El entorno en el que tiene lugar la vida y obra de Jesús de Nazaret permite afirmar sin temor a equivocarse que la lengua materna de Jesús fue el arameo, lengua semítica de la rama occidental hablada en Galilea y en general en lo que conocemos hoy como Palestina, y que aún puede escucharse tanto en la liturgia de algunas ramas orientales del cristianismo, como es el caso de los cristianos caldeos, como en algunas zonas y pueblos del suroeste de Siria.
Pero por si este conocimiento intuitivo no fuera suficiente, los propios evangelios, escritos como se sabe en griego, se constituyen en prueba definitiva de que tal era la lengua que hablaba Jesús, al recoger en algunas ocasiones palabras y expresiones realizadas por éste en su lengua materna.
Las ocasiones en las que esto sucede son exactamente cinco en los evangelios: en tres de ellas se trata de una única palabra, en otra son dos y en la última, la más larga, cuatro. Las cinco tienen algo en común: narran episodios muy trascendentes del Evangelio: una resurrección, una curación, cuando Jesús elige a Pedro, y la oración de Jesús a su Padre en dos ocasiones.
Siguiendo el orden en el que las cosas debieron acontecer en la vida de Jesús, la primera se la debemos a Juan, y relata el momento en el que Jesús recluta a Pedro entre sus discípulos:
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"Tú eres Cefas". Rafael Sanzio. |
“Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste encuentra primeramente a su propio hermano, Simón, y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, Cristo. Y le llevó a Jesús. Fijando Jesús su mirada en él, le dijo:«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, `Piedra´»”. (Jn. 1, 40-42).
El episodio tiene un indudable parecido con el que relata Mateo en el que Jesús instituye a Pedro cabeza de su Iglesia, pero no es el mismo. Y aunque según Mateo, ese es el momento en el que Jesús bautiza Pedro a su discípulo Simón, en Mateo no se usa la palabra aramea, Cefas, y en Juan sí.
Marcos se hace eco de la segunda de ellas:
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"Talitá kum". Ilia Repin (1871) |
“Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.» Y se burlaban de él. Pero él, después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, levántate.» La muchacha se levantó al instante y se puso a andar” (Mc. 5, 35-42)
La tercera nos la relata otra vez el mismo Marcos:
“Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Ábrete!» Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente” (Mc. 7, 31-34).
Y la cuarta también:
“Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración.» 33 Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. 34 Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad.» 35 Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. 36 Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.»” (Mc. 14, 32-36).
La quinta y última, la más escalofriante de todas y también la más larga, la recoge Mateo quien pudo ser, por cierto, el único evangelista que escribiera el Evangelio en arameo, aunque luego lo tradujera, siendo la versión griega la que nos llega. Tiene lugar sobre la misma cruz:
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"Eli, Eli, lama sabactaní" |
“Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.46 Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», esto es: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?»” (Mt. 27, 45-46).
Transcripción ésta última que ofrece una curiosa particularidad, ya que es una cita de Jesús en arameo, en un texto que está escrito en griego, el Evangelio de Mateo, y que a su vez, es traducción de un texto, el Salmo 22 (ver Sl. 22, 2), escrito en hebreo.