Se dirá hasta el cansancio de que este es el año del Bicentenario. Todo acto que se realice tendrá esa impronta discursiva. Puede ser cansador, es cierto, pero la de encontrar relaciones entre las fechas es una tendencia natural de los hombres.
Con el campo, habrá quien no resistirá a la tentación de decir que hace 100 años la Argentina vivía de un modelo agroexportador proveedor de materias primas para los países centrales. Y ahora, un siglo después, sigue dependiendo de las materias primas. Si bien hay mucho por hacer para lograr un mayor grado de elaboración de los granos y las carnes, este argumento no tiene en cuenta que el país se sigue encontrando en una posición inmejorable en lo que el mundo más demanda: tierra y agua para producir alimentos. A esto habría que agregar la capacidad humana y tecnológica del campo y de la agroindustria, así como su espíritu innovador, que está lejos de parecerse a una clase parasitaria.
El economista Juan Llach, al establecer un paralelismo con 1910, afirma que el eje económico del mundo, hoy pasa por Asia. Si la Argentina quisiera convertirse seriamente en abastecedor de esa región del mundo que no para de crecer y demandar alimentos, toda la oferta productiva del país, desde el Sur al Norte, podría aprovechar esa ola. La posibilidad de vender a China, India y el resto del sudeste asiático no está disponible sólo para la Pampa Húmeda sino para todas las regiones del territorio.
También el ex decano de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, Fernando Vilella, sostiene que con un plan de desarrollo agroindustrial de aquí a 2020, el país podría incrementar su capacidad de agregar valor a la producción.
Hay más perspectivas favorables. El consultor y ex agregado agrícola de la Unión Europea, Gustavo Idígoras, recuerda que la política de subsidios de la Comunidad Europea ya no tiene como objetivo aumentar la producción sino garantizar la ocupación del espacio rural y mejorar la infraestructura de los países del Este. Se dieron cuenta que no tiene sentido gastar dinero en producciones ineficientes. La carne vacuna es una de ellos. Si el acuerdo Unión Europea-Mercosur de libre comercio finalmente se llega a firmar, la Argentina podría participar, dentro del bloque regional, de un cupo de 250.000 toneladas con aranceles preferenciales de cortes enfriados, no Hilton.
El futuro promisorio está ahí, al alcance de las manos. Por esa razón cuesta tanto entender el motivo por el cual el Gobierno sigue viendo al sector agropecuario como un enemigo, en vez de un aliado. Se demostró claramente con las inundaciones que castigaron a San Antonio de Areco. La primera reacción del Gobierno fue acusar al campo de construir 30.000 canales clandestinos que provocaron el anegamiento de la ciudad. Finalmente, la denuncia del ministro de Planificación Federal, Julio de Vido, consignó la supuesta existencia de entre 12 y 20 canales. Si esto fuera cierto cabe preguntarse por qué no se investigador antes a quienes habrían construido esos canales en forma ilegal. Los propios dirigentes rurales no hicieron una defensa corporativa de los que habrían infringido la ley, simplemente advirtieron que era temerario formular una acusación de ese tipo sin las pruebas correspondientes.
Los conocedores de la zona recuerdan que por lo menos hace 20 años existe un plan de limpieza del río Areco que nunca se ejecutó. Sostienen que en esta catástrofe se dieron un conjunto de factores negativos en una cuenca que abarca 300.000 hectáreas: la desidia por limpiar el río, el crecimiento de las acacias negras en el lecho del río durante la época de sequía, que se transformaron en tapones, el aumento del caudal del Paraná que no permitió el desagote del curso de agua y, obviamente, los casi 300 milímetros que cayeron en una semana. Todavía no está claro si la construcción de canales también contribuyó al desastre. Otro argumento que también se escuchó fue el de acusar a la siembra directa de la inundación. Fue la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) la que recordó que, entre otros aspectos, la no remoción del suelo permite reducir el proceso erosivo del suelo. De todas formas, recordó también que la siembra directa por sí sola no alcanza y que se debe hacer una rotación de cultivos, aplicar un balance de nutrientes adecuado y utilizar cubiertas vegetales.
En esto el Estado también tiene mucho por hacer. En vez de lanzar acusaciones irresponsables podría preguntarse si no está llevando a la agricultura a un modelo de monocultivo al distorsionar los mercados del trigo, del maíz y de la carne. También podría preguntarse si no habría que modernizar la legislación sobre suelos con una mirada de mediano y largo plazo.
Rincón gaucho
El saladero que dio origen a Mar del Plata
En derredor del emprendimiento, a fines de 1856, se levantaron las bases de la actual ciudad balnearia
En 1839, la Revolución de los Libres del Sur, iniciada en Dolores, trajo profundas alteraciones a la zona sur de la provincia: tras la rebelión y derrota de los estancieros alzados contra Rosas, los embargos llevaron al abandono de muchas estancias, entre ellas, las del más remoto propietario, Ladislao Martínez, con propiedades cerca de la actual Mar del Plata.
Los cambios se acentuaron después de Caseros. Las estancias fueron lentamente diversificando su producción. El incremento en la cantidad de establecimientos -que en esa dirección ya sobrepasaban en mucho la línea del Salado- fue grande y de las tierras antaño de Martínez se hizo cargo, en agosto de 1856, un consorcio brasileño-portugués encabezado por el Barón de Mahuá: se trataba de las estancias Laguna de los Padres, La Armonía y San Julián de Vivoratá. El diario El Nacional, informaba el 14 de ese mes que se había adquirido "una extensión de 52 leguas de campo, 7 leguas de costa, donde hay no menos de 115.000 cabezas de ganado manso y alzado, yeguarizo y lanar". De explotar esa extensión se encargó el portugués Coelho de Meyrelles, socio de Mahuá.
La primera caravana de carretas llegó en diciembre. Los boyeros eran gauchos argentinos que en su mayoría habían vivido en Río Grande do Sul y conocían las tareas de los saladeros, industria a la sazón próspera en esa parte de Brasil. A Coelho, los lugares próximos a la rastrillada no le parecieron adecuados por su lejanía del mar. Tras intentar instalarse en la margen derecha del arroyo Vivoratá, optó por la desembocadura del San Ignacio (hoy Las Chacras), sitio denominado más tarde Punta Iglesia.
Galpones y caserío
Pronto hubo allí galpones y un caserío. El establecimiento ocupó la manzana delimitada por las actuales avenida Luro y calles Alberdi, Corrientes y Santa Fe. Enfrente se construyó un gran corral de "palo a pique" donde se encerraba la hacienda. Ese corral estaba rodeado por las hoy calles San Luis, San Martín, Santiago del Estero y la citada Alberdi. Había largas mangas hechas, también, de palo a pique y arpillera para conducir los animales.
Estos eran enlazados y, por medio de una soga y una roldana, se los suspendía y de un golpe se los desnucaba. Luego una chata los llevaba hasta un lugar techado, donde se hacía el degüello y la cuereada. La carne era trozada en tiras largas de unos 4 a 5 centímetros de espesor que, tras dejarse orear unas horas, eran depositaban en recipientes con salmuera. Luego se escurrían, y sobre una base de astas se las acomodaba en pilas de hasta 4 metros. Una vez transcurridos 40 a 50 días, moviendo y asoleando permanentemente las pilas, quedaba listo el tasajo que luego iba a granel en la bodega de los barcos.
Pese al sabor desagradable, su bajo precio y el buen contenido alimenticio lo hacía la comida de los esclavos en las plantaciones. Intentos de comercializar el tasajo en Europa para consumo de las clases más bajas fracasaron y algunos países, como Gran Bretaña, llegaron a prohibirlo debido a las deficientes condiciones bromatológicas con que llega el producto.
Muelle en Punta Iglesia
Dado lo arduo de transporte por tierra, Coelho construyó un muelle de madera cerca de Punta Iglesia, frecuentado en un comienzo por las barcazas de Cándido Ceferino de Avila y de los hermanos Domingo y Lorenzo Mascarello, quienes fueron los primeros en estibar en sus bodegas la producción del saladero.
Un lento y progresivo cambio se registró en la fisonomía de la región y surgió un pequeño núcleo de población, formado por los peones y el resto del personal. Se levantaron ranchos y barracas. El trabajo acercó a más gente y hubo familias; y las sendas prefiguraron las futuras calles. Apareció, naturalmente, un almacén de ramos generales, denominado La Proveedora, administrado por los señores Luengas y Harris y propiedad del mismo Coelho.
En un comienzo, al Brasil -y también a Cuba- se enviaba el tasajo, los cueros a Buenos Aires y la carne sobrante se tiraba, salvo la indispensable para comer, hombres y perros. Después, el sebo, la cerda y las astas empezaron a comercializarse, hasta que llegó el día en que nada era tirado.
El ocaso
Pero las ganancias no fueron las esperadas. Distintos factores tuvieron la culpa: en primer lugar, se había exagerado la cantidad de ganado cimarrón, lo que obligó a poco a tener que comprar animales. Luego, el costo del transporte porfió siempre en ser superior al calculado y, por último, si bien hasta 1887 el tasajo constituía parte importante de las exportaciones de carne, la supresión de la esclavitud en Brasil al año siguiente iba a dejar a los saladeros sin clientes.
Mucho antes, el consorcio quebró y Coelho se había convertido en dueño único y endeudado. Enfermo, vendió en 1860 sus acciones a capitalistas argentinos. Pero no se fue: arruinado, falleció en Buenos Aires en 1865.
Por Leonor Capeto
Para LA NACION