Cerca de Trenque Lauquen, de América, de Puán, cabe hallar, muy a las cansadas, curiosos rastros en la tierra, que seguramente se encuentran también en otros puntos de la campaña bonaerense. Son como cicatrices sobre el manto verde: una especie de grietas, a veces cañadas, junto a montículos, obviamente erigidos por el hombre. Son los restos de lo que se conoció como Zanja de Alsina, o Zanja Nacional, humildísima réplica criolla de la Gran Muralla China, con la que un día se quiso frenar los ataques del indio.
Algún camino subsidiario acaso aún ostente un cartel indicador y en la nomenclatura ferroviaria existe una estación denominada La Zanja, pero, en general, el recuerdo de esa extraña obra se ha perdido y ni siquiera es usual que los lugareños inmediatos hayan escuchado mencionarla. Muy poco sabe la gente común sobre tal ocurrencia, entre otras cosas porque tuvo aplicación muy limitada y fugaz.
Los malones arreciaron a comienzos de los años 70 del siglo XIX y en 1872 se efectuó la incursión más grande de todas. Ese año, Calfucurá, al frente de seis mil "indios de lanza" avanzó sobre los pueblos de General Alvear, 25 de Mayo y Nueve de Julio. Murieron más de 300 cristianos y se arrearon unas 200.000 cabezas de ganado. Aunque, en rigor, la pérdida de vidas humanas producida en el asalto a los caseríos era cruento resultado de una eficaz maniobra de distracción que obligaba a los soldados a atender la defensa de puntos fijos, en tanto los campos eran vaciados de animales: el horror del malón y su rosario de víctimas y cautivas era, en el fondo, mera escenografía del robo de animales que "el salvaje" luego vendía.
Había antecedentes de obras similares. Así, al norte de Santa Fe hubo, en cierta época y con igual intención, una "zanja de López". Adolfo Alsina, ministro de Guerra de Avellaneda, tomó de ahí la idea de su famosa zanja, ancha de tres metros y con dos de profundidad, medio metro en la estrechez de la base y bordeada por un terraplén de un metro de alto por unos cuatro de ancho. Se planeó guarnecer con ella todo el gran arco desde Bahía Blanca hasta Río Cuarto, pero sólo llegó a ser abierta en unos 400 y pico de kilómetros, desde Nueva Roma, sobre el Chasicó Chico, hasta Italó, en el extremo nordeste de la actual provincia de La Pampa. Esta era una de las comandancias de la frontera, junto con Trenque Lauquen, Guaminí, Carhué, Puán y Bahía Blanca. Se extendió hasta varias de ellas el telégrafo y fue desparramado, bajo su dependencia, un centenar de fortines con no más de unos diez hombres apostados en cada uno, acantonamientos circulares con su respectivo mangrullo o "vichadero". El francés Alfredo Ebelot dirigió la obra, en buena medida hecha por sufridos milicos.
Tanto y tan mal se ha hablado de esa zanja que es forzosa alguna explicación. Obviamente no podía pretender evitar el paso de los indios, pero apuntaba a demorar el del ganado y a dar, por lo tanto, tiempo a las partidas para hacerse presentes y recuperar los animales. De hecho, hubo después incursiones minúsculas.
La zanja se construyó entre 1876 y 1877 y hacia esa época los malones terminaban, en parte debido a esa obra aparatosa y también por la aparición del Remington de retrocarga, que ponía a las indiadas en franca inferioridad combativa. Pero hay de por medio un hecho más importante: era claro que tender esa línea protectora equivalía a renunciar -así fuera de modo transitorio- a seguir el avance en territorio indio. Sabido es que el general Roca se oponía de plano a ese parecer y que no bien la muerte de Alsina lo convirtió en nuevo ministro de Guerra, volcó toda su influencia en favor de una gran batida para expulsar a los aborígenes hasta más allá del río Negro. La discrepancia en realidad se refería al destino de las tierras por conquistar, de las que podría hacerse una repartija apresurada, o bien de manera ordenada, a medida que se incorporasen nuevos pobladores. La cuestión había sido el gran tema soterrado de la Convención Constituyente porteña que funcionó entre 1870 y 1873 y quedó irresuelta; es evidente que Alsina amparaba un criterio que no fue el que prevaleció.
Por Fernando Sánchez Zinny
Para LA NACION