La edad del pavo
(Domingo 15 de abril de 2012 | Publicado en edición impresa)
Por Enrique Pinti | Para LA NACION
Juventud, divino tesoro! ¡Adolescencia, insoportable tembladeral, momento propicio para sentirse desubicado, ansioso, confuso y paranoico! Es ese período vital donde uno no es un niño ni un adulto, cuando el sexo deja de ser una incógnita pero tampoco es una plena realización. Todo parece más dramático de lo que realmente es, los desengaños son frecuentes y parecen irreversibles, el mundo está en tu contra, tus padres no te entienden, tus hermanos mayores te excluyen de sus círculos de amistades generando una sensación de aislamiento del mundo adulto donde queremos ingresar más que nada en la vida. Se acaba la relación maestra-alumno de la primaria, donde había que aguantar a una maniática por año con el agregado ínfimo de maestras de música, dibujo y gimnasia; ahora hay que prepararse para lidiar con once o doce dementes que creen que su materia es la única y la más importante. En ese berenjenal de conocimientos tus apetencias o predilecciones no se tienen en cuenta para nada y terminan por pasarla mejor esos compañeros que no tienen la más pálida idea de lo que les gustaría ser en un mañana (porción mayoritaria del alumnado antes y ahora). Si en cambio uno pertenece a la minoría que puede estar desorientado en todo menos en lo que aspira a ser, ¡pobre de vos!, adolescente con vocación definida navegando en ríos revueltos de exigencias que suenan a pérdida de tiempo. Si tu sueño es lo artístico, lo histórico o lo filosófico tendrás que enfrentarte con logaritmos, raíces cuadradas, teoremas, isobaras, corolas, pistilos, germinación de absurdos porotos, períodos paleozoicos, geometrías del espacio, olores flatulentos en gabinetes de química y entender que Arquímedes descubrió su principio por el buen hábito de sumergirse en una tina para el baño y Newton creó la ley de gravedad porque una manzana podrida le cayó en la cabeza interrumpiendo una siestita feliz. Y los que tengan como objetivo en su vida la Ingeniería, la Medicina y Veterinaria, las matemáticas o el deporte como profesión tendrán que tragarse las desventuras de Martín Fierro, las hazañas de El Cid Campeador, los ataques mazorqueros que hacen imposible el romance de la Amalia de José Mármol, que para esos desdichados más que mármol será plomo. ¡Todo se hunde!, piensa el adolescente, todo es una cruz, como dice el tango y sólo al madurar el ya crecido jovencito podrá darse cuenta de que la vida y la voluntad van ordenando las cosas y que en algún momento, pasada la tormenta de inseguridades y urgencias de todo tipo, encontrará el porqué de tantos pesares. Y lo hará cuando se compare con los que no han recibido ni contención, ni educación, ni instrucción por parte de familias destruidas por crisis y marginalidad y por escuelas inalcanzables, discontinuas e insuficientes. Verán a esos contemporáneos ir a los tumbos por caminos errados sin conciencia, sin reglas de convivencia y sin rumbo fijo. Nadie dice que un título sea todo en la vida, como creían los abuelos del que esto firma, pero la pertenencia marca diferencias sustanciales. Y no se trata de pertenecer a ninguna elite de snobs, sino de sentirse integrado a un mundo que puede ser hostil y difícil, pero también es perfectible.
Los adolescentes de hoy son muy diferentes a los de hace cincuenta años, pero la ansiedad es la misma; la inseguridad, muy similar y las reacciones semisuicidas ante la incomprensión también lo son. Los granitos y erupciones, los arrebatos sexuales más tempranos que los de hace medio siglo, pero igualmente conmocionantes, traen las mismas sensaciones y sentimientos encontrados, la noción de que el primer amor es el único que va a existir y perdurar y el audaz proyecto de ser lo más feliz que uno aspire a ser siguen siendo el trampolín al mundo adulto. Dicen los jovatos que la adolescencia es una enfermedad que se cura con el tiempo, y es probable que tengan razón, pero en todo caso esa enfermedad es el período más importante de nuestras vidas. Por eso las sociedades que descuidan a sus adolescentes no han superado la edad del pavo.