Preservar la memoria no es amontonar trastos viejos. Tampoco archivar papeles. Se trata más bien de guardar para el futuro lo que fue el pasado, de conocer para luego reconocer.
Hace falta rescatar tanto la gran estancia como el rancho. Es decir, reconstruir una memoria rural completa, sin exclusiones, pues el hecho histórico es un acontecimiento amplio y diverso.
El campo argentino guarda una historia cuya sombra cubre mucho más que el casco de la gran estancia. Ese inmenso casco arbolado fue el punto final de un proceso iniciado mucho antes, cuando hubo que trazar los caminos, reubicar el gallinero, alejar el corral de palo a pique. Eso llevó varios años e incluso no fue todo.
Los fastuosos cascos fueron parte de la expresión de un momento que no duró más de treinta años. La historia rural es más que eso y tiene que ver con el sacrificio, no con el lujo. La arboleda antes fue planicie chata, casi infinita. Paraísos, casuarinas, castaños, eucaliptos, plátanos: los árboles cantan en su copa el trabajo del hombre sobre la tierra, son parte de la memoria escrita en otras hojas. Y allí el estanciero no estuvo solo; tampoco el gaucho lo estuvo. Allí estuvieron el indio y los inmigrantes españoles, italianos, irlandeses, alemanes, ofreciendo sus manos y esperanzas.
El campo es una construcción de varias generaciones con orígenes culturales diferentes; allí estuvieron presentes el hombre de a caballo, el labrador, el peón, el changador, el ovejero, el chacarero y tantos otros.
Todos esos distintos universos humanos son lo genuinamente argentino. Indistintamente fueron tambero, lechero, resero, amansador, apadrinador, alambrador, milico, pulpero, cantor, bailarín, mayordomo o patrón. Sus expresiones materiales son los magníficos palacios y también el rancho de pared de chorizo. O podría decirse al revés; sus expresiones fueron los ranchos y también, en ocasiones, el palacete con su parque interminable.
Más allá de la antigua casona, el paisaje sigue narrando la historia. Cuenta que la tierra le enseñó poco a poco al hombre, le confesó sus tiempos y le reclamó sus cuidados. En cada monte se enumeran momentos de la lucha con el medio y surge un relato de la historia en barro, en madera, en paja, en chapa y en piedra.
Esas construcciones por las que hoy trepa la humedad también son un relato antiguo. El patio, el aljibe, la vieja escuelita, la ochava de ladrillos, los pilares, la matera, la estación, los vagones, el galpón, el molino de viento, el fortín, el mirador, la carnicería, la herrería y la cocina. Distintas voces de un mismo coro. Desde la tranquera de entrada cualquier campo parece igual pero por adentro cada uno guarda un gesto distinto.
Transmitir una herencia
Siempre hubo grandes y pequeños y aunque estos últimos hayan dejado apenas un rastro, la austeridad fue su símbolo. Por eso no se trata de preservar algo por su valor pintoresco, tampoco de restaurar la inspiración poética, ni de lustrar el fervor costumbrista. Nada de eso. Se trata de reconocer raíces, de transmitir una herencia, de valorar el sacrificio, de armar una síntesis en la que ningún referente de la cultura regional sea olvidado.
Para ello habrá que evitar que los años sepulten las huellas y también dejar de guardar el pasado como cosa muerta en los museos.
La singular historia argentina ha sido hecha de pluralidades y forjada con simplicidad. Esas construcciones de la llanura pampeana son parte importante del relato de la historia y son una voz auténtica, memoria viva que se levanta.
Por eso trabajar por la identidad es recrear los símbolos a través de los cuales el hombre lee el mundo. Es buscar un sentido y alcanzar una fuerza movilizadora. A reunir esa memoria dispersa, a buscar ese sentido, se dedican Inés Marre y un grupo de vecinos de General Las Heras. Siguiendo un camino de tierra, pasando la estación abandonada de Lozano, trabajan para recuperar el patrimonio histórico con emprendimientos sostenibles originados en edificios antiguos.
"Apuntamos a mejorar la autoestima de la población rural, a contener a los propietarios de predios antiguos y a dar a los jóvenes la oportunidad de quedarse en el pueblo", sostiene Marre. Durante los últimos seis años se reunieron para lograr una organización que ayude a generar y a administrar los recursos. Con ese fin crearon la Asociación Esteban Semino, una plataforma que funciona como receptora de proyectos y que intenta organizar los esfuerzos.
Con ese espíritu y apoyados por el arquitecto Carlos Moreno trabajan desde hace más de un año en la publicación del primer cuaderno de historia del pago. Así los vecinos de General Las Heras salen a abrazar a los sobrevivientes cansados de la llanura, a recorrer la historia en la geografía.
Por Juan Pablo Baliña
Para LA NACION