HOMENAJE A LA POETIsA ITALIANA ALDA
MERINI
Alda Merini : " Soy una
pequeña abeja furibunda. Me gusta cambiar de color
”
Alda
Merini (Milán, 21
de marzo de 1931 - Milán, 1
de noviembre de 2009 - Pasó veinte años en un manicomio y murió
pobre).
Poeta italiana. En 1996 fue propuesta para el
Premio Nobel de
Literatura por la Academia francesa de
Letras. Su gran
obra,
La
Terra Santa, le
valió en 1993 el Premio
Librex-Guggenheim“Eugenio Montale”; en 1996 ganó el
Premio
Viareggio; en 1997 el
Premio
Procida-Elsa Morante y en 1999 el Premio de la Presidencia del
Consejo de Ministros-Sección Poesía. Fue amiga de Salvatore Quasimodo, Pier Paolo Pasolini,
CarloBatocchi, Maria Corti, Giovanni
Raboni, Oreste Macrì, David Maria Turoldo, quienes apoyaron su
trabajo.Algunos de sus libros: La presenza di Orfeo
(1953), Paura di Dio (1955), Nozze romane (1955), Tu sei Pietro (1962),
Destinati a morire (1980), La Terra Santa (1983), Le satire della Ripa (1983),
Le rime petrose (1983), Fogli bianchi (1987), Testamento (1988), Vuoto d’amore (1991),
La vita facile (1992), Aforismi (1996), Un’anima indocile
(1996). En Venezuela, Angria Ediciones publicó una valiosa
selección de sus Poemas (2000) en versión al español de Gina
Saraceni.En 2004 la cantante italiana Milva editó un disco titulado
“Milva
canta Merini”.
La poeta asistió el día de su 73 cumpleaños al
recital de Milva en el
Teatro
Strehler de
Milán.El 21 de julio de 2004 se interpretaron en el Teatro Romano seis cantatas
de Federico Gozzellino basadas en poemas de
Merini.En 2009 se
estrenó el documental
“Alda
Merini, una donna sul palcoscenico”, dirigido por
Cosimo Damiano
Damato, que se presentó en el
Festival de
Venecia.
En la película participó
Mariangela
Melato (grande
actriz de teatro
italiana).
Habitar con la
muerte: AldaMerini /
Roberto Martínez Bachrich, El Cautivo,
Venezuela
Alda Merini nació en Milán en 1931 y ya a
los 16 años nadaba a brazo vivo en las aguas de la poesía. Su primer libro, La
presencia de Orfeo (1953), lo publicó a los 23 años, abriendo así la primera
etapa de una obra de la que, en principio, pocos intelectuales italianos se
ocuparían (entre esos pocos, sin embargo, grandes figuras como Salvatore
Quasimodo y Pier Paolo Pasolini). Es en los años 80, después de casi 20 años de silencio (o de ejercicio inconsciente
de “creación interior”), producto del aislamiento por la enfermedad, que el
retorno de Alda Merini al ruedo poético comienza a ser valorado, lentamente, en
toda Italia y, luego, más allá de sus fronteras.
La última etapa de su poesía registra los
rincones oscuros de la noche y la locura, hecho que, como en el caso de Anne
Sexton en Estados Unidos, la ha llevado a ser una poeta marginal en el panorama
de la literatura italiana, a pesar de su evidente grandeza: “En mí el alma de la
meretriz/ de la santa de la sanguinaria y de la hipócrita./ Muchos dieron a mi
modo de vivir un nombre/ y fui sólo una histérica.” Esa exploración casi
mística de la locura y del manicomio como espacio sagrado por excelencia
alcanza, quizás, uno de sus puntos más altos en La Tierra Santa (1983), un libro
sobre el cual aún queda mucho por
decir.a voz de Alda Merini, a partir de ese
libro, se cimentará en una franqueza temeraria para expresar el dolor, ente vivo
y “sin mañana”, de formas bien delineadas, donde la sangre se hace palabra y la
herida intenta salvar (acaso éste sea el fin último de la verdadera poesía) a sus
semejantes, consciente, sin embargo, de la imposibilidad de su propia salvación.
Una suerte de lúcido y sereno martirio, casi feliz, se diría, la escritura. Un sacrificio
necesario, inevitable.
El verso de Merini es firme, lleno de
coraje, no tiembla ni se amedrenta ante su propia tragedia íntima, por el
contrario, la siente como una suerte de gracia, dadora de vida y lucidez:
“también la enfermedad tiene un sentido,/ una desmedida, un paso,/ también la
enfermedad es matriz de vida.” Retrata, así, un ir hacia la muerte con los ojos
valientemente abiertos y se ampara en el poder único de la palabra y en una
visión de Dios muy humana que otorga a la voz poética, entre tanta sombra y a
pesar de ella, la paciencia infinita de la luz y una ternura extrema de la
mirada ante las cosas y los seres, un tono que ya en la primera etapa de su
poesía parecía dictar el modo de fundar el universo, desde la
palabra; pero
que en su segunda etapa es ya sólido, admirable, definitivo: “Ah si al menos
pudiera,/ suscitar el amor (...)/ y violar los más cerrados paraísos/ sólo con
la sustancia del afecto.” Eso que en algunos de los primeros poemas parece
ingenuidad y que es sólo una precoz y absoluta desnudez del ser, su corazón y
sus entrañas: “La sencillez/ es desnudarse/ delante de los otros”.
No se lee la poesía de Alda Merini, se la
deja latir en el lector, se la deja respirar, se le permite, en el mejor de los
casos, arrastrarnos vivamente en su descenso hacia la raíz de la noche y el
dolor: el hueso vivo y luminoso de la verdad, la
vida (que es también la muerte) y la palabra. Ya lo escribió ella misma: “en el
fondo, habitar con la muerte es también vivir y tocar la semilla del
alma”.
“ La semplicità
” - Alda
Merini
La semplicità è mettersi nudi davanti agli
altri.
E noi abbiamo tanta difficoltà ad essere veri con gli
altri.
Abbiamo timore di essere
fraintesi,
di apparire fragili,
di finire alla
mercè di chi ci sta di
fronte.
Non ci esponiamo mai.
Perché ci manca la
forza di essere
uomini,
quella che ci fa
accettare i
nostri limiti,
che ce li fa comprendere,
dandogli senso e trasformandoli
in energia, in
forza appunto.
Io amo la
semplicità che
si accompagna con
l’umiltà.
Mi piacciono i
barboni.
Mi piace la gente che sa
ascoltare il vento sulla propria
pelle,
sentire gli odori delle
cose,
catturarne l’anima.
Quelli che hanno la carne a
contatto con la
carne del mondo.
Perché lì c’è
verità,
lì c’è dolcezza,
lì c’è sensibilità,
lì c’è ancora amore.
la sencillez
alda merini
La sencillez es meterse desnudos
delante de los
otros. Y nosotros tenemos mucha dificultad a ser
verdaderos con los otros. Tenemos temor de ser
malentendidos, de aparecer frágiles, de acabar a la merced de quién nos está de
frente. No nos exponemos nunca. Porque nos falta la fuerza de ser hombres, la
que nos hace aceptar nuestros límites, qué los hace
comprender, dándole sentido y transformándolos en
energía, en fuerza nota. Yo quiero la sencillez que se
acompaña con la humildad. Los adán me
gustan. Me gusta a la gente que sabe escuchar el
viento sobre la misma piel, sentir los olores de las
cosas, capturar de ello el alma. Los que tienen la carne a contacto con la carne del
mundo. Porque allí hay verdad, allí hay dulzura, allí hay
sensibilidad, allí todavía hay
amor.
|