Nadie recuerda cómo llegó a la Quinta de Olivos. Tampoco dónde terminó. Pero lo cierto es que, dentro del zoológico de la residencia presidencial, el ex presidente Perón tenía un tigre. “Parece realismo mágico”, dice la periodista Soledad Vallejos a LA NACION, “pero los trabajadores con más antigüedad de la Quinta se acuerdan muy bien”.Vallejos es autora del libro “Olivos: historia secreta de la quinta presidencial”, editado recientemente por Aguilar. Se trata de una “biografía” de la Quinta: recorre su historia, desde sus inicios como chacra, en el siglo XIX, hasta las últimas remodelaciones realizadas por Mauricio Macri. “La Quinta permite ver la política desde lo anecdótico”, dice Vallejos. Las anécdotas que estructuran el libro (en un orden no cronológico) van desde los animales de los presidentes, como el tigre de Perón, hasta episodios terribles, que dejan ver la fragilidad de ciertos contextos políticos del país. Como lo que sucedió la noche del 19 de diciembre de 2001.Ese día, el entonces presidente Fernando De la Rúa había anunciado por cadena nacional que era necesario “enfrentar los problemas de frente”. Por la noche, en la Quinta “corrió peligro”, dice el libro de Vallejos.De la Rúa dormía, y “el encargado de seguridad de la Quinta le dijo al entonces ministro Hernán Lombardi, que se encontraba en la residencia, que había que evacuar al presidente. Pensaban llevarlo a Campo de Mayo”, relata el libro.Según registraban las cámaras de seguridad del lugar, los policías bonaerenses encargados de custodiar la Quinta abandonaban sus puestos. Uno por uno. En su lugar, aparecían hombres sin uniforme que trepaban el muro de la residencia y se quedaban sentados, con un pie afuera de la Quinta y otro adentro. “Olivos estaba rodeada. Eran unos 3 mil hombres, pero alguno, esa noche, sugirió el doble. La previsión era que esperaban una orden para saltar”. A las 2 de la mañana, los militares de Olivos habían ubicado tres ametralladoras pesadas en el patio. Apuntaban hacia los muros de la residencia.Pero alguien sugirió un plan B: aparecieron megáfonos. Se los distribuyeron entre varios y caminaron por el lugar, gritando: “Señores, sus vidas corren peligro”. Los intrusos no se movían. Alrededor de las 5 de la mañana empezó a clarear. Luego de un momento final de tensión, los intrusos se fueron. Según detalla el libro, el ministro Lombardi se abrazó con el jefe militar a cargo del operativo. Después, le pidió que retiren las ametralladoras: se podían ver desde el living del presidente. Se las llevaron. De la Rúa nunca las vio.
“No existía un libro sobre la Quinta y los datos que circulaban eran escasos e imprecisos”, dice Vallejos. “Por momentos se llevó un buen registro de lo que sucedía en la residencia, pero por momentos no, como pasa con otras dependencias estatales. Por suerte, la Quinta es un mundo, en sus 32 hectáreas trabajan, hoy en día, alrededor de 100 personas. Antes, más. Y a través de su memoria se puede reconstruir la historia de la Quinta, que es un lugar que miramos todo el tiempo, pero a la vez no”, dice Vallejos a LA NACION.La periodista, autora otros libros como “Amalita” (biografía de Amalia de Fortabat, escrita junto a Marina Abiuso), y “Trimarco”, sobre la madre de Marita Verón, realizó la investigación sobre Olivos en base a entrevistas y consultas de archivo. También visitó la Quinta en varias ocasiones, si bien en un primer momento, durante la presidencia de Cristina Kirchner, le fue difícil.“Cuando empecé la investigación, Cristina era presidenta y nunca me dijo que no podía ir a la Quinta, pero tampoco me dijo que sí. No había manera de entrar”, dice Vallejos. El hermetismo de la ex mandataria coincide con la serie de anécdotas, que aparecen en el libro, sobre la familia Kirchner.Los Kirchner en Olivos siempre privilegiaron la intimidad. Desde los días de Néstor. La familia pedía que los empleados no les hablen, y que en lo posible no estén en el mismo sector que ellos. “Tiene sentido, sin embargo, tratándose de una familia, que cuando llegues a tu casa no quieras convivir con 100 personas”, dice Vallejos.El hermetismo creció con la presidencia de Cristina. Cuando se comunicó su fórmula con el ex vicepresidente Amado Boudou, por ejemplo, hasta los funcionarios más cercanos a la entonces mandataria se sorprendieron. Nadie sabía nada. Cuando un mozo ingresaba a una sala de reuniones para llevar café, Cristina y sus interlocutores se callaban. La imagen de Cristina que transmiten algunas anécdotas del libro son de soledad: durante sus últimos meses, la ex presidenta solía ir, de noche, al polígono que hay en la Quinta. Sola y por un rato, practicaba tiro.“Tampoco era un delirio de ella eso, porque los presidentes por protocolo tienen que saber disparar”, dice Vallejos. Según la periodista, los trabajadores de la Quinta no tienen buenos recuerdos de los Kirchner, pero tampoco particularmente malos. Solo había un trato distante. -¿Y quién es el Presidente de mejor imagen entre los trabajadores de la Quinta? -Aman profundamente a Menem. Me decían ‘yo no lo voté pero bueno…’; ‘él hizo lo que hizo, pero acá era bárbaro’. El tipo tenía un vínculo muy campechano con los trabajadores del lugar. Se conocía los nombres, y si no los sabía, se inventaba un apodo y lo sostenía en el tiempo, como chiste. Y a los de la Quinta les caía bien eso. Menem tenía una picaresca popular. Cuando armaba equipos de fútbol para jugar en la cancha de la residencia, mezclaba a todos con todos, funcionarios y empleados. El electricista jugaba al lado de un Ministro, por ejemplo. Pero eso sí: el partido no terminaba hasta que ganara el equipo de Menem.
El loro peronista de De la Rúa. “Obviamente, los funcionarios de De la Rúa te lo van a negar, pero los empleados de la Quinta afirman que fue así”, dice Vallejos. La historia es esta: los De la Rúa tenían un loro llamado Coco. Fernando estaba encandilado con él, tanto que “por ir a saludarlo, el presidente, habitualmente muy cortés, era capaz de no devolverle el saludo a una persona”, dice la periodista en su investigación. Y agrega: “A Coco alguien le había enseñado una gracia muy poco digna de un radical. Sentado en su jaula, de tanto en tanto, el loro decía ‘¡Viva Perón!’. Al presidente, democrático al fin, esa indisciplina partidaria le importaba poco. Cuando andaba cerca de su jaula, De la Rúa, dicen, le buscaba la mirada y lo alentaba: ‘Coco, viva Perón, Coco’”.El regalo frustrado (y potencialmente mortal) de Menem a Bush. El ex presidente de Estados Unidos George Bush visitó la Argentina sobre el final del menemismo y se alojó en Olivos. Menem había decidido sorprender a su par: “El riojano pidió la jaula voladora más grande que pudiera acomodarse en el parque. Bush debía verla cada vez que se asomara a su puerta”, indica Vallejos en su libro. La jaula estaba lista y repleta de zorzales, calandrias, y torcazas. Pero, a pocas horas de la llegada de Bush, corrió la alarma: los pájaros no comían y tenían los plumajes opacos. Hubo un contagio masivo de psitacosis: en menos de 48 horas, en la jaula no quedó ninguno de sus residentes. Cuenta Vallejos: “Era una cuestión de seguridad y urgencia, porque la psitacosis puede causar la muerte de un ser humano, en especial cuando se trata de adultos mayores. De la maravilla quedó solo el recuerdo de quienes armaron y desarmaron la jaula en tiempo récord. Menem no pudo sorprender a su amigo George”