Resucitar a Don Quijote
Siempre habrá un general que nos derrote, nacido en tierra hostil, o en nuestro seno, y un presidente habrá, propio o ajeno, que pretenda ser Dios, o ser su azote.
Y habrá quien nos engañe o nos explote, con palabra cordial o voz de trueno; para este mundo de asco y de veneno hay que resucitar a Don Quijote.
Que el cabellero aporte su locura, libre al cautivo, impute la impostura, y degüelle cuatreros y gigantes.
Y a los duques, venteros, bachilleres, que le afrentan, revoque sus poderes, pero respete y honre a los amantes.
Francisco Álvarez Hidalgo
|
|
Todos culpables
Rompiéramos las leyes mal escritas, armáramos revueltas mal pensadas, calláramos al público en las gradas, derrocáramos púrpuras malditas.
Mientras en tu apatía te ejercitas, lúcidas mentes quedan marginadas, manos activas marchan esposadas, y sólo tibia disensión vomitas.
Por carriles de sangre el mundo avanza, yunta servil, fatídica alianza de silencio, consorcio y metralleta.
Culpables quien elude o atenúa, tanto como el que, péndulo, fluctúa, y quien se justifica y lo interpreta.
Francisco Álvarez Hidalgo
Los Angeles, 22 de marzo de 2007
|
POEMA XII
PARA MI CORAZÓN BASTA TU PECHO
Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas. Desde mi boca llegará hasta el cielo lo que estaba dormido sobre tu alma.
Es en ti la ilusión de cada día. Llegas como el rocío a las corolas. Socavas el horizonte con tu ausencia. Eternamente en fuga como la ola.
He dicho que cantabas en el viento como los pinos y como los mástiles. Como ellos eres alta y taciturna. Y entristeces de pronto, como un viaje.
Acogedora como un viejo camino. Te pueblan ecos y voces nostálgicas. Yo desperté y a veces emigran y huyen pájaros que dormían en tu alma.
Pablo Neruda
|
Hay Un Instante
Guillermo Valencia
Hay un instante del crepúsculo en que las cosas brillan más, fugaz momento palpitante de una morosa intensidad.
Se aterciopelan los ramajes, pulen las torres su perfil, burila un ave su silueta sobre el plafondo de zafir.
Muda la tarde, se concentra para el olvido de la luz, y la penetra un don suave de melancólica quietud,
como si el orbe recogiese todo su bien y su beldad, toda su fe, toda su gracia contra la sombra que vendrá...
Mi ser florece en esa hora de misterioso florecer; llevo un crepúsculo en el alma, de ensoñadora placidez;
en él revientan los renuevos de la ilusión primaveral, y en él me embriago con aromas de algún jardín que hay ¡Más allá!...
|
|
|