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De: 2158Fenice  (Mensaje original) Enviado: 03/12/2009 06:07
RINCÓN GAUCHO

El lechero, testigo de amaneceres en el campo de ayer

Recuerdo de un oficio fundamental para la vida en los poblados rurales; viejas imágenes del ordeño y del reparto.

 

El lechero, testigo de amaneceres en el campo de ayer

 
REALICO. Relucientes, los tarros cuyas formas había inventado quién sabe qué orfebre, brillaban al paso del carro de dos ruedas de goma; el caballo, ajeno a otros menesteres, sabía, por costumbre, en qué sitio debía parar.

La imagen, repetida durante años, pero con distintos apellidos, se multiplica en el tiempo de los pueblos; se la saborea en lejanos tazones grabados en la memoria de la infancia y hasta perfila, a veces, como una ensoñación a contraluz, la figura del lechero.

Emparentado con las tareas habituales del campo, a muchos de los que llevaron el oficio década tras década les bastaba una pequeña fracción de tierra para cuidar las mejores vacas y ofrecer el mejor producto.

Nunca podría el clima postergar la entrega; ningún animal, por mañoso que fuera, haría quedar mal con sus clientes al hombre que había asumido un compromiso de palabra (como era usual entonces).

Los niños y adultos de la casa debían" tomar la leche"; madres y abuelas tener con qué batir largo rato suculentos budines que caramelizaban el ambiente y en las mesas "gringas", con aromas que habían migrado hacia la América, las salsas con anchoas -para la polenta o la "bagna cauda"- solían amalgamar su linaje al del blanco producto, mientras la levadura del pan de cada día lo recibía tibio, como un retazo de vida que igualaba en el momento del hambre.

Rituales del reparto

Constituía todo un ritual preparar el recipiente para que muy temprano en la mañana, el lechero -según las monedas o los pesos que había debajo- dejara ese bien tan preciado para la alimentación de la familia.

Hervidores, ollas y cacerolas quedaban por las noches a la intemperie para esperarlo y muchas veces fueron motivo de bromas. Como aquella vez, en Ingeniero Luiggi, cuando los hijos adolescentes de la dueña de casa dieron vuelta la cacerola e igual le pusieron la tapa; cuando el lechero volcó el producto se le inundaron los pies, el liquido corrió por la galería y el hombre armó tal revuelo que hasta amenazó con no volver.

En aquella trama pueblerina, que se prolongó -casi- hasta la actualidad, donde la higiene y la salubridad de la población se basaban exclusivamente en el sentido común de expendedor y vecinos, por lo que el lechero solía lavar los recipientes, antes de llenarlos (siempre había a mano una bomba o un aljibe y también baldíos cercanos donde jamás aparecerían miradas indiscretas).

Pequeña biografía

Provenía de Pincén, en el sur de Córdoba, don Constancio Martinengo cuando en 1942 se trasladó a Realicó con su familia para trabajar como peón rural. A los pocos años, en el ´48, se hizo cargo de un tambo y de un reparto de leche que le hizo trajinar las calles durante más de treinta años. Pocho y Coco, sus hijos, lo acompañaron un par de décadas y compartió recorridos con otros hombres que tenían su misma rutina: madrugar, ordeñar a cielo abierto, preparar los tarros y cargarlos en la jardinera para llegar a horario al pueblo.

Durante los primeros tiempos eran muy pocos los propietarios de heladeras, pero la leche debía llegar fresca tanto para los desayunos como para la única fábrica de helados que había. Cuando adquirió una quinta y sus propias vacas lecheras, Martinengo le dio identidad al reparto y lo llamó "El Consuelo". El emprendimiento creció y para cumplir con la demanda decidió tener una media docena de proveedores que aportaron para cubrir los 260 litros de leche diarios que vendía. Cuando nacía un bebe de algún cliente -recuerda Coco, uno de sus hijos- se elegía y apartaba la leche de la mejor vaca.

Con sentido de pertenencia don Constancio -allá por los años sesenta- se congregaba con sus colegas en un bar de la localidad, para comentar los acontecimientos sociales y acordar un pedido de aumento al intendente. Debieron concretarse varias reuniones para lograr los ansiados 5 centavos en el precio de la leche.

En 1978, con la jubilación, llegó el sosiego. Testigo de amaneceres; las manos huesudas de tanto acariciar las ubres anudaban el pañuelo al cuello y calzaban las alpargatas que lo sostenían de pie sobre su carro. Su quimera de trabajo se convirtió en "El Consuelo", al que su mujer hacía brillar cuando fregaba cada día el cobre de los tarros. No fue resignación elegir ese nombre, fue apenas un gesto de refrendar la hombría y de dejar rastros en el horizonte verdeado de La Pampa.

Por Gladys Sago
Para LA NACION
 


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