Del Rincòn de Dios.
Para conseguir que nuestras intenciones sean rectas
y sinceras debemos actuar de acuerdo con nuestras
inclinaciones naturales.
Cuando el alma se haya agitada por la cólera,
carece de esta fortaleza;
cuando el alma se halla cohibida por el temor,
carece de esta fortaleza;
cuando el alma se halla embriagada por el placer,
no puede mantenerse fuerte;
cuando el alma se halla abrumada por el dolor,
tampoco puede alcanzar esta fortaleza.
Cuando nuestro espíritu se haya turbado por cualquier motivo,
miramos y no vemos, escuchamos y no oímos,
comemos y no saboreamos.
Raras veces los hombres reconocen los defectos
de aquellos a quienes aman, y no
acostumbran tampoco a valorar las
virtudes de aquellos a quienes odian.
( El Rincòn de Dios.)