Jorge Debravo nació en Guayabo de Turrialba
(Costa Rica) el 31 de enero de 1938 y murió en San José el 4 de agosto de 1967.
A los 29 años cumplidos.
Sus padres fueron Joaquín Bravo Ramírez y
Cristina Brenes, campesinos pobres. Jorge era el mayor y único varón de cinco
hijos. El papá fue analfabeto. Jorge anduvo toda su infancia descalzo; debía
levantarse a las tres de la mañana, y nunca le compraron libros. En Guayabo no
había escuela y la más cercana, en Santa Cruz, estaba a cuatro horas de
camino.
La mamá le enseñó a poner el nombre y las
letras. Él escribía en hojas de plátano con un palito. Y más adelante compraba
casquillos y hervía bayas que le daban una tinta color morado
oscuro.
Para ayudar al papá trabajaba hasta las dos
de la tarde. De esa hora en adelante hizo una milpa y con lo que sacó se compró
un diccionario. Fue el primer libro que tuvo.
En la escuela de Santa Cruz la maestra, doña
Teresa de Albán, se movió y le consiguió una beca de la junta de educación para
que fuera a terminar la primaria a Turrialba. Ya entonces tenía 14 años y entró
en quinto grado; duró un mes y lo pasaron a sexto.
Allí en Turrialba comenzó a darse a conocer
publicando sus primeros versos en "El Turrialbeño". En turrialba vivía con su
abuelita paterna y cuando llegó a tercer año se sintió ya mayor, dejó de
estudiar y comenzó a trabajar de empleado del Seguro
Social.
En 1959 contrajo matrimonio con Margarita
Salazar y en 1960 tuvieron una hijita, Lucrecia, y al año siguiente
Raimundo.
En 1961 la Caja del Seguro lo mandó a San
Isidro del General como inspector. Le dieron ese ascenso porque tenía muy buen
trato con los trabajadores y se mudó con su familia allá. En 1965 terminó su
bachillerato.
Al año siguiente lo pasaron para Heredia,
siempre en la Caja. Ese oficio de inspector le permitió conocer de cerca muchas
miserias. En Naranjo un eminente político tenía un beneficio con más de 200
trabajadoras, pero se negaba a pagarles un seguro. Además por miedo no le
querían decir su nombre a Jorge. Vivían muy temerosas de que las despidieran. Él
por sin logró ganarse la confianza de una, que le dio todos los nombres. Y así
logró asegurarlas a todas.
Es por esto y por los trabajos que sufrió
desde niño que su poesía está empapada de tanto humanismo, de ese amor al
prójimo que convierte en Ley suprema para seguir adelante, para acabar con el
hambre y la miseria.
Muere en 1967 cuando acababa de matricularse
en la Universidad. Recién había comprado una moto para movilizarse por asuntos
de su trabajo y un conductor ebrio lo atropelló cegando así la vida del poeta de
Costa Rica.
POEMA DE AMOR INEVITABLE - Jorge Debravo
Tù llegaste a mi alma cuando estaba olvidada:
las puertas desprendidas, las sillas en reguero, las cortinas caìdas, la
cama descuajada, la tristeza cuidada lo mismo que un florero. Con tus
manos pequeñas de mujer trabajosa fuiste ponendo todas las cosas en
hilera: la mirada en su sitio, en su sitio la rosa en su sitio la vida, en
su sitio la estera. Lavaste las paredes con un trapo mojado en tu clara
alegrìa, en tu fresca ternura, colocaste la radio en el sitio apropriado y
limpiaste la alcoba de sangre y basura. Acomodaste todos los libros
dispersados y tendiste la cama en tu enorme mirada encendiste los pobres
bombillos apagados y enceraste sus pisos de madera gastadas. Fuiste de
pronto enorme, ancha, potente, fuerte: sudaste altas fatigas lavando trastos
viejos. Supiste que en mi alma de sobra era la muerte y la tiraste al
huerto con pedazos de espejos.
Jorge Debravo “ Poesia dell’amore inevitabile ”
Tu arrivasti alla mia anima quando era dimenticata: le
porte divelte, le sedie nel canale, le tende cadute, il letto
sradicato, la tristezza curata come un vaso di fiori.
Con le tue piccole mani di donna laboriosa ponesti
tutte le cose in fila: lo sguardo al suo posto, al suo posto la rosa, al
suo posto la vita, al suo posto la stuoia.
Lavasti le pareti con uno straccio bagnato nella tua
chiara allegria, nella tua fresca dolcezza, collocasti la radio nel luogo
appropriato e pulisti la stanza di sangue e spazzatura. Ordinasti tutti i
libri dispersi e stendesti il letto nel tuo enorme sguardo, accendesti le
povere lampade spente e lucidasti i pavimenti di legno
consumato.
Fosti d’un tratto enorme, ampia, potente,
forte: sudasti grandi fatiche lavando arnesi vecchi. Apprendesti che nella
mia anima d’avanzo era la morte e la tirasti all’orto con pezzi di
specchio.
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