Así como otros cientos o miles de esperanzas
también mi abuelo viajaba en ese barco.
Me lo imagino serio, malvestido y de pañuelo,
en sus oídos el horror de los cañones,
en su estómago el estrépito del hambre.
No es fácil el exilio
aunque te guíe un sueño preñado de promesas.
Mi abuelo sabía del silencio en las miradas;
del beso último
de manos que se aferran.
mientras el viento del destino ruge y las separa.
Y así, mientras la guerra se antojaba eterna,
y la desolación invadía el viejo mundo,
un día huyó al futuro, de cara hacia el poniente,
poniendo a buen recaudo su vida y mi simiente.
América esperaba, abriéndose de piernas,
con su falsa sonrisa y sus vanas promesas.
Y ahí fueron los barcos con miles de esperanzas,
con mi abuelo y el tuyo, inventándose patria,
probando la fortuna, desafiando a la suerte,
amando,
como sólo se ama en tierra extraña.
Desparramando vida . Luchando hasta la muerte.
Y ese mismo barco, arrumbado en algún puerto,
chatarra contra el limo, metal para desguace,
hoy guarda ecos extraños dentro de sus bodegas:
cientos de fantasmas, que sueñan en mil lenguas.
Inundado de presente, y oxidado de gloria
el barco espera en vano, por si alguno retorna.