Mujer En Su Ventana
Ella está sumergida en su ventana
contemplando las brasas del anochecer, posible todavía. Todo fue consumado
en su destino, definitivamente inalterable desde ahora como el mar en un
cuadro, y sin embargo el cielo continúa pasando con sus angelicales
procesamientos. Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste; allá
lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada, y alguien
en cualquier parte levantará su casa sobre el polvo y el humo de otra
casa. Inhóspito este mundo. Áspero este lugar de nunca más. Por una fisura
del corazón sale un pájaro negro y es la noche –¿o acaso será un dios que cae
agonizando sobre el mundo?-, pero nadie lo ha visto, nadie sabe, ni el que se
va creyendo que los lazos rotos nacen preciosas alas, los instantáneos
nudos del azar, la inmortal aventura, aunque cada pisada clausure con un
sello todos los paraísos prometidos. Ella oyó en cada paso la
condena. Y ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su
ventana, la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel, como si
alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós, hubieran sido el
verdadero límite, el abismo final entre una mujer y un hombre.
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