La vida real de Casimiro Szlápelis supera al mito. El viejo aviador, alumno del mismísimo Próspero Palazzo y que llegó a conocer a Antoine de Saint Exúpery, el autor de “El Principito”, pionero de las rutas aéreas a través de la Aeroposta, caminó la Patagonia como pocos; hizo casi todo.
A veces las palabras no alcanzan para dimensionar la envergadura de un personaje porque éste trasciende su obra. La vida real de Casimiro Szlápelis le ganó ampliamente el mito. El viejo aviador, alumno del mismísimo Próspero Palazzo y que llegó a conocer personalmente a Antoine de Saint Exúpery, el célebre autor de “El Principito”, pionero de las rutas aéreas a través de la Aeroposta, caminó la Patagonia como pocos; hizo casi todo.
Dispuesto a conectar con las historias de la región Alejandro Aguado, caricaturista, lector, dibujante y hombre orquesta de la cultura descubrió al “hombre” y sus mitos. “Era muy citado en los diarios hasta los 80, siempre se escribía sobre él”. Y reconoce que su leyenda trascendió por la aviación y sus vuelos a bordo del “Chimango”, socio mecánico para la aventura. Admite que si Casimiro hubiera nacido en los Estados Unidos “ya se habrían filmado varias películas sobre su vida porque fue impresionante”.
Hijos y nietos contaron su faceta terrenal pero lo más enriquecedor estuvo en sus anécdotas. “Cuando llegó era un bebé de apenas dos años, llegó en carreta con su familia a Sarmiento; se crió en la zona. De chico se hizo amigo de los tehuelches que por entonces vivían en tolderías; le gustaba escaparse y estar con ellos. Fue ayudante de carrero. Trabajó en una mina en Río Senguer y vendió material para Fabricaciones Militares. Se dedicó siendo contratista a construir caminos y escuelas y trabajó para YPF”.
Szlápelis, un héroe sin capa que solía arrojar una lluvia de caramelos desde su avión a los chicos de Sarmiento; dejó una huella profunda en la memoria de aquellos hombres indestructibles del pasado. “En su momento fue el piloto en actividad del país con mayor edad y por eso, lo invitaron a conocer a uno de los astronautas que estuvo en la Luna”.
Aguado aporta que hay tantas anécdotas que muchas debieron quedar afuera del libro. Entre ellas sus dos accidentes graves con el avión y su actividad en una cantera en el Lago Musters donde solía sacar piedras mediante unas barcazas. “Era una persona que pese a tener pocos estudios formales, era muy culto. Leía y se instruía muchísimo. Le gustaban las nuevas tecnologías de la época, estaba al tanto de lo reciente. Era aficionado al cine y a la radio cuando eran pocos los que tenía radios y los que creían que fuera posible este tipo de transmisión”.
“En la zona –agregó el autor de “Don Casimiro”- de Gobernador Costa y José de San Martín había una curandera mapuche, una machi, muy famosa que la llamaban “de Cerro Negro”. Los médicos de la época le derivaban a los enfermos terminales y Szlápelis los llevaba en su avión. En la época de Perón, se mandó a construir una pista de aterrizaje en su casa que estaba en el campo. Esta mujer tenía la característica de `mirar´ la orina de cada persona y en base a eso, curaba con yuyos y plantas. Iban a verla de todos lados, incluso de Chile”.
La investigación que derivó en el libro es un resumen de la misma admiración hacia el personaje. “El libro no lo hice yo solo. Solamente hice la investigación, escribí el guión y coincidió con una época en la que estaba volviendo al dibujo. Por entonces conocí a Juan Dalfiume, un dibujante muy conocido, autor de Jackaroe en las viejas revistas de historietas como Tony o D´Artagnan”.
“Le propuse –agregó- la historia que le gustó porque también era apasionado de la aviación. Nos pusimos a trabajar; nos llevó dos o tres años y lo hicimos al libro con 111 páginas. Estaba listo pero a la situación económica se le sumó la pandemia y se fue postergando. No esperamos más; lo editamos por nuestra cuenta y ya se está distribuyendo de a poquito”.
Bajo la consigna de que “cuando más se conoce, menos se sabe”, Aguado se asume como un detector de temas que no trabajan otros, bien patagónicas por esencia. “Se pierden los rastros del pasado de una manera muy rápida. Lo noté con el Ferrocarril que unía Comodoro con Sarmiento; se pierde el rastro de la historia y el rastro físico de los edificios y las vías. Hay lugares históricos que se los ha ignorado por completo como Cañadón Lagarto o el lugar donde están enterrados los primeros exploradores que vinieron a la zona y trabajaron con el perito Moreno. Se rescatan cosas pero la mayoría se ha ido perdiendo en el camino”.