Rodocrosita, la “Piedra Nacional Argentina”
Entre los múltiples símbolos de Argentina —junto a la bandera, la escarapela o el himno— se encuentra la rodocrosita, roca que se ha denominado “Piedra Nacional Argentina”. El motivo de ese nombramiento se debe a que Franz Mansfeld la presentó en el continente europeo en 1934, fascinado por su aspecto y exclusividad, y a partir de entonces se abrió por primera vez el mercado gemológico argentino, que sigue siendo limitado, no por carencia de minerales, sino más bien por falta de políticas exploratorias, extractivas y productivas adecuadas. Pese a esas limitaciones, todavía en la actualidad las rodocrositas son sinónimo de gemología argentina y son piedras muy bien cotizadas en el mundo. La única localización de Argentina en la que se extrae la rodocrosita es la provincia de Catamarca, aunque hay algunos reportes de hallazgos en Famatina, La Rioja.
La rodocrosita o “rosa del inca” guarda mitos y leyendas de tiempos prehispánicos.
La piedra imparte una actitud dinámica y positiva, es excelente para el corazón enseñándole a asimilar los sentimientos dolorosos.
Cuenta la leyenda que a orillas del lago Titicaca se encontraba el templo de las Ajllas, vírgenes sacerdotisas de Inti. Solo se abría para que salga la sacerdotisa que el Inca elegía para prolongar la pureza de la raza. Un día el invencible guerrero, Tupac Canqui, se atrevió a cruzar el lago sagrado, escalar y descubrir a la hermosa Ñusta Ajlla.
Apenas se vieron se enamoraron perdidamente, pero las leyes Incas eran muy rígidas y los jóvenes amantes decidieron escapar. El Tihuanaco temblaba de ira, mientras tropeles armados de chasquis y guerreros partieron a buscar a los enamorados que habían ofendido al Inca.
Tupac Canqui y Ñusta Ajlla huyeron y se establecieron muy lejos, en las tierras de Andalgalá (centro norte de Catamarca). Los ejércitos no pudieron encontrarlos, pero los hechiceros enviaron un maleficio.
Entre los jóvenes el amor fue muy fuerte y valeroso, construido a base de sacrificio y lágrimas de amor e ilusión. Nacieron muchos hijos, descendientes de los animaraes, fundadores luego de los pueblos diaguitas. Pero en plena vida de la pareja, Ñusta muere por causa del embrujo. Fue enterrada en la cima de una montaña y ya anciano un día, Tupac Canqui se acostó a dormir en un sueño milenario en la roca.
Pasaron las generaciones. Un día un pastor que arreaba vicuñas se topó con el lugar de los amantes. Con asombro vio que los cuerpos habían sido tapados con pétalos de sangre que se habían petrificado. Tomó una de esas piedras de suelo andalgalense y conociendo la historia se la llevó al Inca, que al recibirla tembló de emoción. El tiempo había cicatrizado las heridas. Ñusta se encontraba perdonada de haber violado las leyes sagradas y fue erigida en mártir de amor.
Desde ese momento, trozos de esa piedra, bautizada como “Rosa del Inca” adornaron el cuello de las princesas del Tihuanaco, como expresión del perdón, de fidelidad y sacrificio como símbolo del amor grande y verdadero.