Se dice que un niño, encontró entreabierta la puerta donde estaba Jesús:
- Acércate, le dijo Jesús con gran ternura. ¿Por qué tienes miedo?
- No me atrevo, no tengo nada para darte.
- Me gustaría que me dieras un regalo, le dijo Jesús.
El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó:
- De verdad, no tengo nada. Nada es mío. Si tuviera algo, algo mío, te lo daría. Mira... y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó una hoja de cuchillo herrumbrada que había encontrado. Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy.
- No -contestó Jesús- guárdala. Quería que me dieras otra cosa. Me gustaría que me hicieras tres regalos.
- Con gusto, dijo el muchacho, pero... ¿qué?
- Ofréceme el último de tus dibujos.
El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó a Jesús y dijo:
- No puedo, mi dibujo es horrible... ¡nadie quiere mirarlo...!
- Justamente por eso lo quiero. Tú puedes ofrecerme lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además quisiera que me dieras tu plato.
- Pero... ¡lo rompí esta mañana! tartamudeó el chico.
- Por eso lo quiero. Debes ofrecerme siempre lo que está quebrado en tu vida, yo quiero arreglarlo. Y ahora insistió Jesús: repíteme la respuesta que le diste a tus padres cuando te preguntaron cómo habías roto el plato.
El rostro del muchacho se ensombreció, bajó la cabeza avergonzado y tristemente, murmuró:
- Les mentí. Dije que el plato se me cayó de las manos, pero no era cierto. ¡Estaba enojado y lo tiré con rabia!
- Eso es lo que quería oírte decir -dijo Jesús- Dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, tus cobardías, tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas. No tienes necesidad de guardarlas. Yo te ayudaré a superar tus debilidades y defectos; Quiero que seas feliz y siempre voy a perdonarte tus faltas. Y a partir de hoy, me gustaría que vinieras todos los días a mi casa.
Autor Desconocido