Al mismo tiempo que el instante de la muerte pone fin al tiempo y a la existencia terrestre, da comienzo a la eternidad y a la vida gloriosa. En ese preciso momento, no antes ni después, el hombre toma la decisión más trascendental de toda su vida: decir sí o no a un Dios fascinante y maravilloso que lo ha hecho todo por amor a nosotros.
Si el hombre le dice que sí a Dios, entonces llegará a la máxima plenitud y felicidad a que puede aspirar y es posible en su caso. Y, si dice que no, nunca más podrá llegar a la plenitud y para siempre se verá privado de Dios, porque en la eternidad no hay cambio posible. Esto es precisamente el infierno.