cónclave de 1378
El Cónclave para la elección del nuevo dirigente de la Iglesia se realizó en Roma; los habitantes de la ciudad no querían permitir que el Papa fuera nuevamente a Aviñón y para ello se produjeron importantes disturbios no solo en la ciudad sino en toda la península. Se impidió a los cardenales abandonar Roma. Incluso se agredió a algunos cardenales como a Bertrán Lagier. Las autoridades políticas de la ciudad hicieron saber a los cardenales que no podrían contener a las turbas si la elección no se realizaba según su gusto. Sin embargo, la situación no era tan peligrosa ya que los cardenales no tomaron todas las medidas que en caso de temer por sus vidas habrían puesto: los grupos armados que les acompañaban quedaron fuera de la ciudad, no usaron el Castillo Sant'Angelo (que estaba más protegido) para el cónclave, etc.
El cónclave comienza el 7 de abril de 1378 con 16 cardenales (10 de los cuales eran franceses). Mientras van llegando los cardenales, las turbas romanas les gritan enfervorizados: «Romano, romano lo volemo, o almanco italiano» («lo queremos romano, romano, o al menos italiano»).1 Luego entraron en las estancias pontificias amenazando a los electores. Los cardenales hicieron saber a las autoridades civiles que si se continuaba con las presiones la elección no podía considerarse válida.
Al día siguiente el cardenal Orsini propuso la elección de un papa de compromiso que fuera temporal mientras se podía tener un cónclave con la necesaria seguridad. La propuesta fue rechazada unánimemente. Finalmente y a instancias del cardenal Pedro de Luna, fue elegido el arzobispo de Bari, Bartolomeo de Prignano, quien tomaría el nombre de Urbano VI. Dos se oponen: el cardenal de Bretaña y el cardenal Guillaume de Noellet. El primero luego concede su voto al candidato de los demás y el segundo anuncia que seguirá a la mayoría. En cambio, el cardenal Orsini considera inválida la votación dado que, por las circunstancias en que se realiza, cree que es inválida. Sin embargo, la noticia no se anuncia inmediatamente.
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A media mañana el cardenal Orsini anuncia a las turbas que se tendría un papa italiano antes del fin del día. Luego convoca a siete obispos para evitar que se conociera la noticia antes de tiempo. Al comer, se renueva la votación y 12 cardenales votan a favor de Prignano. Pero la situación se vuelve nuevamente difícil por la presión de la multitud. Orsini pide a todos que se dirijan a la basílica de san Pedro: esto llevó a una confusión pues pensaron que el elegido era el prior de la basílica, es decir, el cardenal Tebaldeschi. Pero algunos supusieron que se trataba de una dilación debido a que el elegido no era italiano, y entonces arremetieron contra los cardenales. En la confusión los asaltantes, inducidos por la confusa pronunciación de un monseñor francés presente en el lugar que quiso decir «Bari», creyeron que el elegido era el obispo Jean de Bar. Esto acrecentó la furia de la turba. Otros elevaron a Tebaldeschi. La confusión era enorme y en medio de ella los cardenales abandonaron el palacio papal incluso siendo agredidos.
Inicio del Pontificado de Urbano
El día 9 de abril los cardenales que se quedaron en Roma (doce) aprueban la entronización del Papa recién elegido aunque varios de ellos se niegan a salir de sus casas por temor a las turbas. Los días siguientes la situación se tranquiliza, lo que permite que regresen a Roma los demás electores. El 18 el Papa fue coronado por Orsini. El 24 de junio Urbano VI recibió la carta de aprobación de los cardenales que se habían quedado en Aviñón.
El nuevo pontífice era partidario de la reforma y desde el inicio no ahorró críticas al modo de vida de los cardenales, en especial a Jean de la Grange. También dispensó un trato poco amable a los embajadores de Nápoles y de Fondi granjeándose la enemistad de sus señores. Unos días después de su elección reprendió a los obispos presentes por estar en Roma y no al frente de sus diócesis. El obispo de Pamplona, Martín de Zalba, se enfrentó a él negando la acusación, alegando que estaba en Roma como refrendario del Papa
Finalmente, con el verano, los cardenales salieron de Roma y algunos de ellos comenzaron a oponerse abiertamente al Papa. Cuatro de los electores, precisamente los italianos, son los únicos que se quedan en Roma. Los demás se reúnen en Anagni y el 20 de julio declaran que la elección realizada el 8 de julio era inválida por falta de libertad de los cardenales. A este acto siguieron una serie de negociaciones en que incluso los cardenales italianos titubearon solicitando la celebración de un concilio.
El 9 de agosto el grupo de Anagni endureció su posición y comenzó a buscar apoyos políticos pues era evidente ya que Urbano no cedería ni consentiría en la realización de un nuevo cónclave. Luego se trasladaron a Fondi donde recibieron también el apoyo militar de la reina de Nápoles, Juana I. En septiembre Borsano, Corsini y Orsini se unieron a los cardenales de Fondi y el rey francés les hizo saber su apoyo. El 18 de septiembre, Urbano VI que ya no contaba con el apoyo de ningún cardenal decidió nombrar un nuevo colegio: 29 cardenales (20 italianos) y de este modo seguir adelante. Con estos antecedentes, el 20 de septiembre se produjo un nuevo cónclave que eligió a Roberto de Ginebra quien tomó la denominación de Clemente VII.2 Era el inicio formal del cisma.
Cristiandad dividida
Al parecer el apoyo del rey francés fue decisivo para los cardenales de Fondi: se le acusa de hacerlo porque buscaba que los papas volvieran a Aviñón y por su parentesco con el finalmente elegido papa Clemente. En cuanto se escogió a Clemente en el cónclave de Fondi, el rey francés reunió a su consejo y decidieron apoyarlo. Sin embargo, la universidad de París se opone y decide, al menos al inicio mantenerse neutral.
Entonces comenzó la «guerra de legados» que ambos papas comenzaron a enviar a todos los señoríos y reinos. Tras Francia, el condado de Saboya y Escocia se alinean con Clemente. Inglaterra (no sin problemas en sus territorios dentro del continente) y el imperio germánico ya con Carlos IV ese mismo año, se ponen de parte de Urbano, aunque también con este último con algunos lugares (los más occidentales y meridionales) que pasaron a la obediencia de Clemente.
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A la muerte de Urbano VI los cardenales fieles al difunto Papa escogieron a Bonifacio IX. De igual modo procedieron los cardenales disidentes, que por su parte eligieron tras la muerte de Clemente VII en Francia (a pesar de la negativa de los reyes), a Benedicto XIII como nueva suprema autoridad católica.
Ante el nuevo papa de Aviñón, mucho menos manejable que su antecesor, los franceses cambiaron de bando y se inclinaron por encontrar una solución. La Universidad de París, Enrique de Laugenstein y Conrado de Gelnheusen, pronto seguidos por Pedro de Ailly y por Jean Gerson, indicaron las «tres vías» que podían poner fin al cisma: el compromiso, la cesión y el concilio.
De este modo, los cardenales disidentes, las ciudades del norte de Italia, el rey de Francia y por supuesto la Universidad de París llegaron al acuerdo de convocar un Concilio en Pisa, al cual se adhirieron los alemanes y los ingleses. Comenzó el 25 de marzo del 1409, e inmediatamente fueron llamados los dos papas a comparecer en calidad de acusados. Depuestos el 5 de junio, luego de expuestos los cargos de acusación por los dos canonistas más famosos de la época, Zabarella y Pedro de Ancarano, los 24 cardenales presentes se reunieron en cónclave inmediatamente y eligieron como nuevo Papa a Pedro Philargés, de origen cretense y franciscano, humanista, profesor en Oxford y en París, quien tomó el nombre de Alejandro V.
La elección no resolvía nada, puesto que pese a la gran cantidad de obispos que habían acudido a Pisa, la legitimidad de la convocatoria era dudosa. De hecho no estaban convencidos de que la autoridad de un concilio pudiese deponer a un papa (en cualquier situación), y cómo se podría llevar a término esa decisión.
Benedicto XIII, reconocido por Aragón, Navarra y Castilla (al cabo era español), se retiró a Barcelona y después, en 1411, a Peñíscola manifestando, a pesar de su edad, una increíble actividad. Por su parte, Gregorio XII se vio obligado a huir a Gaeta y a Rímini por la deserción de los venecianos.
Ya solamente quedaba Benedicto XIII y Segismundo viajó a Perpiñán para reunirse con él, pero no pudo vencer su intransigencia. Esto determinó a Castilla, a Navarra y, menos claramente, a Aragón a abandonarle y comparecer ante el concilio, en el cual estuvieron representadas desde entonces seis autoridades: la italiana, la francesa, la alemana, la inglesa, la navarra y la castellana. Benedicto XIII fue finalmente depuesto por el Concilio el 26 de julio de 1417 como «cismático y hereje». Entretanto, los principales impulsores del Concilio de Constanza estaban empeñados en la realización de la reforma de la Iglesia «en su cabeza y en sus miembros». Para conseguirlo proclamaron el 6 de abril de 1415 la superioridad del concilio sobre el Papa y que la autoridad de la Iglesia no reposaba ni sobre el Papa ni sobre los cardenales, sino sobre la agregatio fidelium, cuya expresión la constituían las naciones.
A fin de asegurar lo acordado, se procedió a la censura de los escritos de Wycliff, el proceso y la condenación de Jan Hus (el 6 de julio de 1415), de Jerónimo de Praga (el 30 de mayo de 1416) y la discusión, con ocasión del asesinato del Duque de Orleans, de la legitimidad del tiranicidio. Se votaron cinco Decretos de reforma, entre los que se destacó el Decreto Frequens (del 9 de octubre de 1417), que imponía la celebración obligatoria de un concilio cada 10 años. Los alemanes, inquietos por el estado de la Iglesia, quisieron ante todo decretar las reformas indispensables de la misma. Las otras naciones protestaron, por el contrario, contra toda demora en «hacer desaparecer la anomalía de una Iglesia sin jefe». Se decidió agregar a los 23 cardenales, muy atacados por el concilio a otros 30 prelados (seis por nación). Otón Colonna fue elegido casi unánimemente el 11 de noviembre de 1417 y tomó el nombre de Martín V, quedando de este modo abierta la vía para restablecer la unidad en la Iglesia Católica.
Benedicto XIII, el Papa Luna, siguió imperturbable en su postura y murió en 1423, a los 96 años en Peñíscola, a donde había mudado la sede papal, en el antiguo castillo de la Orden del Temple.
Tras ello sus cardenales eligieron a su sucesor, Gil Sánchez Muñoz, que tomó el nombre de Clemente VIII, último papa de la obediencia de Aviñón, en el Salón del Cónclave del castillo de Peñíscola, lugar donde residió hasta su abdicación en Martín V. Ésta se produjo en 1429 en San Mateo, Castellón, debido a las presiones políticas del rey de Aragón, Alfonso V, por entonces ocupado en la conquista del Reino de Nápoles.
Con esta última abdicación quedó finalizado el Cisma.