Hay una tira de Liniers. Un único cuadro. Fondo blanco. Un señor de saco, camisa y corbata lleva un portafolio en la mano y una sonrisa en la cara. Camina hacia la derecha. Lo sigue una nube de 28 personajes insólitos -bolas con bombines y gorros de cumpleaños, conejos con remeras rayadas, pelotas con orejas y alas-. Seres transparentes, garabateados como con crayones de colores en el aire. Abajo, rematando la historieta, un texto manuscrito en letra de imprenta: "Va a la oficina todos los días... pero su mundo de fantasía sigue intacto."
Su mundo -el de Ricardo Liniers Siri- es el de la fantasía y no sólo sigue intacto sino que no para de conquistar nuevos territorios. De eso vive: como humorista gráfico publicó su tira Bonjour en el diario Página/12 y, desde 2002, publica Macanudo en La Nacion. Editó un libro de Bonjour y cinco de Macanudo , con Ediciones de la Flor. Creó su propia editorial, Editorial Común, con la que publicó Macanudo 6 y 7. Diseñó el arte de tapa de discos de Kevin Johansen, Andrés Calamaro, Marcelo Ezquiaga, Cheba Massolo y Lisandro Aristimuño. Con Johansen salió de gira y llenó teatros (la fórmula: Johansen canta, Liniers pinta). Hace cuadros que vende a varios miles y está por exponerlos junto a gran parte de su obra gráfica. Y supo cosechar un buen número de fanáticos por diferentes rincones del planeta. Hoy es uno de los grandes referentes de la historieta argentina. Uno de los culpables de que se mire hacia el Sur cuando se habla de volver a la historieta un arte, mucho más allá de los superhéroes de psiquis inestable y calzas coloridas.
Un día Liniers decidió dejar de cometer errores. Y se embarcó en lo que parecía el error más grande de su vida. Había nacido el 15 de noviembre de 1973. Ricardo -papá, abogado- y María Martha -mamá, ama de casa y escritora vocacional- lo habían llamado Ricardo Liniers (Ricardo por papá, Liniers por su parentesco con el mismísimo virrey). Como cualquier chico, había empezado a dibujar. Porque todo el mundo empieza a dibujar de chico.
-La diferencia es que todo el mundo, eventualmente, deja -dice-. Menos un grupito de gente rara con algún desbalance químico en la cabeza, que nunca se cansa y sigue.
Así empezó, como todos. Pero siguió y siguió, como pocos. Ese, dice, fue el secreto: seguir.
No paró ni cuando supuso que la profesión de su padre podía ser hereditaria y se puso a estudiar Derecho. Ni mientras, siete meses después, enterado de que no, de que no era hereditaria, se puso a estudiar Comunicación y no le gustó. Ni cuando intentó con la Publicidad y tampoco le gustó. No paró. Y, un día, decidió dejar de cometer errores.
-Sentí que venía escuchando demasiado a esa vocecita capitalista que te dice que todo muy lindo con los dibujitos, pero que de algo tenés que vivir. Y la anulé. Después de tantos errores garrafales decidí tirarme de cabeza. De última, me mantendrían mis viejos o me casaría con una mina rica...
No hizo falta. Un compañero de la facultad, deslumbrado por sus garabatos en los márgenes de los cuadernos, le presentó a un editor de Página/12. Así empezó a publicar la tira Bonjour. Y tiempo después -empujado por Maitena- aterrizó en La Nacion. El resto, dice, fue suerte.
-En esta carrera tenés que tener esos momentos de suerte. Tipo Indiana Jones: entrás, agarrás el sombrero y justo se cierra la puerta. Ese soy yo: Indiana.
El tono. El gesto. Sus anteojos... Todo en él encarna exactamente lo contrario a un Indiana Jones. El absurdo es un idioma que habla, lee y escribe a la perfección. Se ríe. Lo disfruta.
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No hay forma de definir a alguien que se esfuerza tanto en no ser definido. Liniers tiene pavor a los rótulos. Hizo toda una carrera escapándoles.
-La gente me pregunta ¿sos dibujante? Y se quedan esperando. Tienen miedo de ofenderte. Y la verdad es que soy dibujante, historietista, pintor... Y nada me ofende.
Sin ofenderte, entonces, ¿Cuál es el rol que mejor te define?
-[Risas] Es que no sé...
¿Cuando viajás, qué ponés en los formularios de aduana?
-Suelo poner dibujante. Porque dibujar, dibujo siempre.
En 2009, cuando Liniers, el dibujante, lanzó su propia editorial, publicó un libro que él venera. Se llama El Arte y son textos e ilustraciones del español Juanjo Sáez. En el prólogo del libro, otro ilustrador, Pepo Pérez, escribe algunas cosas sobre Sáez que parecerían haber sido escritas para describir a Liniers: "Renunció hace mucho a hacer alardes de dibujante", "Optó por deconstruir su dibujo y hacerlo mal adrede" y tiene la clara "intención de usar el error como elemento expresivo". "Su dibujo además puede conmover", dice Pérez, "porque permite al lector completarlo con su mente y llenarlo de significados". "Decidió no tener miedo a hacer las cosas a su manera. "No hay miedo a exponerse: no le importa ser imperfecto y, por lo tanto, humano."
El mismo Liniers, al hablar de su colega español, sin querer, se define.
-Lo fantástico de obras como la de él es que te dan permiso para pintar por afuera del renglón.
Bueno, ésa es una característica de tu propia obra...
-Es lo que a mí me inspira. Me gusta esa gente que arma su planeta con sus propias reglas. Que conoce las reglas, pero sabe cuáles tiene que romper para que aparezca algo nuevo. Que sabe cuándo decir: "Ah, ¿todos dicen que tiene que ser así..? Bueno, no".
Hay que tener mucha personalidad para hacer eso...
-O ser un malcriado (se ríe). O muy egocéntrico...
¿Sos todo eso?
-No sé si todo... Es que no me sale hacer cosas más normales. Es como atarme. Si tengo que hacer algo que no sale de mí, cada línea se me transforma en algo tedioso.
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Gerentes de marketing, cazadores de tendencias y asesores de imagen: tomen nota. Liniers luce más o menos así: el pelo -una madeja desbordada, ordenada cada mañana con un fugaz movimiento de manos- cortado por él mismo (El procedimiento: estirar el cabello hacia arriba, decir: "éste está muy largo", y cortar a tijeretazos). La barba -como de sobreviviente de un naufragio- y unos anteojos Dolce & Gabbana -con cristales de graduación cuatro- que compró, claro, sin saber la marca (si hay algo que Liniers aborrece son las marcas). Usa mayormente remeras -gastadas, estiradas- que le compra su mujer. Sólo va a un local cuando la compra de un jean se vuelve inevitable. Se lo prueba con la mayor rapidez, buscando que cumpla con el único requisito de cerrarse más o menos bien por la cintura, y huye (Liniers odia los locales de ropa). "El" pantalón de vestir y "la" camisa para todo el año los recibe como regalo de algún familiar cada Navidad.
En tiempos de productos y fenómenos prefabricados, Liniers es sencillamente incomprensible para alguna gente. Su apariencia, digámoslo, ayuda.
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Un día Liniers caminaba por la calle. De repente un panadero (una Taraxacum officinale, esas flores que parecen flotar en el aire) se acercó volando. Él, un hombre ya grande y con cierta reputación, se corrió súbitamente para dejarlo pasar. Fue, dice, el momento de mayor debilidad de su vida.
-Porque arrugarle a un panadero es un momento de debilidad muy importante...
Otro día Liniers viajaba en colectivo y vio pasar, en un taxi que se puso a la par del ómnibus, a su hermana. Lo embargó, de repente, una felicidad estúpida.
-La había visto el día anterior en casa pero, no sé... fue como que me puse más contento de verla ahí...
De ese tipo de situaciones -pequeñas, entrañables, que todo el mundo vive suponiendo que le pasan únicamente a uno- está hecho el humor de Liniers.
-Lo mío es lo chiquito. Para las cosas grandes está el resto del diario.
Cada día, su ventanita de 15 centímetros y medio por 5,25, en la Ultima Página de la sección de Espectáculos es el territorio de lo pequeño. Un oasis donde la realidad da tregua. El reino de la sorpresa infantil. El país de Nunca Jamás.
-Cuando sos chico te dicen que hay un Papá Noel que va a venir y te lo creés. A mí me decían que pasaba volando y yo lo veía pasar... Después, de grande, eso se pierde.Yo trato de mantenerlo.
¿Qué sucede si un día Liniers madura?
-Sería un desastre. Por eso nunca me psicoanalicé. Tengo miedo de que encuentren algo y lo arreglen. Terminaría entendiendo cómo funcionan los bancos y usando camisa y corbata.
Liniers -remera gastada, jeans y zapatillas enchastrados de pintura- dice, rodeado de sus cuadros, llenos de impecables chorreaduras y colores luminosos, que terminar usando camisa y corbata sería un desastre. Y se ríe, con una risa aflautada -como de niño- y algo cascada -como de quien ya no lo es-.
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Veamos, lector, si usted tiene humor: dos pingüinos se miran con sus vacíos y azorados ojitos. De repente, uno le dice al otro "cuec" y el otro le responde "cuec". El primero sale de cuadro y vuelve a aparecer, con los pelos afro. Final del chiste.
Acompañe esa idea base con unos dibujitos de una ternura desgarradora. Descubrirá el arte a veces impenetrable, a veces absurdo, a veces incomprensible y a veces magistralmente tonto de Liniers. Si se le dibujó una sonrisa en la cara, bienvenido al fantástico mundo de Liniers, lo va a disfrutar. Si lo inundó la ira y sintió algo de irritación, no se preocupe, ya le pasó a otros.
Fueron muchos los lectores que recibieron con furia -sí, furia- los primeros dibujos de Liniers.
-La gente no se enoja si un chiste es malísimo, pero se enoja si no lo entiende. Enseguida hay una reacción de frustración que termina en enojo contra el autor. Dicen: "¡Ah, qué se cree este boludo!" A mí me gusta un humor que resulta algo absurdo e incomprensible, como una manera imposible de leer un chiste y que a la vez es gracioso. Pero a otra gente la pone muy nerviosa [se ríe]. El humor a veces necesita tiempo. Mucha gente, durante mucho tiempo, pensó que yo era un idiota y con el tiempo se hicieron amigos y se empezaron a reír de las idioteces.
Para descubrir cuánto hay de Liniers en sus idioteces habrá que buscar entre sus pingüinos reflexivos, en un conejo con anteojos; en una niña llamada Enriqueta, su gato Fellini y su oso Madariaga; en grises señores oficinistas de camisa y corbata, en duendes de gorros a rayas, en un robot sensible, en el señor que traduce los títulos de las películas... Seres insólitos e inocentes que critican la falta de inocencia. Que cuentan lo que Liniers quiere contar del mundo.
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En 2009, Liniers se convirtió en empresario. Con más de cinco libros publicados decidió tener su propia editorial. Quería que fuera una editorial diferente. Le puso Editorial Común.
Su intención con Editorial Común es publicar esas cosas que nadie publica. Trabajos (en principio historietas) muy personales y muy diferentes entre sí. Historietas "de autor", que encaren una búsqueda personal. Y, tal vez, su mejor definición sean los libros que lleva publicados: Macanudo 6 , con una primera edición de cinco mil ejemplares con las tapas ilustradas -a mano- por él mismo; Macanudo 7 ; El Arte ("un libro que a mí me da envidia por lo original que es", dice Liniers); Dora , del dibujante argentino Ignacio Minaverry ("un diamante") y Pequeño mundo verde , un libro de cuentos de María Martha Estrada ("mi mamá").
Como toda empresa seria, la editorial de Liniers tiene un logotipo, ese emblema distintivo que toda marca necesita para volverse reconocible y evitar la confusión. Para crearlo, se basó, precisamente, en la confusión: el logotipo va cambiando en cada libro que publica. El primero fue un grabado de época. El segundo un mosquito -lo hizo mientras había una invasión de mosquitos en su casa-. Otro fue un dibujo de El Bosco. Y para el último hizo eso que un editor jamás haría: dejó que Ignacio Minaverry, el autor del libro, se hiciera su propio logo. Liniers es un niño. Y juega.
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Consagración no es un tipo de palabra que el diccionario de Liniers reconozca. Pero si hubo algún tipo de sensación parecida -plenitud, confirmación de algo, sano orgullo-, tomó forma el 9 de junio de 2004, a eso de las 20.
Ese día era la presentación de su libro Macanudo 1 . De repente, Liniers miró a la platea. Vio a sus padres, como trasplantados, en medio de artistas, intelectuales y fanáticos que abarrotaban la sala y los pasillos del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Los vio sentados, mirando a su alrededor, como diciendo: "Le funcionó esto de los pingüinitos a este chico ¿Eh?" Fue la primera vez que sintió que estaba encaminado. "Esto es un trabajo de verdad", se dijo. Podía seguir pintando, fuera del renglón.
Por Leonardo Blanco