Añor-ando
Asfalto roto,
transitado.
Ponés el pan en algunas mesas,
vivís de mi caminar,
escuchás mis risas,
(nunca mi llanto),
sabés dónde iré a llorar.
Sos culpable,
cuando soy inocente.
Grandes construcciones,
que por dentro son frías,
pero cuando las miro desde arriba,
se me cae el cielo.
Avanzando, desaparecen,
dando lugar a la familia.
Salir,
ver el mismo bar,
saludar a quien en madrugadas porteñas
me despertaba y hacía reír.
Caminar derecho y derecha por Defensa,
acercándome al encuentro
con unos verdes charlatanes,
oyentes incondicionales,
excusa perfecta y primordial.
Sólo nueve cuadras.
Domingos ahogados,
mixtos,
de colores varios.
Ruido de café,
aroma a saber (o a aparentarlo).
Gente ridícula,
engañando y riendo.
Un tango saludando,
y ese perfume de almíbar
diciéndome:
«¡Buenas noches! mañana será igual que hoy y ayer»
Noches rutinarias,
¡pero era lindo estar en casa!
con los que son.
Y los que vienen…
se muestran cancheros y vivos,
pero empilchan sus penas,
porque ¡éste es el lugar!
Pasto inmune a mi caminar,
la tierra no me deja tropezar.
Se callan de día y de noche,
no cuentan nada.
No hay historias,
ni una sola baldosa por la cual
sentir siquiera odio.
Se agudizan algunas heridas.
Un camino,
que me separa hasta de mí.
Dos lugares,
nadie es mejor ni peor acá o allá,
ni siquiera distinto,
a excepción de quien escribe
(quien no puede llorar).
Gente que no se ríe,
simplemente vive.
Sólo cinco mil cuatrocientos sesenta segundos,
derecho y torcida.
Hay olores que no se olvidan,
pero desaparecen,
como el del almíbar.
Camila Soledad Silvera