En su nota "El juego del pato trasciende fronteras", aparecida en el Rincón Gaucho del 24 de enero del año pasado, Fernando Sánchez Zinny hace algunas referencias acerca de los dudosos e imprecisos orígenes de esa práctica consagrada como deporte nacional. Su intento me mueve a acudir en su ayuda, pues creo poder aportar algunas precisiones.
Los caballos usados para ese juego popular eran producto de la alteración local de los que llegaron de Andalucía, traídos por los conquistadores, y que en estas pampas adquirieron las características que definen al "caballo criollo". Ellos animaron encuentros legendarios que se disputaban en "canchas" kilométricas, donde campeaban la colosal fuerza y resistencia de esos equinos, ya no tan necesarias hoy día por haber sido en parte reemplazadas por requisitos como la velocidad y la respuesta a las indicaciones del freno, pero el caballo que se usa sigue siendo un árabe y, en rigor, cada vez lo es más, pues aunque el criollo de antes fuese de idéntico origen, corresponde a una versión más rústica.
¿Cuál sería ese caballo árabe? Simplemente, "el caballo que en sus orígenes habitó en Arabia", también conocido como "caballo del desierto". Es una raza pura, la más antigua de que se tengan noticias, constituida a través de centurias y ya madura hacia el año 2000 antes de Cristo. Claro que esa pureza -y sus rasgos de rapidez en el pique y resistencia- debe haberse logrado mediante innumerables mestizajes, para los que asimismo se la utilizó después profusamente: "raza mejoradora por excelencia, su sangre se encuentra en 9/10 partes de los yeguarizos del mundo", afirma Emilio Solanet.
Bella imagen
Para los musulmanes, es fruto de un acto de creación directa de Alá, que se valió para concretarla de "un puñado de viento del Sur". A Europa llegó a través de las invasiones moras, lo que fue una suerte para la raza pues los nuevos mestizajes evitaron caer en consanguinidades que debilitasen a los nuevos ejemplares.
Y con los árabes y su "viento del Sur" hecho caballo, tenemos que suponer que en la Edad Media llegó a Europa el juego del pato. Podemos creer, incluso, que fueron los árabes los que optaron por apelar a esa ave y convertirla en denominadora de la diversión. La misma palabra "pato" viene -según la autoridad de Alcalá, Barcia, Eguilaz, Defrémery, Müller, Engelman y Souza-, del árabe batt, que viene a ser pato pequeño. Y cuando el sustantivo se hace verbo como batt-batt, en su reduplicación significa que un pequeño pato se zambulle.
Con el nombre de Gran Tartaria, los europeos denominaban gran parte de Asia conocida mayormente por referencias árabes, aproximadamente lo que hoy es Mongolia, Manchuria, Turquestán, Beluchistán y Afganistán. En este último país, existe el juego del boz-kashi, en persa, "arrebata-cabra".
Como en el pato, hay una versión de "todos contra todos" y otra en la cual la disputa es entre dos equipos. En lugar de nuestro zamarreado pato, se juega con un cuerpo de cabra o más frecuentemente de ternera -sin extremidades- que debe ser llevado de un extremo del campo al otro, y la violencia de los encontrones y tironeos termina -como sucedía antaño entre nosotros- de manera cruenta.
La cabra o ternera es decapitada ritualmente la noche anterior, y se la vacía de entrañas que son reemplazadas por arena húmeda de modo que el peso sea mayor (llega a unos treinta o cuarenta kilos). Dada la orden, los jinetes se precipitan hacia el objeto; el que lo logra levantar lo lleva -si lo dejan- hasta un poste ubicado en el extremo de la cancha, da una vuelta en torno de él y vuelve con la presa al centro del campo. Los caballos aptos para acompañar esas destrezas y entreveros cuestan fortunas, y si ayudan al triunfo de su dueño, le acarrearán también mayores gastos, pues es uso que el vencedor se haga cargo de la consiguiente fiesta.
Tradiciones agregadas
Su cría especializada viene de hace siglos: cada generación fue sumando un cuidado extra, una nueva técnica de entrenamiento y una tradición agregada. Así, la de alimentar a las yeguas madres con una docena de huevos diaria o la de no dejar a los potrillos tocar suelo al nacer "para que no se quiebren sus alas" (que son, poéticamente, las patas), o la de que nunca se les corte crines y cola.
Así, pues, el pato tendría orígenes lejanos y hasta exóticos. Cómo se hizo el traslado, cómo habría sido que ese boz-kashi vino a reiterarse, modificado, aquende el océano, es algo que no somos capaces de dilucidar más allá de meras conjeturas. Lo que sí podemos decir sin miedo a errar el escopetazo -"salga pato o gallareta"- es que se trata de una coincidencia más de las muchas que cabe descubrir en la vida de los pastores orientales si la comparamos con la que llevaba el gaucho, no siendo para nada arbitrario imaginar que entre uno y otro extremo estuvo la fecunda intermediación árabe.
Por J. Eduardo Scarso Japaze
Para LA NACION