DE UNO DE LOS ESCRITORES CUYOS ARTICULOS MAS ME GUSTAN.
Los habitantes del paraíso eran inmutables y por eso no tenían necesidad de reproducirse: «Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse de ello» dice el Génesis. Pero después, como se sabe, llegó la serpiente y tentó a la hembra. Es curioso encontrar en las ciencias naturales un interesante paralelo a este mito del pecado original. En efecto, una importante explicación del origen del hombre nos dice que la especie homo sapiens es el desarrollo de la infancia de nuestros antecesores. El verso de Wordsworth adquiere otra dimensión al leer los estudios de los biólogos: La horrenda verdad sobre nuestro origen es clara –dice Gould–: hemos evolucionado mediante la retención de los caracteres juveniles de nuestros ancestros, un proceso conocido técnicamente como neotenia (literalmente, «manteniendo la juventud». La neotenia –fenómeno similar a otro conocido con el nombre más cercano a la mitología de progénesis– significa la conservación de las características larvarias en animales que sin embargo son capaces de reproducirse. La progénesis aparece como un fenómeno verdaderamente demoniaco: es la posibilidad que tiene la infancia de evitar la vejez. Dos larvas, dos niños, hacen el amor y se reproduces: sus descendientes nacen con la misma capacidad de reproducirse antes de llegar a la madurez. Surge así una nueva especie. Louis Bolk, el anatomista holandés y pionero del estudio de la neotenia humana, resumió así sus ideas: «El hombre, en su desarrollo corporal, es un feto de primate que ha llegado a ser sexualmente maduro». Bolk describió las múltiples similitudes entre el hombre y el embrión de los monos y de los simios, para sustentar su teoría: el cráneo redondo y bulboso la cara «juvenil» (perfil recto, quijadas y dientes pequeños), la cerrazón tardía de las suturas del cráneo (lo que permite el crecimiento posnatal del cerebro), el dedo grueso del pie fuerte y no oponible (lo que nos ayuda a caminar erguidos), la ubicación del foramen magnum en la base del cráneo, apuntando hacia abajo, lo que permite mirar hacia delante al estar en posición erguida), el canal vaginal de las mujeres apunta hacia el vientre (por lo que podemos copular muy cómodamente cara a cara). Todos ellos son rasgos de los embriones de muchos mamíferos y especialmente de los simios; con el desarrollo del embrión del simio estos rasgos se pierden: el cráneo se alarga, la cara se «endurece» se cierran las suturas craneanas, el dedo grande del pie se vuelve oponible permitiendo la actividad prensil de las extremidades inferiores, el agujero craneano en el que se conecta la espina dorsal se desplaza hacia la parte de atrás (por lo que el macho sólo puede cubrir a la hembra por la grupa). En resumen: la retención en la especie humana de los rasgos fetales y larvarios de sus ancestros permite la práctica de varios pecados extraños y originales, como caminar sobre los dos pies, trabajar con las dos manos y fornicar en formas sofisticadas y diversas. Estrictamente hablando, neotenia y progénesis no sin sinónimos,: aunque en ambos casos hay una retención de caracteres juveniles, en la neotenia ello curre por el retardo en el desarrollo somático, mientras que en la progénesis hay una maduración sexual precoz. Unos son adultos con rasgos infantiles; otros son niños precoces. No sabemos qué ocurrió en el edén: ¿retuvieron la ingenuidad primitiva al amar o maduraron anticipadamente sus deseos eróticos? La idea de progénesis (y de neotenia) no es fruto de la mera especulación, es un fenómeno que los zoólogos observan empíricamente. El ejemplo más citado de la neotenia es nada menos que nuestro axolote, ese extraño anfibio mexicano entorno al cual se han amalgamado historias y leyendas. El axolote es la larva acuática de la salamandra; es capaz de reproducirse para conservar así su eterna juventud y eludir, por tanto, la metamorfosis. El axolote, como se ve, no es tan ajeno a nosotros como podría hacernos pensar su aspecto monstruoso.