Vivimos en una sociedad presidida por la prisa y hasta para hacer el amor con el amante la prisa acompaña.
Somos prisioneros de la prisa.
La mayoría de la gente de las urbes va con prisa por la calle,
con tanta ligereza y tan concentrados en su mismidad que se olvidan de mirar en derredor,
de ver la belleza de los primeros brotes de los árboles que todavía permanecen enhiestos.
Llevan también prisa en el coche, en el taxi, en el metro, en el autobús que frena en las paradas
para recoger a más gente con prisa, en todo.
Hay prisa por vivir, por sentir emociones que requieren serenidad,
por ser el primero de la clase en todo menos en lo trascendente. Hay prisa por ganarle tiempo al tiempo.
La gente se ha olvidado de vivir en el sentido pleno para concentrarse en correr alocadamente,
sin sosiego, como si les fuese la vida en ello pero sin saber a ciencia cierta a dónde van.
En algunas ocasiones he comentado en mi trabajo que la principal enfermedad
de nuestros días no es tanto la depresión como la ansiedad.
La ansiedad es inquietud, nerviosismo y preocupación.
La que mejor define la ansiedad es preocupación, que descompuesta es pre-ocupación,
esto es, lo que antecede a la ocupación.
Ahí está la clave, la persona con ansiedad no se ocupa, se preocupa,
está continuamente adelantándose a las cosas, no habita en el presente sino que vive en el futuro,
en el futuro más inmediato.
Porque al futuro remoto que es el sector de la esperanza al que el ansioso tampoco tiene acceso.
La persona ansiosa vive en un continuo trajín sin poder detenerse en cuestiones trascendentes.
Lo contrario de vivir aceleradamente, lo opuesto a ir en un coche veloz,
es ir andando, disfrutando del paisaje.
La velocidad tendrá su atractivo, sientes vértigo y se descarga adrenalina con la que llegan a la taquicardia,
la excitación y el subidón.
La quietud es nirvana sientes una paz alegre y se descarga endorfinas,
que son aunque te parezcan increíbles sustancias opiáceas fabricadas por las neuronas.
Con ellas llegan la relajación, la sensualidad y la serenidad.
Algunos afortunados que transitan por este camino entran en éxtasis.
Los estados de éxtasis se caracterizan por dos vivencias simultaneas:
la vivencia de la fusión del yo, esto es, el yo pierde sus fronteras, ya no te limita la piel,
y te fundes con la realidad y la vivencia de detención del tiempo,
así, como lo lees, el tiempo deja de fluir, se para.
Todo lo sublime se hace en la quietud y el amor también se hace mejor ante la chimenea y a fuego lento.
Así que al "tengo cinco minutos ¿nos vemos?, contestaría rotundamente NO.
Texto extraido de Reflexiones de un Hada
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