Muchas veces me veo fingiendo,
fingiendo ante la gente, ante la vida, ante mi.
Diciendo cosas que no pienso,
y pensando cosas que no siento,
recordando momentos que no han sucedido,
y deseando suenos que no necesito.
Engañándome con miedos que no tienen sentido,
y protegiéndome con escudas mentiras,
de todo aquello que me hace ser distinto.
Es como si quisiera no defraudar a nadie,
como si me impusiera caer bien a todo el mundo,
como si tuviera mil máscaras,
con las que dar a cada uno de lo suyo.
Hay veces en las que no me atrevo a decir no,
en las que tengo miedo a expresar lo que pienso,
en las que algo me impide mostrar,
todo lo que aquí dentro tengo.
Y me escudo tras una afirmación o una sonrisa,
tras un guiño o un “lo que tu digas”.
No me atrevo a expresar verdaderamente lo que siento, me importa más lo que de mi digan,
que lo que yo les cuento, me importa más ganarme por encima de todo su cariño, que ser con orgullo yo mismo, me importa más darles continuamente la razón, que utilizar mi criterio aunque no me den su aprobación.
Finjo, finjo para no caer mal a la gente,
para ganarme de cada uno de ellos su respeto,
para tener la irreal ilusión de que me quieren,
para sentirme protegido en un mundo que no comprendo.
Finjo, y cada vez me siento más perdido,
más alejado de lo que verdaderamente quiero,
aunque tal vez ahí esté el principio de todo,
que no sé muy bien qué es lo que deseo,
que no sé muy bien como soy,
que no sé cuál es el camino ni a donde voy.
Alfredo Cuervo Barrero