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Ronda de mates entre amigos: Cambalache / por Enrique Pinti
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De: 2158Fenice (Mensaje original) |
Enviado: 03/01/2010 07:26 |
Respeto si me respetan
Por Enrique Pinti
Cuando se respeta, es lógico exigir respeto. Cuando no se avasallan garantías y derechos constitucionales, es coherente pedir que se responda con la misma tónica. Y cuando se usan adecuada y conscientemente los impuestos, es natural pedir que el beneficiado pague con la misma moneda de lealtad, sin "dibujitos evasores". Cuando no se respetan resultados electorales en procesos democráticos, cuando se niegan derechos elementales (oportunidades laborales, vivienda digna, libertad de expresión irrestricta, educación, seguridad, salud, defensa de las fuentes de trabajo y el cuidado del patrimonio nacional y los recursos naturales que pertenecen a todo el pueblo), cuando se secuestran ahorros de toda una vida, cuando no se responde por atentados, catástrofes, calamidades y epidemias evitables, lo menos que puede esperarse es una repulsa popular, que de ninguna manera debe ser interpretada como una actitud subversiva que incluya explosiones, saqueos y revueltas violentas, y -mucho menos- destitución del gobierno en ejercicio. El sistema merece todo el respeto del mundo, pero los que lo implementan con negligencia, con brutalidad, sin idoneidad ni resultados positivos a mediano plazo, tienen que hacerse cargo de la crítica adversa y de la opinión lapidaria del que se queda sin trabajo, sin dignidad y sin salud, y también de la censura del que -teniendo el privilegio de estar en una buena posición- se solidariza con los que sufren; cada cual con su estilo y personalidad se acordará de la parentela completa del mal gobernante o el funcionario trucho.
El arte de gobernar es, quizás, uno de los más complejos. Entran en juego tantos factores y hay tantos matices en la cosa pública que se hace harto difícil juzgar con objetividad la acción gubernamental. Pero, de todas maneras, cada uno tiene el derecho de gritar y reclamar desde donde más le duela, y así como cuando somos pequeños confiamos en que los mayores nos darán una guía correcta y una ayuda concreta desde su veteranía para no hacernos meter la pata, del mismo modo recriminaremos a nuestros mentores cuando los veamos hundidos en el caos y la pelea absurda, descuidándonos y dándonos los peores ejemplos.
Es muy frecuente oír a funcionarios quejarse amargamente de las críticas de los afectados y postergados, y verlos clamar por el respeto debido a las instituciones a las que ellos son los primeros en no respetar, aceptando cargos para los que no están preparados, repartiéndose lugares en la escala del poder de acuerdo a cualquier criterio menos el de idoneidad y conocimiento de los temas que atañen a la especialidad elegida, apoyándose en comisiones, asesores y acomodados arribistas que completan un concierto de incapacidad y burocracia.
Los que nos quejamos por lo que nos toca o por lo que toca a nuestro prójimo no somos enemigos del sistema, sino todo lo contrario, y -estemos en la vereda que estemos- no deseamos ningún linchamiento político y mucho menos un quiebre en el devenir de una democracia. Sólo nos alienta el deseo de que lo mediocre, anquilosado y corrupto se vaya y deje el paso libre a una armonía entre discurso y práctica.
No deberían confundir la puteada liberadora del perjudicado con el insulto gratuito de provocación, e interpretarlo como un pedido desesperado que brota del amor por una patria más grande y más justa. Pero, ya se sabe, el poder aísla, idiotiza al inteligente, y ni hablar del que es un poco tonto: a ése lo potencia y lo lleva al paroxismo de la estupidez. Y al no poder hallar las soluciones acertadas para los múltiples conflictos, opta por hacerse el escandalizado y gemir cual doncella acosada por un sátiro: "¡Qué falta de respeto a las instituciones!". El día en que se gobierne sin patotas, punteros mercenarios y oposiciones que únicamente intentan desprestigiar sin fundamentos claros, ese día el respeto surgirá solo y será amo y señor de las democracias sanas, fuertes y prósperas. Yo todavía las espero.
revista@lanacion.com.ar
El autor es actor y escritor
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Avatares
Por Enrique Pinti
La película Avatar prohibida en China? ¿El diario del Vaticano declara que Avatar tiene un mensaje ateo? ¿Estamos hablando en serio? Luego de ver este súper taquillero film y con todo el respeto debido a la opinión ajena la perplejidad del que esto escribe no tiene límites.
Avatar presenta al ejército norteamericano como invasor y depredador impiadoso que busca destruir a un planeta habitado por nativos que se defienden con flechas envenenadas y cero armamento sofisticado, y de hecho los débiles terminan siendo los ganadores del desigual combate, porque luchan por su vida y su tierra y eso les da una fuerza imbatible (cualquier semejanza con Vietnam es absolutamente intencional y se confirma con una extraordinaria secuencia de helicópteros ultra futuristas, que son un evidente homenaje a la joya de Coppola Apocalipsis now , uno de los films más contundentemente contrarios a la incursión americana en ese territorio). Ahora, bien, ¿Qué puede molestar a una potencia comunista que aunque abrió su economía al Occidente sigue siendo contraria a Estados Unidos y sigue sosteniendo una posición adversa a la guerra de Irak, por nombrar un ejemplo cercano? Misterio oriental.
El diario del Vaticano, por otro lado, objeta la película en cuestión porque no se nombra a Dios, y los nativos azules de grandes orejas y tamaño gigantesco rinden culto sólo a la naturaleza y a la energía humana que destila por sus poros esa tribu a la vez salvaje e ingenua. ¿Es pecado mostrar en un mundo que se ha olvidado de la madre natura que es nada más y nada menos que nuestro medio ambiente, o sea nuestra casa, una reivindicación de las fuerzas naturales sostenidas por la energía humana de mancomunar esfuerzos para la defensa de su identidad y su dignidad? Con todo respeto, este jovato que firma cree que no y que, aunque no se nombre a Dios, la actitud de ese pueblo es absolutamente religiosa en el mejor sentido del término.
Pero, más allá de todas las elucubraciones y comentarios, lo que más llama la atención es el despiste de gobernantes y autoridades eclesiásticas cuando olvidan que este tipo de películas son ante todo entretenimiento y despliegue técnico con recursos de última generación que, de paso y como complemento, pueden tener o no tener mensajes y subtextos. Lo que el viento se llevó era mucho más un melodrama épico-romántico y una historia de amores desencontrados que un análisis serio y profundo acerca de la terrible guerra civil norteamericana, que es usada como fondo y no como núcleo central. Titanic no intentaba ser un alegato sobre la omnipotencia humana y la soberbia del progreso, ni un acabado análisis sobre las diferencias sociales usando como muestrario dramático las clases del trasatlántico. Todo eso estaba, es cierto, pero el objetivo principal y lo que concitó multitudes de espectadores que rompieron récords de venta universales era el naufragio, la catástrofe y la historia de amor entre chica rica y pibe pobre, como en los mejores culebrones televisivos.
Y, más allá de los escándalos provocados por El código Da Vinci y su segunda parte, lo único que se proponían sus hacedores era entretener con un thriller; y como los gangsters, villanos, agentes secretos, extraterrestres, zombies, vampiros y dinosaurios ya habían hecho muchas películas, se echó mano a monjes trastornados y obispos corruptos como reemplazo alternativo que cambió exorcistas por periodistas e intelectuales.
Nadie duda de la poderosa influencia con la que los medios masivos impactan en la opinión pública, pero no se debe confundir gordura con hinchazón y mucho menos gastar tinta y energía de organismos que debieran estar más atentos a sus verdaderas misiones que pasan, en el caso de China por no censurar opiniones decretando supresiones de la información por Internet y Facebook, y dejar de oprimir y reprimir a los que disienten; y en el caso del Vaticano, preocuparse más por la falta de piedad y la crueldad anticristiana que significan el hambre y la miseria mundial y no avatares del show-business.
El autor es actor y escritor
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