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De: IGNACIOAL (Mensaje original) |
Enviado: 05/05/2013 16:06 |
LA REINA BERENGUELA LA GRANDE
«Desearía que nuestros políticos se parecieran algo a la reina Berenguela» H . SALVADOR MARTÍNEZ . Catedrático de Historia Medieval en la Universidad de New York .
BERENGUELA I DE CASTILLA . Berenguela I de Castilla (Segovia 1180-Burgos 1246). Primogénita de Alfonso VIII de Castilla y Leonor de Plantagenet ostentó el tronó como regente de su hermano Enrique y de su hijo Fernando.
Ella mismo debía ser reina de Castilla pero renunció a favor de su hijo quien unió bajo su mando los vecinos reinos de Castilla y León. ( 5 )
H. SALVADOR MARTÍNEZ . Catedrático de Literatura Española Medieval y del Renacimiento en la Universidad de Nueva York, el leonés H. Salvador Martínez es uno de los grandes conocedores de la Edad Media hispánica: su nueva obra, Berenguela la Grande y su época, constituye la monumental biografía crítica de una reina que siempre antepuso la diplomacia a las armas y prefirió la persuasión a la fuerza bruta.
Ha escrito libros sobre Alfonso X El Sabio, la convivencia en la España medieval, ediciones críticas de obras de los siglos XVI y XVII... leonés y autoridad mundial en la Edad Media hispánica, ahora radiografía la vida y el legado de la más diplomática de las reinas de León y Castilla.
Esta biografía ofrece una visión sorprendente de la sociedad peninsular del siglo XIII. Berenguela tuvo la suerte de nacer y vivir en la gran encrucijada de la historia peninsular de la Edad Media: el periodo central del siglo en el que se formaron los grandes centros del poder cristiano, desapareció casi completamente el enemigo musulmán que durante cinco siglos había sido la pesadilla de la Cristiandad y se produjo en toda Europa un renacimiento artístico y cultural como no se conocía desde la caída del Imperio romano. El renacimiento del siglo XII tendrá en la Península un desarrollo posterior que alcanzará su máxima expresión con el surgimiento del humanismo vernáculo, representado por la obra de su nieto predilecto, Alfonso X.
La figura de Berenguela atrae como un imán a quien se acerca porque, en una época dominada por la fuerza y la violencia de la guerra, consiguió unir Castilla y León y apaciguar los enfrentamientos con Navarra, Portugal y Aragón mediante pactos y negociaciones diplomáticas, sin derramamiento de sangre.
Una de las mayores aportaciones de esta biografía al conocimiento de Berenguela es el estudio del poder personal que poseyó, primero, como regente del reino de Castilla, y después, como correinante con su hijo Fernando III. Cuando se habla de poder femenino, obviamente no se refiere al manejo de las armas, ni a las violentas tácticas empleadas -por ejemplo- por doña Urraca para controlar a la nobleza, sino a otro tipo de poder, consistente en una extraordinaria habilidad personal, compuesta por inteligencia, agudeza, tacto, perspicacia y sobre todo prudencia, virtudes racionales que adornaron a Berenguela, no solo en su comportamiento personal (curialitas), sino también en la negociación de complicados acuerdos y treguas, en la gestión de las propiedades familiares y, sobre todo, en el gobierno y organización del Estado.
Si la biografía de Alfonso X el Sabio, aparecida en esta misma colección hace algunos años, recibió el elogio de la crítica y mereció el Premio Internacional al mejor ensayo sobre Lengua, Literatura y Estudios Culturales de la prestigiosa revista La Corónica, la que ahora presenta sobre Berenguela la Grande muestra las mismas virtudes y representa un exhaustivo intento de recuperación de una de las figuras más atractivas de la Edad Media. ( 1- 2 - 3 - 4 )
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H . SALVADOR MARTÍNEZ . En mi recién publicada biografía de la reina doña Berenguela (Berenguela la Grande y su época, 1180-1246, Madrid: Ediciones Polifemo, 2012, 929 págs) presento un minucioso estudio sobre una mujer de poder en pleno si- glo XIII, el gran siglo cruzado, cuyos protagonistas fueron hombres, rudos guerreros, al mando de feroces mesnadas ávidas de sangre y de botín, que entendían sólo el lenguaje de las armas. En este contexto, la presencia de una mujer, que por naturaleza se consideraba débil, en pleno control del poder, parecería una paradoja; y sin embargo, Berenguela llegó al poder sin violencia ni sangre. Numerosos estudiosos de nuestros días se han ocupado de la feminidad de Berenguela como madre, educadora y sobre todo como mujer de gobierno, frecuentemente dejando de lado cómo se hizo con el poder y sobre todo de qué medios se sirvió para mantenerlo y ejercerlo sin violencias ni esparcimiento de sangre. En mi obra, por el contrario, pongo de relieve cuáles fueron los métodos y las estrate- gias empleadas por Berenguela y otras mujeres de poder, como fueron su madre y su abuela, todas ellas adornadas de la sabiduría y la prudencia. La prudencia es una virtud racional con la que los cronistas medievales tradicionalmente adornaron a las reinas y a las mujeres de poder; pero en el caso de Berenguela, tanto don Lucas de Tuy como don Rodrigo Jiménez de Rada, a la prudencia añadieron la sabiduría, ésta tradicionalmente asociada con los varones, reyes y héroes, que iba acompañada de la sagacidad y la perspicacia, el tacto y la diplomacia, cualidades humanas imprescindibles para percibir los proble- mas en el momento oportuno y hallar una solución adecuada, justa y razonable. Estas virtudes, según el canon aristotélico, se adquieren con tesón y sin ellas ningún gobernante puede ser digno del puesto que ocupa. No es mi intención, sin embargo, hablar aquí de las cualidades morales, el perfil político, o la filosofía de gobierno de doña Berenguela, sino de cómo llegó al trono de León, exponiendo cómo el 17 de noviembre de 1197 la infanta de Castilla se convirtió en reina de León en virtud de su matri- monio con Alfonso IX, gracias a la intrepidez y el arrojo de otra mujer prudente y sagaz, su madre, doña Leonor Plantagenet, reina de Castilla. El matrimonio de Alfonso IX con Berenguela es un he- cho bien conocido; pero lo que no es tan conocido es qué fue lo que llevó a aquel enlace contra el cual, se puede decir, estaban el cielo, la tierra y el abismo, valga la hipérbole. Nueve años antes, en 1188, Alfonso VIII, rey deCastilla, había celebrado unas solemnísimas cortes en Carrión de los Condes durante las cuales entregó por esposa a la mayor de sus hijas, la infanta doña Berenguela, niña de ocho años, al príncipe alemán Conrado de Hohenstaufen, duque de Rothenburg, hijo del emperador del Sacro Romano Imperio Romano-Germánico, Federico I Barbarroja (1152-1190) y de Beatriz de Borgoña. Un mes antes de este solemne acontecimiento, allí mismo en Carrión, Alfonso VIII había celebrado una curia regia durante la cual había armado caballero a su primo Alfonso IX de León y éste, rodilla en tierra, le había besado la mano en señal de sumisión y vasallaje. Fue un acto que, por sus implicaciones políticas, dejó pasmados a todos los presentes. ¿Qué hacía Alfonso IX en aquella curia de la corte de Castilla? Es posible que la razón de su presencia en Carrión, además de la búsqueda del apoyo de su primo castellano y el motivo de hacerse armar caballero, fuese también pro- movida por los estrategas de la política leonesa como una buena oportunidad para hallar esposa para su rey, ocasión nada despreciable dado el gran concurso de la nobleza europea más selecta, para cuyo objetivo los buenos ofi- cios de Alfonso VIII, entonces en la cresta de la onda, eran una buena palanca. A esta conjetura podemos llegar sólo indirectamente, apoyados en algunas crónicas de la épo- ca. Aunque no deje de tener mucho sentido político pen- sar que dicha discusión sobre una esposa para el joven rey leonés, entre las infantas e hijas de nobles que se hallaban allí tuviese lugar, a la vista de los resultados, tenemos que pensar que la conversación entre los dos primos se centró más bien en un posible matrimonio con una de las hijas del rey de Castilla, porque tal unión, desde la perspectiva de los consejeros leoneses significaba la paz, en lugar de la rivalidad y los conflictos armados que, aunque hasta aquel momento no se habían dado, se preveían como inevitables dada la actitud agresiva del rey de Castilla y la apropiación de castillos y villas en el reino de León tras la muerte de Fernando II (1188). El mayor problema de un posible matrimonio entre Al- fonso IX de León y una de las hijas de Alfonso VIII era la consanguinidad. Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León eran nietos de Alfonso VII y, por tanto, primos carnales entre sí. Las infantas castellanas eran, pues, sobrinas del rey de León y a todas luces consanguíneas en las líneas prohibidas por el derecho canónico. Sin embargo, el bien informado autor de la Crónica Latina de los Reyes de Castilla nos asegura que efectivamente un tal acuerdo matrimonial tuvo lugar: «Se trató, pues, y procuró que con Alfonso, rey de León, se desposara una de las hijas del rey de Castilla, contra el mandato de Dios y las leyes canónicas» (cap.11). Años más tarde, en un documento en el que se alude a esta curia de Carrión se dice que el acuerdo se llevó a cabo «Al tiempo en que se hizo la curia en Carrión, cuando el rey de Castilla entregó como esposa a su hija al rey de León». Esta clara afirmación nos sorprende ya que la cancillería real castellana desconoce el asunto; tal vez porque estaba poblada de clérigos que se oponían a los matrimonios entre consanguíneos. Sin embargo, la afirmación de Crónica Latina de los Reyes de Castilla, asimismo escrita por un clérigo, en la que se dice que un tal acuerdo se llevó a término, a pesar de que fuese «contra el mandato de Dios y las leyes canónicas», parece tener un peso incontrovertible. Ahora bien, la princesa objeto del acuerdo matrimonial, por exclusión, no pudo ser otra más que Urraca, de dos años de edad, nacida en 1186, pues Berenguela estaba ya comprometida con el príncipe alemán Conrado (el matri- monio nunca se llevó a cabo). Terminada la curia de Carrión, Alfonso IX regresó a León sin la prometida princesa castellana que él y sus consejeros se esperaban; pero con la promesa hecha a su primo de casarse con una de sus hijas, «la que él le diese», y con un gran sentimiento de inferioridad por haber aceptado de su primo la orden de caballería y el besamanos público que le dejaba ante los ojos de todos los presentes a la ceremonia en un estado de sumisión vasallática. Algo muy grave debió ocurrir entre los dos reyes, o sus respectivos consejeros, pues el rey de León, de temperamento borrascoso, ni siquiera quiso participar en los festejos que tuvieron lugar un mes después para recibir al príncipe alemán al cual sería entregada como esposa la hija primogénita, Berenguela. Sospecho que lo que más le molestó a Alfonso IX y a sus consejeros, aparte el besamanos público, fue el hecho de que su promesa de casarse con una hija de su primo excluía a la primogénita; acción que le dejaba fuera de una posible sucesión al trono de Castilla. A partir de este momento, Alfonso IX vive su vida de espaldas a Castilla, amargado por el besamanos y las continuas hostilidades de su primo en sus tierras y castillos a las que el joven rey respondió con extraordinario vigor bélico. Las consecuencias devastadoras de la guerra que a partir de 1195 se desencadenó entre Castilla y León como resultado del descontento del rey de León y las ambicio- nes de Alfonso VIII, se agravaron hasta tal punto que a Burgos llegaban todos los días a las puertas del Hospital del Rey una interminable multitud de gentes en busca de ayuda y protección. A los reductos de la guerra y de la destrucción de habitaciones humanas y cosechas se unían también los peregrinos que iban o volvían de Santiago los cuales contaban espeluznantes historias de crueldades y atropellos cometidos por la soldadesca del rey de León y sus mercenarios musulmanes. Los extranjeros, que tenían otra idea de la lucha contra los musulmanes, no podían entender cómo un rey cristiano luchase al lado de los enemigos de la cruz contra otros cristianos. La reina doña Leonor, que había sido testigo de las consecuencias de la derrota de Alarcos (1195), era ahora también testigo impasible e impotente de aquella tragedia humana entre cristianos, contemplando día tras día aquel espectáculo de miseria y desolación. En la intimidad con su marido y en público con los consejeros de la corte y los numerosos obispos que frecuentaban el palacio no cesaba de insistir para que se tomasen las medidas necesarias para atajar aquella gran calamidad entre cristianos y se hiciese lo que fuese nece sario para resolver aquella inhumana situación. En este contexto debió surgir, como una de las posibles soluciones, la propuesta de paz basada en el matrimonio del rey de León con una de las infantas de Castilla. En aquel momento, 1196, Alfonso y Leonor tenían tres hijas que, aunque todas muy jóvenes, podían ser objeto de propuestas matrimoniales (Berenguela de 16, Urraca de 10 y Blanca de 8). Los consejeros de Alfonso VIII y acaso la reina debieron traer a colación el compromiso que Alfonso de León había contraído en 1188 de casarse con «una» hija de Alfonso VIII y aunque la que se le dio en aquel momento (Urraca) no fuese la que él quería, el hecho es que, tras la separación de su primera mujer, Teresa de Portugal, aquel compromiso se podía reactivar y ahora se le podía ofrecer la princesa que no pudo llevarse entonces. El canciller y biógrafo de Alfonso VIII, don Juan de Osma, testigo de los hechos que narra, nos dice: «La paz no pudo llevarse acabo sino por el matrimonio de doña Berenguela, hija del rey de Castilla, con el rey de León, en un matrimonio de hecho, porque según derecho no era posible, ya que los reyes eran parientes en segundo grado de consanguinidad» (CLRC, 15). Es decir, desde el primer momento, en las discusiones, independientemente de la escogida, el tema del parentesco fue puesto sobre la mesa: por un lado, no podía haber paz, si no había matrimonio; por otro, nopodía haber matrimonio si no se conseguía la dispensa del impedimento de consanguinidad. En la evaluación de este dilema sin duda pesaba muy negativamente la dificultad de obtener la dispensa pontificia; porque una posible desobediencia era impensada ya que arrastraba consecuencias inaceptables para todo rey medieval de cara a la sucesión: según las normas canónicas, si el papa declaraba el matrimonio nulo la prole era ilegítima y por tanto jurídicamente incapaz de heredar el trono, lo cual suponía la muerte de la dinastía. En el ánimo del padre de la esposa, además del impedimento canónico, pesaban también, y tal vez aún más negativamente, el carácter y las acciones de su primo leonés. La animosidad entre ambos, después de los últimos aconteci- mientos, había llegado a tal grado que el cronista leonés don Lucas de Tuy, otro testigo ocular de la escena políti- ca, desesperaba de un posible entendimiento porque: «Nin- guno de los dos reyes, como dos ferocísimos leones, ha- bía aprendido a ceder». Para Alfonso VIII, la entrega de su hija al inestable rey de León, era tal vez exponerla a malos tratos y al reino a un posible chantaje. La prueba de que al rey Noble le embargaron estos temores la tenemos en la cláusula que añadió al contrato matrimonial en la que se contemplaba el caso de que Alfonso IX maltratase o incluso llegase a matar a Berenguela. Don Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo y agudo historiador, que atri- buye asimismo la propuesta de matrimonio al deseo de paz, añade que el noble Alfonso VIII por motivos de consanguinidad se oponía al casamiento, pero la reina Leonor le persuadió a que aceptase la propuesta. Doña Leonor Plantagenet, reina de Castilla, descendiente de una estirpe de mujeres excepcionales (pensemos en su madre, Leonor de Aquitania) fue el modelo de sagacidad política y habilidad diplomática para su hija Berenguela; y fue también, según todos los cronistas de la época y Alfonso X en su Estoria de España, la mediadora de la paz y artífice del matrimonio de Berenguela con Alfonso de León, convenciendo, primero, a su marido y, después, al mismo rey de León de la necesidad del matrimonio. Doña Leonor lo tenía muy claro: la paz y el bienestar del reino eran mucho más importantes que la violación de unas normas canónicas que, queriendo, el papa podía dispensar sin problema alguno, como había hecho en tantas otras ocasio-es. Para ella la paz era el bien supremo de la sociedad; no sin motivo adoptó como emblema en su sello y signo rodado la paloma y la mano derecha alzada en señal de paz. Para la emprendedora doña Leonor el mayor obstáculo en el camino de la paz y del matrimonio no parece que fuera el impedimento canónico ni cualquier otra traba de índole moral, sino la inercia de la política guerrera de su marido y la agresiva tozudez del rey de León. Para ella éstos fueron los dos polos de la controversia y lo que la llevó con un arrojo extraordinario a la firme resolución de ofrecer en matrimonio a Berenguela al mayor enemigo de la paz en Castilla, porque de los sentimientos de su hija, el tercer polo de posible conflicto, estaba muy segura. Conocía bien a su hija y aunque, como veremos enseguida, Berenguela no dejaría de tener dificultades en unirse en matrimonio con Alfonso IX, estaba segura que al final aceptaría su propuesta, siempre dispuesta a obedecer a su madre por el bien del reino. No hay nada de extraordinario en esta acep- tación del plan de su madre, cuando tenemos presente que también Berenguela era Plantagenet, descendiente de una progenie de mujeres fuertes, conocidas por su carácter firme y con unas ideas claras en la política de sus respectivos reinos. Antes de seguir adelante con los planes de doña Leo- nor tal vez el lector/a se preguntará: ¿fue el matrimonio de Berenguela con Alfonso IX, además de un matrimonio po- lítico, un matrimonio de amor? Si de la conveniencia política y social de la unión matrimonial nos hablan todas las crónicas, del lado afectivo y personal de los contrayentes no nos dicen absolutamente nada. El tema de los senti- mientos personales e íntimos de los protagonistas de la historia los cronistas medievales rara vez lo tocan: la vida afectiva era considerada estrictamente privada y no era objeto historiable, especialmente cuando se trataba de una mujer y reina. Hablan frecuentemente de las amantes y concubinas de los reyes, a menudo sin reprobación alguna, pero de las aventuras sentimentales de las mujeres, salvo el caso escandaloso de Urraca de Castilla, ni una palabra. Podemos sólo intuir algo por la casuística que se expone en los manuales para confesores o en los de educación de príncipes, pero éstos se concentran casi exclusivamente en los varones. Es muy probable que Berenguela no se hubiese encontrado personalmente y, desde luego, nunca a solas, con su futuro esposo. Debió verlo seguramente durante la curia de Carrión en 1188, cuando su padre le ciñó el cinturón de caballero; pero entonces ella tenía apenas ocho años y, desde la perspectiva del presente (1197), debía parecerle un acontecimiento muy lejano, parecido a las fábulas de príncipes y princesas que oía cantar a los juglares y trovadores que comparecían en la corte. Seguramente lo volvió a ver en Toledo, cuando el joven rey de León fue a ver a su padre después de la derrota de Alarcos (1195), entrevista que a la adolescente Berenguela, allí presente, le debió causar una pésima impresión por la arrogancia y el mal humor en avanzar sus pretensiones. Para ella, el recuerdo de estas dos visiones del rey de León, que en su mente asociaba con dos instantes infelices de su vida, acaso tuviese las connotaciones de una pesadilla que preferiría no recordar, pues, de haberse verificado aquel acuerdo matrimonial con el príncipe alemán, hubiese tenido que separarse de su querida madre y de sus hermanos, que adoraba; o con la crueldad del agresivo rey de León que salió del encuentro con su padre dando un portazo como un forajido, diciendo que se alegraba de aquella derrota que casi había acabado con su vida. Por tanto, la imagen que tenía de su futuro esposo iba asociada con circunstancias personales muy negativas que conservaba vívidamente en su mente como si se tratase de un maleficio. No sabemos si se había vuelto a encontrar con él en los dos últimos años, cuando la guerra y los conflictos habían hecho del rey de León un facineroso, odiado por todos en Castilla, contra el cual la Iglesia habíadeclarado una cruzada para deponerlo. Todo lo que sabía de él se lo debía a su madre y a los cuchicheos de las damas de cámara, entre las que circularían chascarrillos sobre la vida libertina del rey de León. Su padre, si algo le comunicó sobre el carácter del rey de León, no pudo ser más que negativo. En momentos de reflexión solitaria y en conversaciones con su madre, Berenguela nodejaría de expresar sus sentimientos de duda y de aprensión ante un futuro incierto con aquel hombre agreste, excomulgado y aparentemente cimiento en un asunto tan político como era un matrimonio, era muy ardua para una mujer medieval que frecuentemente no tenía más palanca que la de su poder de persua- sión en el ámbito de la cámara matrimonial, asunto del cual hablo más adelante. Sin embargo, don Rodrigo Jiménez de Rada no puede ser más claro: fue la reina la que, ante la reticencia de su marido, «dio por esposa a la citada hija al rey de León». El insigne arzobispo de Toledo sabía perfec- tamente que el fin, la paz del reino, no podía justificar los medios, el incesto; pero el gran historiador, acostumbrado a intrigas palaciegas y diplomáticas, mientras, por un lado, tal vez esté descargando de culpa al rey, por otro, no tiene ni una sola palabra de reproche para la reina a la que considera «sumamente juiciosa [que] calibraba con claro y profundo discernimiento el riesgo de la situación, que podía solucionarse con un enlace tal». Don Rodrigo no nos dice de qué medios se sirvió la reina para llevar a cabo su proyecto matrimonial; pero Alfonso X en su Estoria de España nos consignó detallada- mente cómo su bisabuela, usando un ardid impensable en una mujer de la época, se atrevió a manipular el poder del pueblo para presionar a su marido, a los reticentes de la corte y a la misma jerarquía de la Iglesia, reuniéndose con los representantes de los concejos de Castilla y planteándoles el dilema en que se hallaba el reino. Los representantes de los concejos, como se sabe, eran parte integrante de las Cortes, por lo cual su parecer no iba a ser tomado a la ligera por los otros poderes constituidos, el rey, la nobleza y la jerarquía de Iglesia, cuando llegase el momento de decidir.
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Del texto alfonsí que vamos a ver enseguida se desprende que sólo la reina Leonor, «mujer muy entendida y muy sagaz», tuvo la fuerza de ánimo para tomar una deci- sión tan radical, celebrando personalmente y a espaldas de su marido una reunión con los «hombres buenos» para discutir la cuestión y pedir su parecer. Ante aquella asamblea de castellanos la reina expuso su propuesta con una lógica que nos deja pasmados aún hoy día sin escrúpulos morales cuando se trataba de defender su reino y con una vida personal desordenada, ya por entonces cargada con ocho o nueve hijos naturales tenidos con tres o cuatro amantes. Alfonso no era su príncipe azul descrito en las fábulas de los trovadores, sino su némesis. Cuando doña Leonor propuso la idea del matrimonio a su marido éste no se entusiasmó demasiado, por la sencilla razón de que, consciente del parentesco, desconfiaba que el papa estuviese dispuesto a dispensar el impedimento canónico. Si esto no sucedía, debió pensar Alfonso VIII, su hija quedaría moral y políticamente destruida para siempre, no quedándole otra alternativa más que el monasterio, y él sería desvergonzado y humillado por haber consentido en la celebración de un matrimonio que la Iglesia consideraba incestuoso, desvirtuando a los descendientes de toda posibilidad de sucesión. Desde la pers- pectiva política, el matrimonio era, pues, un riesgo muy grande para Castilla, por lo cual el sueño pacifista de su esposa, al hábil político que era el rey Noble, le pareció imprudente y, por tanto, irrealizable. Doña Leonor, sin embargo, no se dio por vencida. Como buena Plantagenet, no era mujer que cediese fácilmente ante una causa que consideraba justa. La vía del convencimiento . El Rey Sabio, hombre de gobierno y habilísimo historiador, que aprueba entusiasmado la decisión de su bisabuela, diciendo que en la balanza pesaba más el bienestar de los dos reinos que la violación de unas normas canónicas, sin embargo, para salvaguardar la integridad moral y el decoro de su bisabuela, introduce en su relato un protagonista colectivo sobre el que descarga la responsabilidad moral de aquel matrimonio anticanónico: el pueblo castellano, «los hombres buenos», que tenían por oficio velar por la paz del reino. He aquí, pues, un breve fragmento en castellano moderno de este quasi-maquiavélico razonamiento que los «hom- bres buenos» de Castilla, tras haberles sido expuesto el dilema, hicieron a doña Leonor para justificar el matrimo- nio: ... Y a pesar de que el rey de Castilla rechazase el consejo [del matrimonio] porque él y el rey de León eran parientes, [los castellanos] esperaban que la reina doña Leonor, mujer del noble rey don Alfonso de Castilla, que era una mujer muy sabia y muy entendida y muy perspicaz y entendía los peligros de las cosas y las muertes de las gentes que vendrían por este desamor y se podrían evitar si se hiciese este casamiento, se fueron a ella y hablaron con ella en secreto; y le expusieron las razones y ella lo tuvo por bien; dijéronle que el matrimonio entre los reyes, de donde tantos bienes podían venir y tantos males ser evitados, más era una gracia [de Dios] que no un pecado; y que aun cuando lo fuese, que todos darían limosnas y pagarían tributos y ayunarían para que fuese perdonado; aun más, que el casamiento podría durar por algún tiempo, hasta que produjesen algunos herederos; después, o el papa aprobaría el casamiento o se podrían ellos separar según la ley; mientras tanto pasarían las gentes el tiempo en paz y bienestar, evitándose muchos males. La reina, como era muy entendida, según hemos dicho, cuando oyó a los hombres buenos tan buenas razones, díjoles que le placía de corazón, y que ella se encargaría de buscar el modo cómo se hiciese aquel casamiento (PCG, II, c. 1004, pág. 683a).
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Extraordinario e increíblemente pragmático modo de razonar: el matrimonio de Berenguela con Alfonso de León más era una merced, un regalo del Cielo para el pueblo, que no un pecado. Es evidente que lo que los «hombres bue- nos» de Castilla proponían a la reina era, nada más y nada menos, la desobediencia al papa y a las disposiciones canónicas en materia de consanguinidad e indisolubilidad matrimonial, llegando hasta proponer un matrimonio ad tempus, es decir, por un cierto tiempo, mientras se apaciguaban los reinos y los reyes tuviesen descendencia. Después, si el papa se negaba a dispensar el impedimento, podían separarse, o seguir viviendo juntos, lo que más les conviniese. Por su parte, los leoneses, que asimismo querían el matrimonio, siempre por motivos de la paz, no se preocupaban tanto como los castellanos de la violación de los preceptos canónicos, que en la dinastía leonesa había sido casi siempre de rutina, con una larga tradición de matrimonios irregulares entre consanguíneos, pero que no habían sido obstáculo para que los reyes procreasen hijos para la corona (recuérdese la historia de la separa- ción de Fernando II, padre de Alfonso IX, y de éste y su primera mujer, doña Teresa). Una vez que la reina hubo recibido aquella recomendación de los representantes del reino, sin perder tiempo, se fue directamente al rey y con las palabras más dulces y los halagos más atractivos le informó de la voluntad de sus súbditos: «y la reina, escribe Alfonso X, no dio largas al asunto, sino que tan pronto como pudo apartarse con el rey, le habló de este casamiento; y cuando le mostró los bienes que de él redundarían en las gentes y los males que por él se evitarían, y sobre esto tanto le supo halagar con sus palabras y endulzarle que al final concedió que se hi- ciese el casamiento». Obtenido el consentimiento de su marido, quedaba sólo por representar el último acto de este drama: convencer al rey de León de la utilidad del matrimonio con Berenguela. Para ello doña Leonor usó una nueva estratagema que revela una vez más su extraordinaria capacidad diplomática y su astucia como negociadora. Era imprescindible no descubrir al suspicaz rey de León todas las cartas desde el primer momento, informándole que Castilla le ofrecía la mano de su infanta número uno, la heredera. Esto hubiese puesto a Castilla en una posición de inferioridad en las negociaciones ya que Alfonso IX, conocido por su agresividad, seguramente hubiese demandado un precio mucho más elevado para aceptar la propuesta, cosa que el reticente Alfonso VIII hubiese usado contra la reina para repensar su consentimiento. Por ello, la habilísima Plantagenet lo que hizo fue presentar la propuesta de matrimonio al rey de León como algo posible, dándole a entender queantes había que convencer al padre de la esposa y que la manera más fácil para convencerle era si él le pedía la mano, como si la petición hubiese salido directa mente del leonés. Después de un contacto inicial, nos dice el Rey Sabio, doña Leonor pidió a los «hombres buenos» que fuesen al rey de León para decirle que pidiese en matrimonio a la hija mayor del rey de Castilla, Berenguela, como prenda de una paz duradera entre los dos reinos, y que ella haría todo lo posible para que los dos reyes se encontrasen en ocasión de unas cortes que se celebrarían en Valladolid próximamente. Tras el mensaje de la reina, ambas cancillerías se pusieron a trabajar sobre un posible tratado de paz basado en un acuerdo matrimonial. Fue así como, según el Rey Sabio, por voluntad divina e influjo del Espíritu Santo que inspiró a los reyes, a la reina y a los «hombres buenos» que hacían de intermediarios, los reyes se reunieron en Valladolid y hablaron de las paces y de las bondades que vendrían sobre ellos y sus reinos y sobre los pueblos, de tal manera que se tomó la resolución de casar al rey don Alfonso de León con la infanta doña Berenguela, hija del rey de Castilla y de la reina doña Leonor; y así como fue decidido, así fue otorgado y fue inmediatamente hecho (PCG, II, pág. 683). El protagonismo de doña Leonor en todas las fases de las negociaciones matrimoniales, desde el convencer a su marido de la necesidad del matrimonio, hasta el de pedir a los «hombres buenos» que rogasen al rey de León que pidiese la mano de la hija primogénita del rey de Castilla, es evidente. Ella fue también, según Alfonso X, la artífice del encuentro celebrado en Valladolid entre los dos reyes para discutir el tema de la paz que, evidentemente, se concluyó con la solicitud de la mano de Berenguela por parte del rey de León y el consentimiento de Alfonso VIII. Este encuentro quedó sellado con el documento de arras que fue ratificado dos años más tarde (8 de diciembre de 1199), cuando el matrimonio ya había tenido lugar y los contrayentes incluso tenían heredero. ( 4 ) |
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Berenguela muere en el Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas ( Burgos ) en 1246 a los 66 años , Vivió retirada los últimos años de su vida en este monasterio , que fue un proyecto personal de su madre Leonor de Plantagenet que al igual que hizo su madre Leonor de Aquitania con Fontevrault, fundó un convento donde pasar los últimos momentos de su vida , allí yacen sus restos junto con los de su hermano.( 5 )
Berenguela muere en el Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas ( Burgos ) en 1246 a los 66 años , Vivió retirada los últimos años de su vida en este monasterio , que fue un proyecto personal de su madre Leonor de Plantagenet que al igual que hizo su madre Leonor de Aquitania con Fontevrault, fundó un convento donde pasar los últimos momentos de su vida , allí yacen sus restos junto con los de su hermano.( 5 )
MONASTERIO DE SANTA MARÍA DE LA HUELGAS ( BURGOS ) Y SEPULCRO DE LA REINA BERENGUELAI DE CASTILLA
1-http://www.diariodeleon.es/noticias/cultura/desearia-que-nuestros-politicos-se-parecieran-algo-a-reina-berenguela-_675256.html BERENGUELA LA GRANDE - H.SALVADOR MARTÍNEZ
2-http://e-spania.revues.org/20952 H. SALVADOR MARTÍNEZ - BERENGUELA LA GRANDE Y SU ÉPOCA ( 1180 - 1246 ) Madrid: Polifemo, 2012, 892 p. ISBN: 978-84-96813-64-9
3-http://www.cronosgea.es/?tag=historia-medieval LA EDAD MEDIA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA , UN VISTAZO SOBRE LIBROS Y APOYOS .
4-MATRIMONIO DE ALFONSO IX DE LEÓN CON BERENGUELA DE CASTILLA UNA HISTORIA DE INTREPIDEZ FEMENINA / H. SALVADOR MARTÍNEZ
5-http://www.arteguias.com/biografia/berenguelacastilla.htm BIOGRAFÍA DE BERENGUELA I DE CASTILLA
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