Tú le diste esa voz que me acaricia, que con dulce vibrar se abre camino y convirtiendo a mi alma en su destino se hace dueño de mí... Señor; le ansío.
Tú le has dado también esa mirada que me envuelve y me atrae hacia la puerta donde inicia el acceso hacia su sino, donde habita la luz... Donde es tan mío.
Le pusiste, Señor; dentro del pecho ese gran corazón donde hay nobleza donde en ese recodo de tristeza abrigando a otro ser, va en su defensa. Donde busca la fuerza y tu camino. Es por eso, Señor... que yo lo admiro.
Y le has dado, Señor; esa ternura que es capaz de elevarme al mismo cielo y un instante después, en la locura, transformar ese amor en casi fuego. Tú bien sabes, Señor... Cuánto lo quiero!.
Como sabes también: lo clamo mío; sin querer poseer nada en su vida. Solamente, Señor; porque lo habito como vive él en mí... Lo habías escrito!