El
hombre usaba el tubo de hierro para abrir agujeros en la tierra.
Entonces, sacaba del saco que traía una bellota y la colocaba en el
agujero. Luego, el anciano le dijo al viajero: “He sembrado más de
100,000 bellotas. Quizás tan solo una décima parte de ellas crecerán”.
La esposa e hijo del anciano habían muerto, y esta era la manera como él
había decidido invertir sus últimos años. “Quiero hacer algo útil”,
dijo él.
Veinticinco
años después, el ahora no tan joven viajero regresó al mismo paraje
desolado. Lo que vio lo sorprendió. No podía creer lo que veían sus
propios ojos. La tierra estaba cubierta con un hermoso bosque de tres
kilómetros de ancho y ocho de largo. Las aves cantaban y los animales
jugaban y las flores silvestres perfumaban el ambiente.
El
viajero se quedó contemplándolo, recordando la desolación que alguna
vez estuviese en su lugar; un hermoso bosque de robles ahora se
levantaba allí –sólo porque alguien se interesó.
Nunca
te canses de sembrar, lo que ahora parece que no germina un día
brotará. Quizá no lo veas tú, pero lo verán tus hijos o tus nietos y tú
sonreirás desde los cielos. La vida es un campo y tú eres el sembrador.
Y
José dijo al pueblo: He aquí os he comprado hoy, a vosotros y a vuestra
tierra, para Faraón; ved aquí semilla, y sembraréis la tierra. —Génesis
47:23.
El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no segará. —Eclesiastés 11:4.