CRISTO DE LA BUENA MUERTE
La calle de Placentines,
estrecha y larga, parece
que la rasgó una saeta
con su punta fina y breve.
Es como un gemido agudo
que se enrosca entre paredes...
De noche es un cauce negro
y hondo con luces dolientes;
de día es un río blanco,
llena el agua de claveles.
La calle de Placentines...
Noche de Martes... Ya viene
el Cristo que va dormido,
Cristo de la Buena Muerte.
¡Que se metan los balcones
y abran paso las paredes,
que no va a caber el Cristo,
y entre esas tinieblas crueles
da miedo que en los herrajes
las manos muertas se enreden,
y al Cristo que va dormido
de amores, me lo despierten!...
La calle de Placentines,
¡que se abran más las paredes!
¡Que trae los brazos abiertos
el Cristo y pasar no puede!
En una franja del cielo
-terciopelo negro y breve-
se amontonan las estrellas
-vía láctea- para verle.
Y los balcones le alargan
los tiestos de sus claveles,
para que toquen sus manos
y en sangre teñidos queden...
¡Tu sangre claveles pinta,
Cristo de la Buena Muerte;
vas como la Primavera:
cuando te toca florece!
Los cirios copian al Cristo
pintándolo en las paredes,
crucificándolo en todas
las casas, negro y tremente...
Cristo entre oscilar de llamas
que lo amenguan y lo acrecen.
Al sentirlo en sí, se erizan
y palpitan las paredes,
y va pasando el Señor
-Cristo de la Buena Muerte-
muriendo en todas las casas,
salvando a todas las gentes,
besando la cal del muro,
dando sangre a los claveles
y midiendo con sus brazos
las calles entre las paredes...
La calle de Placentines,
estrecha y larga... ¡qué suerte,
tiene la anchura del Cristo,
Cristo de la Buena Muerte.
Ramón Cué
"Cómo llora Sevilla"
1947