¿Cuál es la pulpería más
antigua de Argentina que aún sobrevive?
Queda en una
pequeña localidad de la Costa Atlántica y recibe a sus comensales hace más de
200 años. Sus premisas son historia
en carne viva.
La pulpería más antigua de Argentina que aún funciona es la Esquina de Argúas. Desde su inauguración se convirtió en el club de los
trabajadores rurales y vecinos de la zona. Las premisas del lugar nos
cuentan historias; su supervivencia nos transporta al pasado. Las pulperías supieron ser, algunos siglos atrás, los primeros establecimientos
comerciales y sociales de Argentina. Pasar por ellas no era solo cuestión de comer o
tomar algo. Servían como centros de intercambio
cultural, económico y político desde el siglo XVIII al XIX. Funcionaron
como puntos de encuentro para gauchos, viajeros, comerciantes y políticos,
contribuyendo a la consolidación de la identidad nacional y la difusión de la
cultura criolla.
La historia de la pulpería es rica,
emotiva y peculiar. Todo empezó en 1817 en las afueras de Mar
Chiquita, cuando Juan
Argúas tuvo la idea de construir un espacio similar a lo
que hoy sería un bar. Eso sí, un bar lleno de payadores, amigos y alguna que
otra pelea. La soledad era absoluta en ese entonces. No cuesta mucho
imaginarlo: Mar Chiquita sigue siendo un lugar bastante desolado incluso al día
de hoy, sobre todo fuera de la temporada alta. La Esquina de Argúas se destacaba y representaba una parada obligatoria para
cualquier transeúnte o viajero que pasara por allí. La visitaba ni más ni menos
que Juan Manuel de
Rosas, en sus trayectos por el "desierto" y la región
pampeana. Allí conversaba con
comerciantes, nativos y gauchos.
¿Cómo es la Esquina de Argúas?
La Esquina
de Argúas es una de las pocas que todavía conserva su
estilo original. Tiene un piso de tierra liso y duro, un característico
techo a dos aguas y paredes de barro. En su salón se conservan un par de mesas, cuyo espacio está separado del mostrador por una reja. Los
locales siguen acudiendo al lugar como el primer día. Cantan, charlan, comen y
beben, con vasos en alto y las boinas bien ajustadas a la parte superior de la cabeza.
Decoran el lugar una mesa
de pool, una imagen de la virgen del Luján, cuchillos varios y
almanaques de años que quedaron atrás. Es la mezcla perfecta, miscelánea y
peculiar como ella misma, entre lo que es y lo que alguna vez fue.