Padre misericordioso,
Señor de la vida y de la muerte
Nuestro destino está en tus manos.
Míranos con bondad y guía nuestra existencia
con tu providencia, llena de sabiduría y amor.
Reanima en nosotros, Señor, la luz de la fe
para que aceptemos el misterio
de este intenso dolor y para que creamos que tu amor
es mas fuerte que la muerte.
Mira, Señor, con bondad la aflicción de quienes lloran
la muerte de personas queridas: hijas, padres, hermanos,
parientes, amigos.
Que sientan la presencia de Cristo
que consoló a la viuda de Naím
y a las hermanas de Lázaro,
pues Él es la resurrección y la vida,
Que encuntren el consuelo del Espíritu,
la riqueza de tu amor
y la esperanza de tu providencia,
que abre senderos de renovación espiritual
y asegura a quienes le aman un futuro mejor.
Ayúdanos a comprender en este misterio del dolo
que somos peregrinos en la tierra,
que debemos estar siempre preparados,
porque la muerte puede llegar improvisamente.
Recuérdanos que debemos sembrar en la tierra
lo que recogeremos
multiplicado en la gloria,
para que vivamos mirándote siempre a ti,
Padre y juez de vivos y muertos,
que al fianl nos juzgarás con amor.
Te damos gracias, Padre,
porque en la fe el dolor nos acerca más a ti
y en él crece la fraternidad y la solidaridad de todos
los que abren
su corazón al prójimo necesitado.
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