La monitora lee lentamente las instrucciones
y al concluir el ejercicio se comenta lo
experimentado por cada participante.
Pónganse cómodos, sus espaldas rectas,
las manos descansando sobre sus piernas.
Les hablaré ahora de Tú , ya que este
ejercicio va a cada uno de ustedes.
Procedimiento:
Cierra tus párpados, respira profundamente
y al exhalar repite mentalmente
y visualiza en numero 2, tres veces.
Otra vez respira en forma profunda
y al exhalar repite mentalmente
y visualiza en numero 1, tres veces.
Ahora pon atención a tu cuero cabelludo
y relájalo, siente cómo se aflojan tus cabellos,
ahora tu frente, la piel que cubre tu frente.
Sentirás una ligera vibración, un ligero
hormigueo producido por la circulación.
Relaja completamente las tensiones y
presiones de los ligamentos, y así, recorre
tus ojos, mejillas y boca; aflójala,
revisa que toda tu cara esté relajada.
Ahora baja a tu garganta, obsérvala
por dentro y por fuera, relájala, relaja
todos tus músculos. Ve bajando por tu
cuello, relaja todas sus partes, interiores y exteriores.
Relaja ahora tus hombros, suéltalos,
siente cómo se aflojan, se relajan, y lleva
esta relajación por tus brazos, antebrazos
y manos. Siente la total relajación de tus dedos. Aflójalos.
Ahora relaja tu pecho, siente cómo se relajan
tus pulmones y corazón. Tu respiración es cada vez más tranquila.
Ve bajando a tu estómago, relájate,
siente la piel en contacto con la ropa,
recorre todos tus órganos internos,
relájalos, siente cómo se sueltan tus músculos,
así como la piel que los cubre.
Ahora, relaja tus muslos, por dentro y por fuera,
tus rodillas, aflójalas; tus pantorrillas,
tus tobillos. Fija la atención en tus pies,
en la planta de tus pies, siente cómo cada dedo se suelta.
Siente como si tu cuerpo no te perteneciera.
Lleva tu mente a un lugar de descanso,
el que tú quieras, sea montaña o mar.
Quédate ahí, gozando de todo lo que veas
a tu alrededor; no pierdas ningún detalle.
Guardaré silencio por unos momentos.
Ahora imagina un valle, rodeado a lo lejos
por árboles y colinas; en el centro de ese
valle imagina que eres una semilla, sembrada
debajo de ese pasto verde; siente el calor de
la tierra, su humedad; hacia arriba no ves nada.
Poco a poco empieza a sentir que brota
de ti algo que busca la superficie, un tallo
que empieza a crecer y que traspasa
la tierra. Ve la luz del sol, siente su calor.
El tallo se va convirtiendo en tronco,
que cada vez se va ensanchando y
alcanzando mayor altura. La savia que corre
por su tronco, el calor y la luz del sol lo ayudan
a crecer aún más. Ahora comienzan a brotarle hojas,
sus ramas crecen, se bifurcan y extienden,
comienzan a brotarle flores, flores que se
convierten en frutos que caen como racimos.
Todo aquel que pasa encuentra sombra
y descanso bajo él, y goza sus flores y saborea sus frutos.
Ahora imagina que ese árbol eres tú.
Sus raíces son tus pies, su tronco tu cuerpo,
sus ramas y follaje tus brazos y cabeza;
en lo alto de tu cabeza brilla el sol,
en tus brazos y en tus manos hay racimos
de frutos que como dádiva se ofrecen a los
que pasan, a los que acoges en tu sombra y das descanso.
Ahora empieza a regresar aquí, ten
conciencia de tu cuerpo, empieza a mover
tus piernas, tus pies, tus brazos, estírate
como cuando despiertas en la mañana,
respira en forma profunda, y tranquilamente abre tus ojos.
Ahora te sientes tranquilo,
en paz y mucho mejor que antes.
Pueden abrir los ojos...
De la red.