EL TRÁNSITO PORTEÑO Y LA PRIMERA MULTA
Las huellas de las pesadas carretas dañaban las calles, convirtiéndolas en pantanos si llovía. Y cuando en 1620 un paisano y su caballo se ahogaron en la actual Rivadavia entre San Martín y Florida, el gobernador Diego de Góngora decretó la prohibición de circular por el "microcentro" aldeano. Lo hizo ordenando colocar troncos atravesados en todas las esquinas situadas en un radio de tres cuadras de la Plaza Mayor.
Cuenta el historiador Daniel Balmaceda Balmaceda que también se preocupó por el estacionamiento de los caballos. Prohibió que se los dejara en las puertas de las pulperías porque a veces eran tantos, que terminaban taponando la calle y generando lo que en aquel tiempo sería un caos de tránsito. Pero además los animales llenaban de bosta esas esquinas —sitio habitual de las pulperías—, que se transformaban en un chiquero inmundo, punto de reunión de moscas, y ocasionando más y más olores nauseabundos.
Una tarde, el propio gobernador circulaba por la ciudad y vio un caballo mal estacionado y haciendo sus necesidades. De inmediato ordenó secuestrar al animal y multar al propietario. Es decir que Jenario Romero, dueño del caballo en infracción, fue el primer multado por mal estacionamiento. Y, además, el primero que vio cómo a su pingo se lo llevaba la grúa, que en esa época era otro caballo.
El pobre Jenario Romero había llegado desde las cercanías de Luján, donde vivía con su mujer y sus doce hijas. El hombre cometió el pecado de parar a tomar algo, luego de hacer setenta kilómetros a caballo. Además, la pulpería era un ámbito donde él podía estar con hombres, si tenemos en cuenta que convivía con trece mujeres. De todas maneras, no quedó de a pie en Buenos Aires, ya que se dirigió al Fuerte y pagó para recuperar su animal y regresar a Luján. La multa estipulada por el Gobierno no era en dinero, sino en especie: Jenario pagó con una gallina —que obtuvo mediante trueque con un vecino — la infracción cometida.