Y allí siguen las calesitas de la Ciudad, resistiendo estoicas los embates del modernismo y la tecnología, mientras giran con orgullo entre la música, a sabiendas de que está marcado en su destino ser recuerdo imborrable de todas las infancias.
La primer calesita en Buenos Aires se instaló entre 1867 y 1870 y estaba impulsada por un caballo. Hacia 1930, con la llegada del motor naftero y otros avances técnicos, se convirtieron en una de las diversiones preferidas de los niños. Hoy constan, entre otras figuras, de caballos, autos, avioncitos y trencitos. Algunos caballos son réplicas de las pinturas de Florencio Molina Campos, dibujante y pintor argentino conocido por sus dibujos costumbristas de La Pampa y la Argentina toda.
Calesita es un término argentino que deriva de la expresión "vamos a jugar a las calesas", en alusión a los carruajes de dos o cuatro ruedas tirados por uno o más caballos. De ahí al "calesero" y el "calesitero", hasta llegar a "calesita".
La calesita inaugural de la Ciudad de Buenos Aires se instaló en el antiguo barrio del Parque, que quedaba entre lo que hoy es el Teatro Colón y el Palacio de Tribunales. La misma había sido fabricada en Alemania. La primera construida en el país funcionó en la entonces plaza Vicente López allá por 1891.
Actualmente funcionan en la Ciudad unas cincuenta calesitas.
Microrrelato: "Viento de sortija"
Al compás de la música avanza la calesita, buscando a su amigo inseparable que le han dicho que murió. Ella no lo cree y en su afán por hallarlo se mueve por la vieja ruta circular, la única que conoce.
A pesar de que los repetidos viajes sólo le devuelven ausencia, sabe que su incondicional compañero está cerca; incluso siente el viento que provoca su mano fantasmal bamboleando la sortija.
Y no está errada, pues el alma del calesitero deambula jugueteando entre autitos y caballos.