No ama tanto quien clava la mirada como quien la desliza acariciante; si uno es la fresca brisa susurrante, el otro es la ventisca alborotada.
Dadme la blanda luz de la alborada, más que el rayo del día fulgurante; y antes que la carrera sofocante, la elegancia de tímida pisada.
Si has de venir a mí, ven con la calma temeroso de desvelar el alma, con voz de terciopelo, con candor.
Yo iré a tí en el silencio sosegado que a tus pies se reclina abandonada, y en la suave fragancia de la flor.
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