¿Sabes lo que hay detrás de un perro?
Entras en mi casa y miras a tu alrededor, buscando un lugar seguro para sentarte. Te ayudaré.
No en el sofá, porque es una concesión que podemos sentarnos allí nosotros. En la cama, no, es el suyo.
Duerme con la cabeza en la almohada y yo lo muevo hasta de peso muerto, luego me deslizo
debajo de las sábanas y no puedo moverme más.
Ni siquiera en Julio con 35 grados.
Pone las patas en las sillas, a veces se sube a ellas si alguno de nosotros falta para almorzar o cenar y toma su lugar.
Intentamos explicarle que es un perro pero no lo entiende, cree que es un niño.
Así que si quieres quedate ahí, de pie, y te diré por qué.
Porque vale la pena pasar la aspiradora al menos dos veces al día,
porque vale la pena dormir apretados, quitar el pelo de la almohada,
cambiar la cama dos veces a la semana, poner toallas en el sofá.
Detrás de un perro está la sonrisa de los niños, el cuidado de sus malos humores, el aprender a cuidar al otro.
Detrás de un perro hay una mujer con un hijo jamás nacido, un sinfín de heridas y vacíos llenos.
Detrás de un perro hay un hombre salvado de una avalancha, de los escombros de una casa, de la corriente de una ola que se lo llevó.
Hay ojos que ya no ven o que nunca han visto y que ahora pueden moverse e irse.
Detrás de un perro hay una familia con el propósito común de amar y ser amado.
Y se vuelven parte de ti, como no puedes entender.
Hablan con los ojos, con la cola y aprendes a entenderlos.
Sabes si tiene hambre, si quiere jugar, si está triste.
Y entienden si estás feliz o triste, si tienes fiebre, si estás enfermo.
Y si se enferman, ¿Sabes lo que pasa? Que se enferma el más pequeño de la casa, el niño, el indefenso
y sufres con locura y te gustaría que hablara, que te ayudara a entender.
¿Todo esto por un animal?
¿No tienes hijos?
Por supuesto que los tengo y él es el hijo de todos y no me avergüenzo ni un poco.
En base a él organizamos días, vacaciones, turnos de asistencia si alguien se va.
Porque lo hemos elegido, pero él no puede elegir.
Y si pudiera, nos elegiría de por vida.
Así que quédate ahí de pie si crees que no está lo suficientemente limpio.
Yo me tengo mi vida, mis pelos por todas partes, sus gritos de alegría cuando vuelvo a casa,
su cola loca porque le traje un regalo, su gran corazón que nos cuida con besos en el cuello,
su pelota apoyada en los pies y las ganas locas y el deseo de pensar que vivirá indefinidamente.
Marco Serraglini