Rueda del tiempo Ah, qué locuacidad la nuestra; urgía detener los relojes; cada hora tornábase en letal devoradora de sus propios minutos, y encogía.
Golpe mental sobre la lejanía cada palabra escrita, transmisora de cuanto el alma en orfandad añora, en tantas otras se reproducía.
Y hablábamos, hablábamos; la ausencia se evaporaba en la magnificencia del prolongado diálogo ferviente.
Tu euforia al fin se transformó en hastío, y ambos quedamos en silencio frío, sin saber qué decirnos mutuamente.
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